COLUMNISTAS
Tiempos en pandemia

Comedia ligera

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Película. Les petits mouchoirs, de Guillaume Canet, que en España es Pequeñas mentiras sin importancia. | cedoc

Hace unos días una amiga me habló de la bahía de Arcachon, en la costa atlántica de Francia. Estuvo con su familia en Gujan-Mestras, una pequeña población famosa porque sus pobladores viven de la ostricultura y, en verano, del turismo. El mar entra por un resquicio de la bahía entre bancos de arena en perpetuo movimiento, y las embarcaciones queda ancladas en el barro cuando la marea baja. Todo el relato iba dirigido a los sentidos con el sabor de las ostras, a un precio ridículo allí, la luz clara del cielo sobre el océano, la suave temperatura del verano y el inevitable cruce de las imágenes del cine de Rohmer, al que recurrí, mientras la escuchaba, en la búsqueda de un marco para poder proyectar su narración. La evocación de ese verano, el suyo, era, precisamente, como ver una película, pero de las que se ruedan de manera doméstica y se miran en invierno, como el de ahora en Madrid, en una de cuyas tardes me habló de aquel verano. Días después me envió un whatsapp con las referencias del lugar y acotó que allí, en esa bahía, se había rodado una película, Les petits mouchoirs, de Guillaume Canet, que en España se tradujo como Pequeñas mentiras sin importancia. Allí podía ver el sitio.

Todo lo que me contó mi amiga fue envolvente, no con nostalgia, pero sí con el abrazo cálido, atemporal, que lleva pensar el verano bajo la luz invernal. Al rato de leer el whatsapp pensé, ¿habrán estado el verano pasado o el anterior? Si no fue el último verano tiene que haber sido antes de la pandemia. ¿Cuándo habrá sido? ¿Seguirá costando seis euros la docena de ostras, tal y como me contó?

Antes de la pandemia los síntomas de la disolución del tiempo se podían detectar sin demasiado esfuerzo. Ver durante un domingo, en cualquier plataforma, una o dos temporadas de una serie es un modo de suprimir el séptimo día. El espacio virtual diluye el espacio, lo satura de conexiones simultáneas y las respuestas inmediatas abren una fe ciega en las tecnologías que llevan a exigir esos atributos de eficacia al efecto instantáneo de un analgésico o la respuesta rápida a una demanda afectiva.

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Antes de que surgieran las vacunas contra el covid existía una creciente ansiedad entre los tiempos lógicos de la ciencia, la cual, de todos modos, las desarrolló en tiempo récord. Otro síntoma detectado durante la pandemia fue la demanda, ausente de toda lógica, de medicamentos para atenuar el dolor ante la muerte: la elaboración de un duelo es una espera que se ha vuelto insoportable. La satisfacción de la demanda de manera instantánea se requiere no ya a la máquina, sino al semejante, lo cual es perverso, o al destino, lo cual es estúpido.

Hasta la pandemia el tiempo se nos diluía entre las manos, como los relojes de Dalí; hoy la sensación es que están vacías.

Recordaba vagamente Pequeñas mentiras sin importancia; un grupo de amigos franceses pasan las vacaciones en la casa de uno de ellos en una aldea del mar. Comedia ligera con pinceladas de drama tímido, enredos, comidas interminables y días de sol también eternos. Algo, sin embargo, me había llamado la atención cuando la vi, hace unos diez años, y no podía recordar qué era. Hace unas noches la he vuelto a ver en una plataforma.

El recuerdo era fiel a las historias y el modo en que se cuentan. El tono melodramático sostiene todo el tejido de la trama con una galería de personajes dispares pero pertenecientes a la misma tribu urbana. Según avanzaba la película me iba llamando la atención el detalle, absolutamente conectado a nuestro pulso actual: diferentes dolores y una angustia intermitente que se busca atemperar de manera inmediata, más allá de cualquier lógica. La paciencia queda cancelada y la ansiedad personal es un derecho que el entorno debe soportar. De repente, la película se cierra con una muerte. Entonces, sí, se detiene al fin el tiempo o, mejor, recobra su ritmo.

Las muertes del covid, cuya cifra es alarmante, no consiguen el mismo efecto.

La comedia ligera es el género actual, pero sin un final, como la cinta de Moebius. No puede parar.

*Escritor y periodista.