INTERNACIONAL
Geopolítica infectada

Trump en tiempos de coronavirus: Adiós al America First

La pandemia redefinirá la presidencia del republicano. El desafío de cooperar con China para salir de la crisis puede resetear su política exterior.

President Trump Holds Press Conference With CDC Officials On Coronavirus
President Trump Holds Press Conference With CDC Officials On Coronavirus | Photographer: Tasos Katopodis/Getty Images North America

Donald Trump quedó al desnudo en la crisis del coronavirus. Según Foreign Policy, se trató del “peor fallo de inteligencia en la historia de Estados Unidos”. Al igual que en las vísperas del ataque a Pearl Harbor y del 11 de septiembre de 2001, las señales estaban ahí, para quien quisiera verlas. Un nuevo virus había emergido en diciembre en Wuhan y jaqueaba a Xi Jinping y el Partido Comunista chino, que, primero intentaron silenciar el brote, y luego ordenaron la cuarentena masiva de millones de personas. El presidente dijo que era una “gripe” que “milagrosamente desaparecería”. Más de 236 mil casos positivos y 5.600 muertos después, el republicano dejó atrás su deficitaria reacción inicial y entendió la amenaza que enfrentaba.

“Debido a nuestra “mentalidad Pearl Harbor” somos reacios a organizar una defensa adecuada hasta que sufrimos un ataque”, escribió Joseph Nye en La Paradoja del Poder Americano. Escrito en 2002, tras el derribo de las Torres Gemelas, algunos tramos del libro pueden ser releídos ahora en clave coronacrisis: “En un mundo donde las fronteras están convirtiéndose en más porosas que nunca para todo tipo de cosas, desde las drogas hasta enfermedades infecciosas hasta el terrorismo, estamos forzados a trabajar con otros países más allá de sus fronteras y dentro de las nuestras”. El profesor de la Universidad de Harvard sostiene que Estados Unidos no puede enfrentar en solitario problemas globales como el terrorismo, el cambio climático, la proliferación de armas de destrucción masiva y…. las pandemias.

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Aún hoy Nye postula la necesidad de cooperación entre su país y China. La superpotencia asiática y líder mundial en la producción de insumos sanitarios y farmacéuticos desplegó una intensa diplomacia del barbijo, donando y exportando guantes, mascarillas y respiradores a otros países. Confrontar en este momento con Xi Jinping no sólo menoscaba el interés global, sino también el interés nacional de Estados Unidos. Así parece haberlo entendido el presidente estadounidense, que suspendió por 90 días aranceles a importaciones de insumos médicos. La cooperación no está exenta de dificultades, en un contexto de disputa hegemónica, bipolaridad volátil e interdependencia negativa, como la definieron los internacionalistas Esteban Actis y Nicolás Creus. 

Para bien o para mal, el coronavirus redefinirá la presidencia de Trump. Cómo Estados Unidos enfrente la crisis sanitaria y cómo salga de la inevitable recesión económica serán las claves que determinarán no sólo el futuro político del republicano, sino también la preeminencia del país en la escena internacional. Su éxito o fracaso impactarán indefectiblemente en el poder duro y blando de Estados Unidos, entendiendo al primero como su supremacía militar y económica, y al segundo como el sistema de valores, creencias y cultura que transmite una imagen del país al exterior. Si el sistema de salud estadounidense colapsa y la economía encadena meses y años en rojo, su reputación internacional quedará severamente dañada. ¿Podrán otros países, tal vez China, robustecer su poder blando a expensas de Estados Unidos? ¿Qué efecto geopolítico tendría esa hipótesis sobre el orden internacional?

Pero no todo está perdido para Trump, un maestro a la hora de vender relatos, y para Estados Unidos, que dispone de un poder de fuego considerable para mantener su liderazgo. Washington ofrece un bien público global clave para gestionar la crisis económica: su moneda. La FED puede proveer la liquidez necesaria para evitar una crisis de deuda corporativa masiva. Paradójicamente, Trump depende más que nunca de la muñeca contracíclica de Jerome Powell y de la cooperación con China, dos de los blancos preferidos de sus dardos tuiteros.

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El carácter global de la crisis exigirá el abandono del unilateralismo que caracterizó su política exterior. La defección de Estados Unidos del orden internacional liberal que creó en la posguerra -y tanto critica hoy- termina siendo un tiro en el pie en plena pandemia. El America First y la mirada hacia dentro de Estados Unidos no van más. Si Washington quiere mantener su hegemonía, tiene que liderar. Y liderar, al contrario de lo que Trump piensa, no sólo implica obtener réditos, sino también pagar costos. Para seguir cuatro años más en la Casa Blanca, tendrá que cambiar el eslogan que lo llevó al poder. Si la pirueta tiene éxito, el nuevo lema puede llevar las mismas iniciales que el viejo: Make America Global Again.