Estamos empezando la cuarta semana de cuarentena en España y la próxima meta es el 25 de abril. ¿Se prorrogará muchas más semanas? Puede que no, al menos como encierro total, ya que los números comienzan a ser benévolos: disminuye el crecimiento de contagios y baja la cantidad de víctimas mortales. El confinamiento funciona. Será por eso que los números sanitarios empiezan a conmover un poco menos. Crece ahora el fantasma de la pandemia económica.
El gobierno español, va a implementar una renta mínima en torno a los 440 euros, según informa hoy El País, y Brasil asignará una ayuda de unos 125 dólares a 60 millones de trabajadores informales mientras que el gobierno de Donald Trump entregará un ingreso puntual de 1.200 dólares. Según contaba ayer la edición digital de la revista Dissent en Estados Unidos, la semana pasada se reclamaron 6,65 millones de seguros de desempleo y alerta que estos números no reflejan la escala de daños ya que los trabajadores informales carecen de cobertura, con lo cual, pronostica Dissent que en julio el desempleo puede alcanzar a 20 millones de personas.
El ánimo, en el encierro, entonces, se reciente Incluso para quienes la tragedia sanitaria a quien no alcanza en la intimidad de su casa ni tampoco el colapso económico, le ha rozado los ingresos, el eco de la crisis también comienza a modificarle. Estamos en el túnel y la única luz que se expande es la del nuevo horario de verano que a las ocho de cada tarde, ahora, cuando salimos a aplaudir nos permite vernos los unos a los otros y saludarnos. Íñigo Dominguéz en su crónica diaria de El País, escribía hoy que al agitar los brazos a lo lejos, desde las ventanas, le recuerda a las despedidas de los barcos. Esa imagen me hizo recordar la historia de mi abuelo Antonio.
En España e Italia ven señales esperanzadoras
Mi abuelo era oriundo de Ibiza y llegó a Nueva York el 13 de abril de 1917 a bordo del buque Montevideo, de la Compañía Trasatlántica, que había zarpado del puerto de Barcelona. Tenía solo dieciséis años y treinta dólares en su bolsillo. En Nueva York lo esperaba un tal Vicente Costa, según consta en los documentos de la autoridad portuaria, quien se haría responsable de su conducta.
Como se puede ver en la segunda parte de El Padrino, el lugar de recepción de los inmigrantes era Ellis Island, apodada la Isla de las Lágrimas en todas las lenguas de Europa. Al igual que el pequeño Vito Corleone en la película, entre 1892 y 1924, unos dieciséis millones de personas pasaron por ella, a razón de cinco mil por día. Sólo un dos o tres por ciento era rechazado. No parece mucho, pero representa unas doscientas cincuenta mil personas. Y según consta, tres mil de ellas se suicidaron.
El emotivo relato de una médica argentina desde una guardia en España
En un pequeño libro de Georges Perec, Ellis Island (Libros del Zorzal, 2004, Buenos Aires), en el que vuelca sus impresiones tras realizar un documental sobre el tema para la televisión francesa, encontré algunos de estos datos. Según Perec, en 1917 se instauró un examen de alfabetización al que se sometía a los emigrantes y un control médico que consistía en un fondo de ojos. Por ambas pruebas, atendiendo la fecha, pasó mi abuelo.
Perec, en su libro, reproduce un poema de Sholem Aleihem, Hijo de Poeta y en algunos de sus versos da cuenta de esto: «Te llevan al 'Kestel-graten' (Castle Garden), te ponen en fila desnudo y te miran los ojos/si tienes los ojos sanos todo va bien. Si no, te obligan/a volver de donde vienes./Me parece que tengo los ojos sanos...".
Mi abuelo, cuya lengua materna era el catalán, solía contarme, una y otra vez, una curiosidad lingüística que le hacía gracia. El sustantivo ojo, en inglés, tiene una fonética similar a la de ajo en catalán: eye /aɪ/ y all (la ll en catalán se pronuncia como y griega).
Posiblemente la primera palabra que escuchó mi abuelo en inglés fue eyes: el médico quería mirar sus ojos. Imagino el pánico de no entender, de saber que te la estás jugando. Y puedo adivinar, también, su sonrisa después de pasar la prueba, eludir la cuarentena o, lo que era peor para él: la deportación que suponía regresar a la peste de la que había huido, la económica.
F.D.S./FF