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TRAGEDIA DEL HAMBRE

Cifras de la pobreza o vergüenza enmascarada

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El primer día de octubre nos golpeó con una noticia desgarradora. El Indec dio a conocer el número de pobres en nuestro país. El 35,4% de los argentinos se encuentra en situación de pobreza. Esa cifra, que objetiva una realidad indignante y que algunos nos invitan a “mirarla de frente”, representa un estado de situación, pero no nos dice cómo llegamos allí, qué errores cometimos, qué prácticas debemos modificar, ni tampoco cuál es la receta a aplicar para revertirlo.

Por eso “mirar de frente” ese número puede desviar nuestra atención de las reales dimensiones de la pobreza y les da una coartada perfecta a los que solo arriesgan a mirar de reojo al desamparado que duerme en las calles, al niño que mendiga en un bar y a la madre que ruega una ayuda en las esquinas de nuestra ciudad.

La cifra puede convertirse en el perfecto instrumento de expiación; permite a cualquiera apropiarse de ella para aparentar preocupación y transformarse en el implacable acusador habitante de las redes sociales y desde esos asépticos entornos virtuales condenar a unos o expurgar a otros, dependiendo de los intereses electorales con los que quiera alinearse.

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La cifra es la perfecta máscara para la vergüenza. Centrar la discusión en la cifra, en la historia de las cifras o en los métodos para recabar las cifras es funcional a la intención de ocultar la vergüenza de sabernos responsables de no haber exigido a nuestros representantes que la agenda pública incorporara entre sus temas prioritarios cuestiones como la igualdad, tanto en la distribución de recursos como de oportunidades; el estímulo a la creación de empleo formal y de calidad; las garantías de un salario digno; el desarrollo de políticas que favorezcan la movilidad social; y el necesario desmantelamiento de los privilegios sectoriales que profundizan las distancias sociales.

Por eso, el desafío hasta el próximo 27 no estará en la discusión sobre las cifras.

Se impone comprender esa magnitud impersonal, y para eso, hay que atreverse a entrar en el lugar del otro, sentir en carne y alma los efectos de ese estado de precariedad, sentir las miradas y el estigma de haberse convertido en lo no deseado. Quizá eso nos permita contemplar el hondo abismo en el que se reproducen las miserias del desamparo y del abandono y del que emerge la frustración del que lo ha perdido todo.

Hombres, mujeres, niños y ancianos que no pueden pensar en el mañana nos denuncian el abandono de una comunidad, pretendidamente política, que fracasó en su obligación de resolver esta tragedia de una vez y para siempre. Casi 16 millones de argentinos claman porque asumamos el compromiso de reconocer esa pobreza como el peor flagelo de la humanidad. El Estado, que somos todos, debe de una vez desafiar los preconceptos y prejuicios que obstaculizan la solución de la emergencia.

No podemos seguir culpando al pobre, que habita el imaginario de las redes sociales, del gasto social y del desequilibrio fiscal y condenando al hombre, a la mujer, al niño y al anciano real a una pobreza lacerante mientras nos mantenemos impávidos ante la persistencia de los privilegios de aquellos que exitosamente se niegan a soportar parte de las cargas.

Frente a tanta atrocidad, reluce una opción en dignidad. Demasiadas han sido las frustraciones por pretender que un Estado puede manejarse con “mandaderos”. Debemos constituir escenarios donde se asuma el compromiso de desterrar la pobreza sea cual sea la expresión partidaria en la que nos situemos y desde allí converger en un amplio consenso, hacia una profunda concertación política y social, necesaria para enfrentar este monstruo que hemos sabido prohijar. Hemos permitido el despojo, pero no hemos sabido poner en juego los valores más profundos de una auténtica democracia. Hay que devolver a la política su potencia y su capacidad transformadora. En tanto asumamos este compromiso más profundo que esta democracia electoral que supimos sostener, quizá podamos alcanzar de una vez por todas una virtuosa Eficacia Colectiva, de lo contrario, habremos cargado, con una derrota más, otra piedra en las mochilas de los llamados a sucedernos.

 */** Docentes de la Universidad Blas Pascal (UBP).