Como en toda transición, y sobre todo tratándose de una relativamente extensa como la que vive Argentina este año, el clima político y económico se mueve sobre el eje continuidad vs. cambio. Actores y electores van tomando posiciones y decisiones de acuerdo a cómo se entienda que se va a resolver ese dilema en las urnas. En la Argentina 2015, se va lentamente imponiendo una combinación de ambos términos de la ecuación.
En la última semana, los anuncios definitivos en torno a la listas fueron interpretados como señales mixtas. La incertidumbre modificó en parte las expectativas del mercado sobre el arreglo del frente externo (deuda) y el relajamiento de las restricciones cambiarias en base a ingreso de dólares. El resultado: un aumento de la brecha entre el dólar oficial y el ilegal, que llegó a 49,9% el jueves 25/6; casi 10 puntos porcentuales en comparación con dos semanas atrás. Lo que se observa es una incipiente recuperación en la dolarización de las carteras privadas en base a una menor expectativa de ingreso de dólares en 2016.
Sin embargo, se trata de un efecto moderado y también tiene límites concretos. La economía argentina tiene fortalezas y debilidades claras y que todos los actores relevantes comprenden más o menos bien; es de esperar que cualquier nuevo gobierno busque atacar las debilidades para consolidar su lugar.
La fragilidad cambiaria, por ejemplo, tiene bases económicas más que políticas y será una herencia para la próxima administración. Las reservas se han recuperado pero todavía están endebles: que el nivel de reservas actual sea suficiente o no para lo que viene depende de la política económica que se lleve adelante.
La aparente estabilización de la política de suba de tasas del BCRA y la mayor liquidez monetaria con cierta recuperación económica sin certidumbre sobre el flujo de dólares futuros contribuyen también al incipiente incremento de la brecha cambiaria. Esta, a su vez, puede volver a poner presión sobre el nivel de reservas en el mediano plazo.
Siguiendo esta línea, la disponibilidad de dólares sigue siendo un punto débil. Las exportaciones cayeron 19% en los primeros cinco meses del año. Si bien las reservas se recompusieron gracias a las emisiones de deuda soberana, los bonos emitidos por YPF y la activación de nuevos tramos del swap con China, al stock de reservas actual (que supera los US$ 33 mil millones) debe descontársele la deuda estimada por pagos atrasados de importaciones (que el Gobierno ha comenzado a liberar) y remisiones postergadas de utilidades y dividendos (que hoy incrementan los depósitos y el stock de Lebac y Nobac).
Tampoco el panorama internacional ayuda a las cuestiones cambiarias y financieras. La incertidumbre sobre una eventual suba de tasas por parte de la Reserva Federal de los Estados Unidos, si bien está lejos de encarecer o modificar demasiado las condiciones de acceso al financiamiento internacional, sí genera mayor presión al alza a las monedas de nuestros vecinos, lo que dificulta el manejo cambiario local. Pero, más allá de las cuestiones exógenas, el precio alto que paga hoy Argentina para financiarse en dólares se relaciona más con la persistencia de conflictos internos (cepo) y con el fallo a favor de los holdouts en el frente externo.
La economía es dinámica, y hemos aprendido que una recuperación significativa de la actividad aumentaría el consumo de importaciones y, por ende, la necesidad de dólares. Cuando la economía crece, se importa más. Más allá de la administración de comercio –DJAI, licencias u otras trabas fundamentales para resguardar el mercado interno frente a la competencia desleal–, el máximo nivel de importaciones coincide con el mejor año de consumo e inversión de la historia: 2011. Las importaciones per cápita pasaron de US$ 871 en 1998 a US$ 1.809 en 2011. Esto no es exclusivo de Argentina, sino que sucedió en toda la región dada la dependencia de productos importados de mayor tecnología. Hasta 2011, el consumo de importaciones se financiaba con más exportaciones (y mejores precios) de recursos naturales y exportaciones de bienes industriales con cierto dinamismo (con Brasil creciendo y sin déficit energético). Cuando los precios de materias primas y el comercio industrial dejaron de crecer, la región lo financió con apertura a los mercados internacionales de crédito. Argentina, en cambio, se amesetó. Por eso, 2014 muestra una caída de más de US$ 250 en las importaciones per cápita con respecto al máximo anterior.
El país cuenta con un conjunto de activos importantes: deuda en dólares reducida, un sector financiero líquido y la capacidad de reducir los spreads internos elevados; empresas, familias y bancos sin deuda, actividad económica estabilizada, entre otros. También existen riesgos latentes: pocas reservas, cepo y brecha cambiaria, inflación, tarifas (precios relativos). Cuánto ponderen los activos frente a los pasivos dependerá de las perspectivas y lo que ocurra efectivamente con la política económica.
La solución de fondo consiste en diseñar en serio una estrategia productiva. Inversión pública y privada en infraestructura y producción. Recurrir transitoriamente al financiamiento externo para lograr estabilizar la macro y recuperar la previsibilidad de crecimiento aunque sea moderado. Pero sobre todo, atender los temas micro y sectoriales. Esto es exportar más y mejor, y sustituir estratégicamente importaciones en sectores donde existe potencial (que son muchos). Si no vamos por este camino, con política crediticia, tributaria, comercial y compras públicas, entre otras, volveremos al péndulo que nos caracteriza como país: deuda para estabilizar el corto plazo sin transformar la estructura y luego un nuevo ciclo de ajuste. La clave, como siempre, es generar divisas genuinas.
*Economista jefe de CEU-UIA. Profesor UBA-UCES. Vicepresidente @SIDbaires. @diegocoatz