La administración de Donald Trump anunció el martes un plan integral para acabar con el caos político de Venezuela y brindar alivio a sus 32 millones de ciudadanos. La propuesta es sensata, pero moderemos este optimismo con realismo: las dificultades de Estados Unidos con Venezuela preceden la crisis actual.
Cuando dirigí el Comando Sur de EE.UU. en Miami hace aproximadamente una década, mi mayor preocupación era Venezuela. El autócrata populista Hugo Chávez parecía imparable, dada la alta demanda mundial de petróleo y los proporcionales precios e ingresos. Se las arregló para crear una "marea rosa" de izquierda en América Latina, influyendo a países como Ecuador, Bolivia y Nicaragua con millones de dólares en ayuda.
Con el apoyo de Cuba y Rusia, construyó una influencia política significativa en toda la región, incluso con Brasil y Argentina, y obtuvo recompensas no solo derivadas del petróleo sino también del narcotráfico. Su círculo íntimo se enriqueció y reinó una profunda corrupción en lo que una vez fue una nación democrática. Era un esquema podrido, pero no lograba encontrar ninguna manera de destruirlo sin contemplar una operación militar, algo que no queríamos hacer en una región que conserva una antipatía real y comprensible hacia la intervención estadounidense.
Cómo han cambiado los tiempos... Chávez murió hace mucho ya, se apagó bajo la atención de los médicos cubanos que tanto enaltecía. Su desafortunado sucesor, el exconductor de autobús Nicolás Maduro, ha acabado con el país. Con la caída de los precios del petróleo, que ahora van en picada por el coronavirus y una disputa ruso-saudita sobre la gestión del suministro, Venezuela simplemente no es un Estado funcional. Millones han huido o viven como desplazados dentro de la nación en una situación cada vez más similar a Siria a orillas del mar Caribe. Es probable que Covid-19 destruya por completo un sistema de salud que ya es frágil.
Ante este panorama, EE.UU. ha intensificado sus esfuerzos para eliminar a Maduro a favor del líder opositor Juan Guaidó, quien encabeza la única institución que no está bajo el control de Maduro, la Asamblea Nacional.
La última táctica es una combinación entre acusar a Maduro por narcotráfico (algo que recuerda la remoción del autócrata panameño Manuel Noriega por cargos de drogas a fines de la década de 1980) y la propuesta de una nueva estructura política para romper el estancamiento entre el Gobierno y la oposición que ya ha durado un año. Esta última es el "incentivo", que crearía un Gobierno de transición bajo un nuevo "consejo de Estado" de cinco personas, cuatro de las cuales serían nombradas por la Asamblea Nacional y la quinta, un jefe de Estado nominal, que sería luego elegido por los primeros cuatro nombrados (Guaidó sería excluido del Consejo).
Este organismo gobernaría hasta que se pudieran celebrar nuevas elecciones antes de fin de año. La idea es crear espacio de negociaciones que sacarían cuidadosamente a Maduro, algo que todas las partes saben que es crucial para avanzar. El truco será lograr que el ejército venezolano se aleje del presidente y convencerlo de que puede llegar a un acuerdo con EE.UU. para trasladarse de manera segura a una linda hacienda en La Habana o una casa de campo a las afueras de Moscú. Según algunos informes, estuvo a punto de llegar a un acuerdo similar el año pasado, pero se retractó a último minuto por consejo de Rusia y Cuba. ¿Está dispuesto a aceptar este trato ahora?
Si bien la teoría parece plausible, hay un par de problemas espinosos. En primer lugar, todos en América Latina saben muy bien cómo terminó todo para Noriega. El dictador fue derrocado en 1989, extraditado a EE.UU. y pasó los últimos 20 años de su vida en cárceles de EE.UU., Francia y Panamá. Cuando trabajaba en el Comando Sur de EE.UU., muchos de los líderes militares de la región aludían a este ejemplo para mostrar cómo podrían terminar los tratos con EE.UU. Incluso con garantías robustas, Maduro no tiene la certeza de que Trump y el presidente Vladimir Putin, de Rusia, no harán las paces en lo relativo a Venezuela, y que enterrarán el hacha justo en su espalda.
En segundo lugar, el ejército aún no muestra señales serias de volverse en contra de Maduro, aunque a medida que la situación se torna aun más grave, esto podría cambiar.
Tercero, es probable que Rusia continúe respaldando a Maduro con la esperanza de generar influencia sobre EE.UU. en la eliminación de las sanciones a Moscú por la invasión de Ucrania. Si lograra un alivio en términos de sanciones, Putin cumpliría con uno de sus principales objetivos de política exterior.
Como de costumbre en América Latina, es una situación complicada. EE.UU. fue inteligente al proponer este nuevo acuerdo al régimen cada vez más inestable de Maduro. La clave para ejecutarlo será la aceptación del resto del hemisferio a través de la Organización de los Estados Americanos. Esto permitiría a Maduro una oportunidad realista de llegar a un escondite dorado en lugar de terminar como Muammar Qadaffi, de Libia, golpeado hasta la muerte en un desagüe por su propia gente. De igual manera, se lograría la aquiescencia rusa y se evitaría que toda esta iniciativa lleve la firma de EE.UU. Dado que toda la atención mundial se enfoca actualmente en el coronavirus, y en el efecto devastador que probablemente tendrá Covid-19 en el pueblo venezolano, puede que sea posible poner en marcha este plan.