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Brasil, decime qué se siente

La primera vuelta electoral fue un gol en contra. Aquí no da para festejar, pero al menos sería imposible igualarlo.

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“¡Brasil, decime qué se sienteeeeee… tener en casa a Satanáaaaaasssss…”
Carla, mi asesora de imagen, entra cantando a los gritos en mi oficina y me distrae. Yo estaba muy concentrado mirando encuestas sobre la imagen presidencial de Macri y los posibles escenarios de cara a las elecciones de 2019.
—Por favor, Carla, estoy trabajando –me quejo.

—¿Estás tratando de explicar el fenómeno Bolsonaro? –pregunta Carla.
—No, porque yo hago una columna de política nacional, y lo que pase en Brasil es cosa de quienes se dedican a la política internacional.

—¿Vos decís que lo que pasa en Brasil no incide en la política argentina? ¿Y encima te pagan por lo que escribís? Sos un genio.
—Bueno, no digo que no influye, pero quiero saber qué pasa con las elecciones del año que viene.

—¡Las únicas elecciones que importan son las de Brasil el 28 de octubre –grita Carla–. El ballottage entre Jair Bolsonaro y Fernando Haddad. Aunque después del 46% y de los 17 puntos que le sacó Bolsonaro, Haddad tiene menos chance de ganar que Willy Caballero de volver a atajar en la Selección.

—Y si ya se sabe que gana Bolsonaro, ¿por qué importan tanto las elecciones en Brasil?
—A ver, genio del periodismo. Imaginate que acá en la Argentina ganara una fórmula encabezada por el diputado salteño Alfredo Olmedo. Y que el vice sea Aldo Rico. ¿Qué te parecería?
—Me daría un poquito de miedo, para qué negarlo –reconozco.

—Bueno, Olmedo es un socialdemócrata sueco al lado de Bolsonaro.   
—¿No es una exageración progre lo que estás diciendo? –pregunto.

—¿Me estás jodiendo? –se enoja Carla–. ¿No viste las declaraciones de Bolsonaro? Hace poco lo entrevistó Ellen Page para National Geographic y el tipo le dijo: “Usted es linda, si yo fuera un cadete militar y usted pasa por ahí, yo le silbaría porque es muy linda”.

—Sí, es una bestia, lo sé…
—Se supone que los políticos hablan con medios internacionales para parecer más moderados, pero el tipo fue a fondo igual.
—Es verdad, pero yo creo que no es más que un discurso para la gilada.

—Es probable, pero lo loco es que ese discurso sea demagógico, que esas palabras le hagan ganar votos.
—Sí, pero vos sabés que después el tipo no va a poder cumplir con todo eso cuando gobierne –opino–. En la marcha del orgullo gay en San Pablo van más de 2 millones de personas. ¿Qué va a hacer? ¿Rociarlos con napalm?

Me imagino a los votantes de Bolsonaro decepcionados si el tipo no cumple con lo prometido. Alguien que diga: “Al final, todos los políticos son iguales, prometen y después no cumplen. Mirá lo que es la calle, está llena de negros y de putos. Y no podemos salir a matarlos. No sé para qué voté a este tipo, me defraudó”.

—¿Vos decís que el tipo, en el fondo, es un tibio?
—No, lo que digo es que la realpolitik le llega a todo el mundo –dice Carla–. Incluso a los fascistas.

—¿Y cómo creés que va a influir el efecto Bolsonaro en la Argentina? –pregunto.
—Creo que la Argentina se encamina hacia un gobierno de ultraizquierda.

—¿Vos me estás jodiendo?
—Para nada –responde Carla–. Al lado de Bolsonaro, cualquier resultado electoral en la Argentina nos va a dejar un gobierno de ultraizquierda. Desde la reelección de Macri hasta Pichetto presidente, todos van a resultar unos zurdos.

—¿Y vos creés que Macri puede ser reelecto? –pregunto. Carla suspira, piensa unos segundos, gesticula en silencio.
—Esto es la Argentina –responde finalmente-. Tené en cuenta que hace un siglo tuvimos una elección legislativa en la que el Gobierno arrasó. Y dentro de un siglo vamos a tener otra elección, esta vez presidencial, en la que puede pasar cualquier cosa. Porque en la Argentina puede pasar cualquier cosa en un siglo.

—¿Siglo? ¿No pasó un año?
—Es lo mismo: año, siglo, acá es igual. Pero tampoco te creas que somos tan originales. Hace un año, en Brasil, Bolsonaro era un mediocre diputado que estaba en la cámara hacía casi tres décadas. Un tipo gris, que ni siquiera se destacaba por la campera amarilla, como Olmedo.

—OK, falta un siglo para las elecciones, pero falta poco para las vacaciones –opino-. Y no sé vos, pero yo necesito ir a la playa.
—Andá a Mar de Ajó, a Las Toninas, a San Bernardo, a Villa Gesell, pero no se te ocurra ir a Brasil.

—¿Vos decís que el efecto Bolsonaro va a llegar a la playa? –pregunto.
–No, ¿qué Bolsonaro? No vayas porque con lo que está el dólar vas a tener que vender un riñón para pagar el viaje –concluye Carla.