En estos tiempos, para cualquier individuo alfabeto, lector e informado, o sea para millones en el planeta, el transcurrir de la “tercera edad” (avanzada en el que suscribe; todo hay que decirlo) no puede ser más deprimente.
Tranquilos, lectores; no voy a perorar aquí sobre los problemas de la vejez, sino sobre los del mundo y los seres que lo habitan. Y digo los “seres” y no los “seres humanos” porque, por primera vez en la historia, la transformación del medio ambiente y la extinción de los demás seres que está provocando el ser humano conducen a la extinción de la humanidad.
Tampoco me extenderé aquí sobre el cambio climático. Es solo que hoy resulta imposible separar las cosas; analizar un asunto sin considerar la forma en que lo afectan todos los demás asuntos. Ocurre que en todo el mundo, con las variantes del caso pero en la misma dirección, se evidencia un aumento exponencial del desempleo, las desigualdades y la concentración de la riqueza; de la pobreza extrema y el hambre; de la violencia política y social; del narcotráfico y la delincuencia organizada; de las guerras; de la corrupción política, empresarial y sindical; de los flujos migratorios y el racismo, la misoginia, la xenofobia y la extrema derecha; del deterioro de las democracias republicanas y el avance y la afirmación de dictaduras capitalistas; de populismos de derecha y populismos ídem con barbijo “de izquierda”.
No es preciso detenerse aquí en esos temas, ya que desbordan las páginas y el espacio-tiempo de cualquier medio de comunicación, incluyendo ahora internet y las redes sociales, ese prodigioso avance tecnológico que nos permite enterarnos de todo al instante pero que, al menos por ahora y para la mayoría, su estructura y funcionamiento hacen que de todo lo que allí se puede conocer, cada vez se entienda menos. La explosión comunicacional genera confusión cultural, social y política. Se mundializan viejas propuestas delirantes, como los “tierra plana”; por no hablar del nuevo nazi-fascismo, al estilo de los “supremacistas blancos” y tantos otros, que encontraron en las redes su campo orégano: ese saberlo todo y no entender nada que hace que millones adhieran a cualquier desatino.
Si para tratar de entender hacia dónde va la humanidad, o al menos los desafíos y peligros que enfrenta, metemos todos estos asuntos en un mismo saco reflexivo, es imposible no detenerse en el factor que llevó las cosas a su estado actual: justamente, el ser humano. Y aquí, como argentino, no puedo menos que echar mano de nuestro propio, radiante ejemplo.
O sea un país, un lugar en el mundo, que tiene todo lo mejor que la naturaleza ofrece. Una sociedad que llegó a desarrollarse económica, política, social, educacional y culturalmente a la altura de las mejores. Pero que no logró dejar atrás o poner límite a sus taras y, tras una decadencia de décadas en todos esos rubros, hoy vive gobernada por corruptos e incapaces o por dictadores, con algunas raras excepciones que fueron rápidamente desplazadas por dictadores o por incapaces y corruptos con mayoría electoral. Producimos alimentos para medio mundo y un tercio del país pasa hambre.
En fin, que fuimos un ejemplo para el mundo cuando este iba hacia adelante y ahora, que va hacia atrás, también lo somos. En plena crisis y confusión planetaria, nuestra “grieta”, ese inmenso abismo que aun viviendo en un paraíso nos impide dialogar, formular un diagnóstico y un plan de conjunto, es el mejor espejo de lo que ocurre en todas partes.
Me disculpo: la información, la edad y la cuarentena de pandemia me han tornado pesimista. No señalo aquí cosas positivas que existen y también crecen, como la emancipación femenina, el pacifismo, las propuestas de igualdad y otras. Quedan para otro día, cuando recupere el “optimismo de la voluntad” gramsciano.
*Periodista y escritor.
Producción: Silvina Márquez.