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el ECONOMISTA DE LA SEMANA

Conseguir nueva deuda no resuelve la falta de dólares

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Nuestra economía, desde el punto de vista externo, tiene dos clases de problemas: la necesidad de más dólares que los que podemos generar y la ausencia de incentivos para pesificar los ahorros dolarizados. Si bien ambos dilemas se atraviesan mutuamente, merecen ser distinguidos para dar paso a un abordaje que mensure dimensión e importancia.

El primero de los problemas, conocido como “restricción externa”, tiene un perfil estructural, puesto que la Argentina para su funcionamiento anual necesita más dólares que los que puede generar mediante exportaciones de bienes y servicios (ya sean reales o financieros). Esta problemática puede manejarse durante meses o incluso años –dependiendo de las circunstancias internas y externas–, pero más temprano que tarde debe ser resuelta. De lo contrario, la autonomía necesaria para desarrollarnos económicamente con integración productiva y social se vuelve quimera.

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Las exportaciones crecieron tanto en precios como en cantidades más del 205% entre 2001 y 2013. Sin embargo, las importaciones durante el mismo período pasaron de US$ 20.320 millones a US$ 73.656 millones (+263%). La explicación para esta tendencia radica en que, a medida que el PBI per cápita crece, el país requiere cada vez más productos importados de media y alta tecnología –sea para consumo (electrónicos) o para inversión (bienes de capital)–. De ahí que el déficit de manufacturas de origen industrial haya alcanzado el récord de US$ 34 mil millones el año pasado.

Lo anterior resulta útil para trazar un diagnóstico de superficie, pero ¿cuál es la raíz profunda del problema? Al no haberse registrado un cambio radical en la matriz productiva, el país mantiene la necesidad de generar divisas para financiar importaciones en función de su crecimiento. Para ponerlo en cifras duras: por cada punto que crece el producto, las importaciones lo hacen en torno al 3,5; cifra que puede bajar o subir dependiendo de otras cuestiones estructurales, como por ejemplo el autoabastecimiento energético.
La clave de este desacople está en el tipo de productos que se importan y exportan. Los países industriales con un elevado PBI per cápita también presentan un nivel de importaciones elevado, pero simultáneamente concentran y generan la mayor parte de la agregación de valor del producto. De ahí la necesidad imperiosa de generar un giro copernicano en la matriz productiva argentina si se quiere actuar de manera directa sobre la restricción de divisas.

Sin embargo, a pesar del contexto descripto, el resultado de la cuenta corriente argentina continúa siendo mucho mejor que el comparado con otros países de la región. Brasil, Colombia, Perú, Uruguay y México presentan un déficit de cuenta corriente superior al 3% del PIB, pero financiado con crédito internacional. Mientras tanto, con un déficit que en nuestro país no supera el 1% (aun tomando las cifras verdaderas de comercio exterior) los problemas en torno al tipo de cambio se multiplican (brecha cambiaria, cepo, entre otros).

La particularidad de la Argentina es que enfrenta un segundo problema, que podría calificarse como coyuntural, y que está condicionando aquí y ahora todas nuestras decisiones en materia económica y política: quienes poseen ahorros en pesos tienen mayores incentivos para dolarizarlos que para invertirlos financieramente en activos pesificados (salvo que éstos sigan al dólar…), y quienes tienen ahorros dolarizados no reciben incentivos para transformarlos en pesos. Este es un problema cuya solución implica abordajes complejos, ya que opera sobre la racionalidad más elemental de los inversores. En definitiva, esta cuestión termina imponiéndonos un corset de condiciones.

Para no sucumbir ante estos factores limitantes, se requiere un manejo de variables clave para la toma de decisiones, como la tasa de interés local (relativa a la tasa internacional), el tipo de cambio y, sobre todo, las expectativas de devaluación a futuro, donde tienen un gran peso la cantidad y la evolución de las reservas disponibles, el resultado de la cuenta corriente y, sobre todo, la capacidad de obtener financiamiento externo, y el sector externo se torna deficitario.

La reciente –y tardía– suba de la tasa de interés, si bien genera problemas de financiamiento al sector productivo, sobre todo pymes, muestra la importancia del manejo de estas variables.
La manifestación más evidente del cruce entre la cuestión coyuntural y las de tipo estructural es la necesidad de conseguir divisas que no tenemos o malgastar las que sí poseemos; dicho de otra forma, nos obliga a:
◆ entregar dólares que acumulamos previamente en las arcas públicas fruto del trabajo y la producción nacional; o bien
◆ obtener financiamiento externo para hacernos de las divisas que necesitamos por la brecha que los problemas mencionados generan.
¿Están relacionados estos dos problemas? Claramente pueden estarlo. Por ejemplo, la permanencia del déficit estructural en algún momento puede generar serias dudas sobre la capacidad del peso de conservar su valor en dólares, producir y acelerar las expectativas de devaluación de nuestra moneda y provocar una fuga de los ahorros hacia activos dolarizados, incluido el dólar mismo. Pero esto no quiere decir que siempre y necesariamente el problema coyuntural resulte ser una consecuencia del problema estructural. ¿Por qué? Porque sencillamente existen países que tienen el problema de la necesidad de generar divisas y no el de incentivar el ahorro en moneda nacional.

Teniendo en cuenta estos dos problemas, la coyuntura actual demanda comprender la importancia de resolver los temas financieros fomentando el ingreso de divisas por la cuenta de capital (deuda), pero que ello no soluciona los problemas externos de largo plazo que están relacionados con una política productiva integral.
Se debe trabajar en el corto plazo para minimizar los costos en materia de actividad y empleo. Una vez resueltos estos problemas –todavía factibles de ser administrados cuando se despeje el riesgo de default–, hay que dar espacio también a los temas que hacen a la agenda estructural, que en definitiva contribuirán a resolver genuinamente las crisis externas o de balance de pagos.