Escuchamos a Cecilia Bartoli cantando Riccardo Broschi. Converso con Diego Carballar, cuyas preciosas intervenciones marcaré con una D. Le digo: La Bartoli es una bestia, ¿no? En sentido literal. En Son qual nave me impresiona (como a todo el mundo) lo mucho que sostiene en el tiempo el primer verso (además de desencadenar una risa incómoda, pone la piel de gallina), pero también el delirio de las “coloraturas”, que transforman el canto en una cosa animal, vacío de todo sentido que no sea la celebración del propio canto.
“En la tapa de un disco, Mission”, contesta D, “aparece pelada, directamente. En las entrevistas para presentar Sacrificium (el disco dedicado a los castrati) mencionaba a Michael Jackson, que hoy es el monstruo máximo. Ella decía que era un castrato de nuestro tiempo”.
¿Cómo hace una mezzo, que por su registro está condenada a los “personajes de carácter” o las “villanas” para llegar al lugar de la diva total? Sacando del archivo las partituras escritas para voces como la suya, no importa si entonces eran desempeñadas por un castrato o por una mujer (creo que vos habías dicho que los castrati se usaban para los roles soberanos).
“Cecilia”, contesta D, “rápidamente comenzó a cantar todo. Empezó con el bel canto y el repertorio, pero en seguida viró hacia los bordes (Mitrídates) y, sobre todo, a esas óperas barrocas llenas de brujas sarracenas (Rinaldo) en donde dio rienda a su bestialidad total (siempre hay un bosque en el que perderse de la civilización). Revolvió archivos, hasta dar con un momento delirante de la música: los castrati. Se identificó con esas figuras de cortes eclesiales y barrocas, al borde de la cultura y la civilización, como los niños lobo que apasionaban al XVIII”.
Hace coincidir lo sobrenatural de la voz del castrato (que no se corresponde con cuerpo natural alguno) con lo excepcional del lugar del soberano y, además, con la animalidad. ¿Vos decías que el registro de ella permite considerarla una “tenora”?
“Lo decía Deleuze”, aclara D. “La voz del soberano representada por una voz excepcional, una voz en Estado de excepción (en los Estados Pontificios). Decís que es ‘una voz que no se corresponde a un cuerpo natural’, tal cual. En las cortes vaticanas, los únicos que se plantaron a la altura de ese reino, los castrati, eran producto de una regla paulina (Mulieres in ecclesiis taceant, I Corintios) que fue extremada hasta un delirio inmoral (amoral, o lo que sea: al grito de ‘evviva il coltellino!’, ¡viva el cuchillo!, los napolitanos castraron a 4 mil niños al año ‘en favor’ del canto). Bartoli ya había trabajado con lo prohibido y los tabúes barrocos (Opera proibita). En ese sentido, es una tenora, porque ella misma se presenta en el lugar de lo prohibido, del tabú, del cuerpo ausente. Y, bueno, como Nico fue barítona, ella es tenora”.
Riccardo Broschi (Nápoles, 1698-1756) era el hermano mayor de Carlo Broschi, más conocido como Farinelli (el de la película), uno de los grandes divos de la época. Como figura de la exclusión el castrato es bastante singular, porque solo puede sostenerse en la calidad de su voz, que no puede preverse. Un castrato sin voz es un excluido al cuadrado. Castrati, barroco, intervención de archivo, espacio de excepción (la soberanía política), la exclusión (del arte, de la vida o de las dos cosas) y un proyecto de recuperación de todo eso, que (y ese es el mérito de Cecilia) se aparta de los sintetizadores que se aplicaron en Farinelli para crear una voz completamente fría, mecánica. “Sí”, concuerda D., “ella afina con el murmullo del siglo XX (cuando canta unos ‘melismas’ en un registro bajísimo, al borde del silencio, porque también hace eso), y esas coloraturas que llegan a salirse de la lira de Orfeo e iluminar quién sabe qué.”
¡Iluminan el canto sirenaico! Esas pobres monstruas, odiadas por los Olímpicos (además, una murió en Nápoles, la tierra de los Broschi y de los castrati). Cuando ves a Cecilia cantando eso, es evidente que goza... como un monstruo o como una diosa, en fin: como algo más allá o más acá de lo humano. Ilumina, como dice Blanchot de las sirenas, que todo canto es inhumano.