Ahítas y ahítes de géneros, circulamos del Conurbano al centro, del centro a los suburbios, de Palermo al campo.
Dos mil quinientas personas de todo el país (y repúblicas limítrofes) se dieron cita para escuchar la conversación de Judith Butler con las lideresas de #NiUnaMenos. Otras 1.500 siguieron la charla por streaming.
Natalia Brizuela explicó bien las razones por las que Butler vino a Buenos Aires: ellas quieren aprender del movimiento feminista argentino. Un feminismo, como bien aclaró Bu-tler, que no puede pensarse a sí mismo como trans-excluyente.
Después, durante la cena, conversamos sobre mascotas y lesbianismo. A Judith le gustaría tener un perro, pero la verdad es que nunca tuvo esa posibilidad. Habiendo vivido tanto tiempo con lesbianas, no le quedó más remedio que tener gatos.
Su hijo (24 años, músico) tiene un perro. Pero ella no.
Ahora, en los años de la concentración, el abandono y el reposo, cayó en mis manos Kotto
Como ella la conoce bien, le pregunto si sabe que Sylvia Molloy tiene veinte gatos, algunos de interior y otros solo de exterior. Pone los ojos en blanco y dice: “pero es que ella es hiperlesbiana!”. Titubeamos para ver cuál es el nombre que más le convendría (todo, en estos días, ha sido una discusión intensísima sobre los nombres adecuados). ¿Superlesbiana? No: ¡Ur-lesbiana!
Por su extraordinaria relación con la especie gatuna Sylvia es algo así como la encarnación de un lesbianismo mítico, entre egipcio y sáfico, respecto del cual cada une de nosotras se coloca a diferentes grados de separación. Cecilia Palmeiro reclama un puesto privilegiado (después de todo, publicó Cat power, novela narrada por un gato).
Accedemos a regañadientes a otorgárselo, para no discutir con alguien que acaba de adoptar a dos hermanos naranja. Y nos vamos rápidamente, porque la conversación nos ha recordado a nuestras gatas, Tita Merello y Cartulina, a las que dejamos al cuidado de mi madre, en el campo. Las extrañamos. ¿Nos extrañarán?