El Estado abandonó sus obligaciones. El oficialismo parece haberse declarado incompetente en los temas que son de vital importancia para la ciudadanìa: la seguridad o la lucha contra la inseguridad, el narcotráfico y la inflación.
El plan vamos viendo y la locura imparable de una coalición quebrada desde su génesis nos trajeron hasta acá.
El lunes pasado en la protesta por el asesinato del chofer de colectivos Daniel Barrientos se cruzó un límite. Sus compañeros, trabajadores que todas los días ponen en juego sus vidas a bordo de alguna de sus unidades, no toleraron el show del ministro de Seguridad de la Provincia. Sergio Berni leyó mal la cancha y, aunque nada justifica la paliza que se llevó, se había dispuesto a actuar como siempre. Llegó hasta Lomas del Mirador, lugar de la protesta de los choferes de la línea 620 y descendió en helicóptero acompañado sólo por su custodio personal, sin avisarle a sus pares de la Ciudad de Buenos Aires. Ya lo había hecho en otras oportunidades disfrazado con uniforme de combate y empuñando armas largas. Nuestro Rambo del subdesarrollo avanzó con gesto adusto y aires altaneros como lo confirmaron los compañeros de Barrientos minutos después de los desmanes: “vino como siempre a prepotear y prometer cosas que nunca se cumplen, estamos hartos” –apuntó uno de los trabajadores. No había lugar para una nueva función del superministro.
El titular de la cartera de Transporte, el massista Jorge D’Onofrio, se salvó de las trompadas porque no lo reconocieron. El resto ya es historia conocida. El gobernador de la Provincia Axel Kicillof habló con la vicepresidenta en funciones por la escalada de los sucesos. Inmediatamente acordaron las nuevas líneas del relato; había que instalar que no se trató de un asalto al voleo y que algo raro había ocurrido. El gobernador llegó a decir que le habían cruzado un auto a la unidad conducida por Barrientos, algo que desmintieron los pasajeros en sede judicial. Al poco tiempo el propio Berni instaló la nueva línea discursiva: “No sé si no nos tiraron un muerto, nada me cierra” –declaró a la prensa. Eso explica el cambio de opinión en su accionar. Primero sostuvo que no denunciaría a sus agresores, luego de la orden de sus superiores tuvo que volver sobre sus pasos y montar el segundo gran papelón de su paupérrima gestión. Envió efectivos policiales en un operativo comando para cazar a los choferes que descansaban junto a sus familias por la noche y que habían participado de la agresión. El tema estuvo a punto de escalar de nuevo si no fuera porque fueron liberados 24 horas después de ser apresados.
Alguien que le avise a Alberto Fernández que la única verdad es la realidad
Una reconocida fuente del peronismo bonaerense reflexionó sobre el clima que se vivió puertas adentro de la cúpula de los gobiernos nacional y provincial: “Se cruzó un límite. Esta vez el mensaje llegó. Ya no se trata de sortear este conflicto. Hay inquietud en muchos funcionarios por el desmadre en las calles. La mayoría siente que puede ser blanco de algún ataque similar. Por primera vez hubo temor y te diría que la detención de los agresores tuvo parte de relato, pero también tuvo la necesidad de bajar un mensaje a la población: no se puede tolerar que corran a trompadas a un funcionario”. Había que ponerse a salvo. La calle está perdida y la gente no da más. CFK está muy preocupada por la situación en la provincia de su preferido. Eso sí, no hubo autocrítica, ni un llamado de solidaridad para una familia que ha quedado destrozada. La empatía no forma parte de los funcionarios de este gobierno.
Al flagelo de la inseguridad se suma el de la inflación creciente. Los analistas privados calculan el índice de marzo al borde de los 7 puntos y proyectan la anual al 110%. Una tragedia que aviva el fuego sobre todo en el castigado Conurbano. Aunque sea difícil de creer, el Presidente regresó eufórico de los Estados Unidos luego de su reunión con Joe Biden. Sus deseos de presentarse a la reelección están más vivos que nunca. AF y sus colaboradores más cercanos han hecho toda clase de interpretaciones fantásticas de los supuestos gestos positivos del compañero Biden. Sergio Massa se ríe de forma sarcástica y CFK no para de masticar bronca. Wado de Pedro y el propio Máximo K se dieron por vencidos. “Alberto es un payaso, un caso perdido” –aseguraron desde el Patria.
Al superministro de Economía se le está acabando la paciencia. En su entorno dejaron trascender lo que siente: “mientras él labura y paga el costo político por la alta inflación Alberto, y sobre todo su entorno, se esconden y evalúan la realidad nacional como si fueran espectadores de una película de terror. Se olvidan que el de Sergio fue el último teléfono que les quedaba” –espetaron visiblemente molestos. Digan lo que digan, Alberto no se baja. Al menos por ahora.
El FMI no le soltará la mano a nuestro país por responsabilidad propia y el presidente norteamericano sabe que el colapso de Argentina no le conviene a nadie por sus consecuencias a nivel global. Alguien que le avise a Fernández que la única verdad es la realidad.