El abandono del país por parte de argentinos que no soportan la falta de oportunidades se ha convertido en otro indicador de nuestros fracasos. Los países de llegada no son paraísos terrenales, pero ofrecen previsibilidad en cuanto a los efectos de las acciones que se emprendan, así como procesos económicos que permiten progresos si se hacen adecuados esfuerzos para intentarlo.
Las causas de nuestros fracasos se observan en las diversas instancias de nuestra vida en sociedad. En lo social millones de argentinos no llegan a fin de mes; habitan viviendas precarias, con varias personas de diferentes edades y sexo compartiendo una misma habitación, sin cloacas, y en calles no pavimentadas; en barrios marginales donde se potencia el narcotráfico y la inseguridad derivada de la delincuencia. Esto afecta también la vida de los sectores medios, que suman a esto no solo la imposibilidad de movilidad social ascendente sino también el peligro de aproximarse a la pobreza.
Lo social se alimenta de los resultados de la economía. Argentina es de los países que menos crecen en el mundo, y el único en el cual la pobreza aumenta; que recibe escasas inversiones productivas; con baja proporción de empresarios por habitante, y con niveles de inflación y cargas impositivas que desalientan las inversiones. Esto se debe en gran parte a una mala praxis de los gobernantes, quienes por ideologías, negligencia o estrategia de dominación, han hecho del combate a la empresa privada una constante de sus políticas. Muchos empresarios, grandes, medianos o pequeños, declaran enfáticamente que dado el trato que reciben de la política no volverían a invertir en este país. Una demostración de los errores que comete nuestra clase política la da el caso de China, que al promover la participación de empresas privadas en la producción, controlada racionalmente por el Estado, pudo convertirse en pocos años en la segunda potencia económica mundial, sacando de la pobreza a millones de ciudadanos.
Los errores de nuestros gobernantes van derivando en prácticas malsanas, como ocurre cuando los llamados “representantes” se apropian del Estado para alimentar un estancamiento económico y una pobreza que les resulta funcional para crear una masa clientelar que les asegura la permanencia en el poder. Estrategia que viene siendo utilizada desde hace décadas en varias provincias con dominación feudal, y que en sus “acuerdos” con el gobierno central la van convirtiendo en política nacional.
Desarmar esa nociva cadena causal requiere de un cambio fundamental en la manera de hacer política; la que debe dejar de estar motivada por la adicción al poder, por reconocimiento personal, o más grave aún, para resolver necesidades materiales de la clase política.
Pero recuperar la política para una dirigencia con vocación de servicio requiere algunos cambios en los ciudadanos, que son los que eligen a los gobernantes. Los que votan condicionados por el plan social u otras formas de asistencialismo deben recibir las mismas como un derecho básico para resolver la coyuntura, pero deben exigir empleos dignos y bien remunerados, sin otra obligación que la de cumplir con las tareas para las que fueron contratados, y que cumplidas sus horas de trabajo son personas absolutamente libres. Los sectores medios deben comprender que los subsidios y otras prebendas no pueden ser la base de una política de largo plazo, y que más allá de la coyuntura deben exigir políticas que mejoren sus ingresos para poder pagar lo que consumen sin enajenar su dignidad.
Los ciudadanos deben tomar consciencia de que ellos son los “dueños” del país, y que bien vale la pena hacer sacrificios para pegar el salto al desarrollo creador de riquezas, siempre que se evite que algunos se apropien indebidamente de esa riqueza, sea por ser propietarios de los medios de producción o por sustraerla corruptamente usufructuando su condición de funcionarios.
*Sociólogo.
Producción: Silvina Márquez.