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Churchill, el alma británica

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Churchill. “Dueño de una personalidad compleja y contradictoria”. | shutterstock

En su extensa biografía sobre Winston Churchill, el historiador francés François Kersaudy recorre y analiza en detalle la vida política del dirigente inglés. Para describir al protagonista, el autor cita a Charles De Gaulle. El general que lideró la resistencia del pueblo galo contra el nazismo definió al primer ministro británico como “el gran campeón de una gran empresa” y “el gran artista de una gran historia”.

En efecto, el aristócrata nacido en el Palacio de Blenheim el 30 de noviembre de 1874 alcanzó la doble condición de referente político y estratega militar. Desde ese lugar protagonizó hechos claves; circunstancias en las cuales impuso su personalidad, oratoria, capacidad persuasiva y estilo de conducción.

El 5 de octubre de 1938, Neville Chamberlain concurrió a la Cámara de los Comunes para defender el Acuerdo de Munich. En el documento, firmado el 30 de septiembre de ese año por Alemania, Reino Unido, Francia e Italia, se reconocía la demanda territorial de Hitler sobre la región de los Sudetes. Desde su banca legislativa, en representación del Partido Conservador, Churchill cuestionó los alcances del entendimiento. En su discurso, se dirigió al entonces primer ministro británico pronunciando palabras premonitorias: “Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra… elegisteis el deshonor, y ahora tendréis la guerra”. El devenir de los acontecimientos le dio la razón.

Tiempo después de aquella sentencia, Churchill llegó al poder. El 13 de mayo de 1940, con la Segunda Guerra Mundial en marcha y a poco de ocupar la residencia de Downing Street, el nuevo primer ministro habló en el Parlamento. Ante la amenaza de una posible invasión alemana a Inglaterra, prometió organizar la resistencia a fuerza de “sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”. Una vez más, sabía lo que decía.

El por dos veces primer lord del Almirantazgo volvió al Palacio de Westminster el 4 de junio. Entonces, tras detallar la delicada situación militar y enfrentar la evacuación de Dunkerque, fue claro: “Lucharemos en las playas” y “nunca nos rendiremos”. En tanto, el 18 de junio, también desde la Cámara baja, hizo un llamado a la población frente al terror del nazismo. “Aprendemos a cumplir con nuestros deberes, y así soportarnos, que si el Imperio Británico y su Mancomunidad duran mil años, los hombres todavía dirán: esta fue su hora más gloriosa”, sostuvo con voz firme y clara.

Dueño de una personalidad compleja y contradictoria, Churchill fue un hombre de acción. Kersaudy lo define con precisión: “Unico guerrero entre los políticos, único político entre los guerreros, único político guerrero”. En línea con ese rol bidimensional, tuvo palabras claras y un proceder responsable en momentos aciagos. También se preocupó por dejar testimonio sobre su actuación pública. Tan es así que escribió, en seis tomos, La historia de la Segunda Guerra Mundial, obra por la que recibió el Premio Nobel de Literatura en 1953.

En 1955 renunció a su segundo mandato como primer ministro por cuestiones de salud. Había asumido el cargo en octubre de 1951. Falleció en Londres el 24 de enero de 1965. En su libro Las horas más oscuras, Anthony McCarten asegura que el emblemático líder “supo movilizar la lengua inglesa y mandarla al campo de batalla”. Quizá por esa mezcla de voluntad y convicción, los aliados derrotaron a las fuerzas del Eje entre mayo y septiembre de 1945.

Frente al conflicto bélico que ensombreció Europa, fue el alma de la sociedad británica. A 75 años del final de aquella tragedia y a 55 de su muerte, la auténtica dimensión de Winston Churchill se impone. En otras palabras: mientras el presente se puebla de dirigentes anodinos en todas las latitudes, su legado político y visión de estadista constituyen marcas indelebles en el siglo XX.

*Lic. Comunicación Social (UNLP). Miembro del Club Político Argentino.