Estos son algunos extractos de una columna de opinión que publicó el ex secretario de Estado Henry Kissinger en The Washington Post.
La mayoría de los chinos que conozco fuera del gobierno, y algunos dentro de él, parecen convencidos de que los Estados Unidos tratan de contener a China y constreñir su ascenso. Los pensadores estratégicos norteamericanos llaman la atención sobre el alcance global del crecimiento económico de China y la creciente capacidad de sus fuerzas militares.
La naturaleza de la globalización y el alcance de la tecnología moderna obliga a Estados Unidos y China a interactuar en todo el mundo. Una Guerra Fría entre ambos países llevaría a una elección internacional de bandos, extendiendo las controversias en la política interna de cada región en un momento en que cuestiones como la proliferación nuclear, el medio ambiente, la energía y el cambio climático requieren una solución global.
El conflicto no es inherente en el ascenso de una nación. Los Estados Unidos en el siglo XX es un ejemplo de un estado que logró la eminencia sin conflictos con los países dominantes. Tampoco fue inevitable el conflicto alemán-británico. Políticas irreflexivas y provocativas desempeñaron un rol en la transformación de la diplomacia europea en un juego de suma cero. Las relaciones sino-norteamericanas no necesitan tomar ese rumbo. En la mayoría de los temas de actualidad, los dos países cooperan adecuadamente. Sin embargo, los dos países adolecen de un concepto global de su interacción.
Eso no es un asunto sencillo. Ya que implica subordinar las aspiraciones nacionales con una visión de un orden global. Ni Estados Unidos ni China tienen experiencia en esta tarea. Cada uno asume sus valores nacionales a ser naciones únicas y de una especie a la que aspiran otros pueblos. Conciliar las dos versiones de excepcionalismo es el desafío más profundo de la relación sino-norteamericana.
Corea del Norte es un buen ejemplo de las diferencias de perspectiva entre ambos países. Estados Unidos se centra en la no proliferación de armas nucleares. China, que a la larga tiene más que temer que nosotros, hace hincapié en la proximidad. Le preocupa la confusión que podría suceder si las presiones sobre la no proliferación llevaran a la desintegración del régimen de Corea del Norte. Estados Unidos busca una solución concreta a un problema específico. China considera a esos resultados como un punto medio de una serie de retos relacionados entre sí, sin un final concreto, sobre el futuro del noreste de Asia. Para obtener un progreso real, la diplomacia con Corea necesita una base más amplia.
Con frecuencia, los estadounidenses hacen un llamado a China para que demuestre “responsabilidad internacional” y contribuya a la solución de un problema particular. La proposición de que China debe demostrar su buena fe es golpear a un país que considera que está incorporándose a un sistema internacional diseñado en su ausencia sobre la base de programas que no desarrolló.
La prueba del orden mundial está dada en la medida en que los contendientes se puedan tranquilizar mutuamente. En la relación estadounidense-china, la realidad es que ninguno de estos países será capaz de dominar al otro y que el conflicto entre ellos degastará a sus sociedades. ¿Pueden encontrar un marco conceptual para expresar esta realidad? Un concepto de una comunidad del Pacífico podría convertirse en un principio organizador del siglo XXI que evite la formación de bloques antagónicos. Para ello, se necesita un mecanismo de consulta que permita la elaboración de objetivos comunes a largo plazo y coordine las posiciones de los dos países en las conferencias internacionales. El objetivo debe ser crear una tradición de respeto y cooperación para que los sucesores de los líderes de esta reunión continúen construyendo un orden mundial que sea una empresa conjunta.