COLUMNISTAS
Cambio de época

Corre peronismo, corre

Las últimas elecciones mostraron que el Frente de Todos ha perdido la potencia de su representación social. Desafiado por izquierda, centro y derecha, su solidez electoral sufrió una gran erosión.

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Palabra. La del Presidente ha perdido su peso. La de la vicepresidenta es interpretada de forma a veces antagónica. | cedoc

“Corriendo para estar parado” es una canción fascinante de U2. Un drama si los hay, más allá de su forma poética. ¿Su significado? Escapar hacia adelante para sobrevivir. Escapar de una adicción sin resolver la adicción. 

El peronismo tiene una condición identitaria y, por qué no, una adicción: el poder. No en sentido burdo y simplista, pues todo espacio procura poder. El poder peronista incluye representaciones sociales potentes, gobernabilidad y pragmatismo. Peronismo son relaciones que sostienen, enredos que posibilitan, imbricaciones para acceder -al poder- y hacer -con el poder-.

Pero la mayoría de los argentinos votó en contra de un rumbo nacional. 33 % fue el voto agregado nacional del Frente de Todos. Si bien no se trata de un crack definitivo del peronismo, el Frente de Todos ha erosionado su solidez electoral, competida por izquierda, por el centro y por derecha. La relación de representación se quebró.

Momentos del peronismo. Desde Menem a Néstor Kirchner, luego Cristina Kirchner y ahora Alberto Fernández.

 

Peronismo: representación social, pragmatismo y gobernabilidad

Quiebre. El peronismo fue siempre un partido ofertista. Entiéndase, cargado de iniciativa y acción política, nada pulcro en ostentar el poder que ejerce. También, gestor preferente y solucionador de crisis. Ya en noviembre, una encuesta de la Consultora Zuban-Córdoba dejaba ver que el 62% de los argentinos creía que el peronismo no es necesariamente el mejor partido para salir de esta crisis. La relación simbólica con el ideario pragmático se quebró.

Momentos del peronismo. Desde Menem a Néstor Kirchner, luego Cristina Kirchner y ahora Alberto Fernández.

El presidente hace intentos por recrear su autoridad, enfrentando el desafío de mostrar iniciativa de gestión, diálogo y resultados. Si dijiste que ibas a hacer algo y lo hiciste, ganaste reputación. Con reputación, si pedís apoyo para algo más trascendente y cumpliste, ganaste credibilidad. Sólo con credibilidad (un acto racional atado al cumplimiento) se llega a la confianza (un estadio atado a los afectos más que a los hechos). Ni la confianza se gana sin lo previo, ni la confianza se mantiene para siempre.

En este contexto, el gobierno gestiona desde una posición de fragilidad porque ni siquiera arranca con reputación construida, pero pretendiendo confianza. Sus marcas son la falta de perspectiva y desaprobación, más la ausencia de un relato de mediano y largo plazo. Desde la recuperación de la democracia, pocos ciclos fueron verdaderamente formadores de agenda, constructores de época: el primer gobierno de Carlos Menem, el de Néstor Kirchner y el de Cristina en el periodo 2009-2012. El actual gobierno no lo es. 

Las tensiones internas están en pausa, agazapadas, muteadas

Momentos del peronismo. Desde Menem a Néstor Kirchner, luego Cristina Kirchner y ahora Alberto Fernández.

Las tensiones dentro del propio oficialismo para compatibilizar las distancias ideológicas internas, las más de las veces ocultas bajo una especie de autocensura, están en pausa, agazapadas, muteadas. Sólo pocas voces con libertad se expresan teorizando sobre nuevos rumbos posibles. La pretensión de unidad tampoco alcanza para mejorar y es ahí donde caben dos enfoques analíticos que obligan al peronismo a dejar de correr un rato o que, mientras se corre, considere estos aspectos. Uno, los recursos de poder. Dos, los cambios de época que explican las desigualdades.

Los recursos del poder. Episodios de endeblez en los liderazgos o inestabilidad institucional permitieron que María Matilde Ollier hablara de un patrón democrático sudamericano. Aparece así una secuencia: liderazgos presidenciales endebles e inestables generalmente son sucedidos por liderazgos delegativos, concentradores de poder. Y esta concentración es pertinente porque implica reconocer una forma de gobernar sostenida por tres vínculos: con los partidos políticos, con otros poderes estatales y con la sociedad. 

Mariano Fraschini, Santiago García y Nicolás Tereschuk fueron un poco más allá de esa proposición desarrollando la idea de “recursos de poder” para analizar los liderazgos. Descriptos sintéticamente, son seis: 

*Recursos de poder institucionales. Resaltan el control sobre el parlamento, sobre gobernadores e intendentes, fuerzas armadas y sobre el partido u organización política.

*Recursos sociales. Control o influencia sobre empresarios (también medios), sindicatos, movimientos sociales y grupos ilegales con dominio territorial.

*Recursos financieros. Deviene en el control de beneficios económicos, sea de recursos propios, empresas del Estado, así como ayuda del exterior.

Momentos del peronismo. Desde Menem a Néstor Kirchner, luego Cristina Kirchner y ahora Alberto Fernández.

*Recursos de estrategia política. Se sustentan en habilidades, destrezas del liderazgo para crear escenarios; maniobras políticas y canales de comunicación con la ciudadanía.

*El apoyo ciudadano como recurso. Habla del respaldo electoral, movilización de sus bases y popularidad.

*El recurso de poder internacional. Incrementar las relaciones, recibir apoyos, incorporarse a organismos supranacionales y diferentes acciones que mejoren su reputación internacional.

La desigualdad es mayor hoy que la que pregonaban las clases sociales

¿Qué ofrece de interesante el tránsito analítico por estos recursos? Poder comprender que el oficialismo, entendido en el liderazgo presidencial, tanto como en el espacio que ocupa el gobierno, tiene más carencias en cada uno de los recursos que potencias. En los seis. Y esto es una rareza para el peronismo, pero más que todo, una novedad que no se soluciona desde la experiencia histórica, sencillamente porque no se vivió. Bien podría ser este un problema coyuntural. Sí. Pero tiene tanta fuerza esta imagen de escasez de recursos que recuerda al fallecido consultor norteamericano Ralph Murphine cuando sostenía que “En política te puede ir bien siendo bueno, siendo correcto, pero nunca siendo ingenuo”. No tamizar estos recursos es un acto de ingenuidad, pero suena más a endeblez que a otra cosa.

Cambios de época y desigualdades. El peronismo asiste a una mala noticia hoy: sus orígenes son clasistas. Considerando a grandes nombres que lo han estudiado, como Manuel Mora y Araujo, Gino Germani, Tulio Alperín Donghi, César Tcach (entre tantos otros), sus orígenes tienen que ver con la representación “policlasista”, al decir de Peter Smith, como el apoyo popular constituido por una clase obrera industrial urbana, con un fuerte proceso migratorio interno, con la atención sobre un campesinado rural empobrecido. Pero también apoyado por fuertes núcleos de sectores conservadores del interior, aliados con sectores laboristas para derrotar al radicalismo especialmente en ese entonces. ¿Elementos transversales de esa organización? El partido político y los sindicatos. ¿Elementos que han perdido peso relativo en la actualidad? El partido político y los sindicatos. Ahí la mala noticia.

Es cierto que el peronismo ha tenido mutaciones contemporáneas que rompieron mucho su esencia identitaria constitutiva y ampliaron ostensiblemente los límites de la representación. El menemismo y el kirchnerismo fueron moviendo el imaginario -y los límites- en torno al espacio político. Mucho. Pero el problema es que la sociedad se mueve más rápido que lo que espacios puedan representar hoy.

Las clases y estamentos, citando al sociólogo francés Francois Dubet, existen, pero no con su peso ordenador histórico: “los sociólogos buscaban las desigualdades detrás de las clases sociales, en cambio, ahora, algunos buscan las clases sociales… detrás de las desigualdades”. Su influjo representador era tan potente que cualquier otra desigualdad quedaba relegada. Pero la sociedad mutó. 

Obreros. El peronismo es de origen clasista, pero las clases cambiaron y los sindicatos tienen mala imagen.

Las desigualdades son mucho mayores que las que las clases sociales pregonaban. Hay movimientos, hay niveles y privilegios dentro de iguales, hay incluidos y excluidos, hay mayoritarios y minoritarios, hay hombres, mujeres y otros géneros, hay generaciones, y hay, sobre todo, trayectorias muy individuales y subjetivas, únicas, irrepetibles, no estandarizadas, sobre estudios, trabajos, matrimonio, relaciones, y especialmente sobre el acceso al consumo. El consumo es una de las variables más potentes para desigualar. Y el consumo está atravesado por pertenencias de origen, sexualidades, empleos, edades, discapacidades. Las desigualdades son múltiples.

Despreciados, vulnerables, desiguales. El peronismo todavía sigue hablando a clases para confrontar frente a clases. Si dos tercios de la población no votó al Frente de Todos en la última elección legislativa, si perdió en 15 de 24 distritos (incluyendo los 5 más grandes) y la pobreza supera holgadamente el 40%, la matemática es muy generosa para demostrar que el peronismo no representa lo que dice o cree representar.

Cuando CFK habla, cada quien la interpreta como quiere

Por eso la representación está trastornada y ahí, en ese trastorno, los liderazgos peronistas no tienen claro a quién le hablan. Diría que, si el macrismo no existiese, su audiencia bajaría. Si los libertarios (sí, en masculino) no se constituyeran en un mojón ideológico sobre el que resulta muy fácil diferenciarse, el discurso sonaría menos estridente. Cuando CFK habla, es tal la polisemia de sus dichos que cada quien la interpreta como quiere (un cuarto cerca de la idolatría, tres cuartos espantados). Cuando Alberto Fernández habla, pocos lo escuchan y muchos menos lo decodifican producto de su hibridez identitaria. 

Dubet. El sociólogo francés advierte que las clases siguen existiendo, pero no con su peso ordenador histórico.

Dubet plantea el régimen de desigualdades múltiples o de la sumatoria de las múltiples desigualdades. El kirchnerismo supo representar algo de esas desigualdades en su apogeo. Ya no. Porque las representaciones mutan. La estabilidad es inercia partidaria. La representación se mueve con dinámicas sociales con más vértigo. La justicia social no está escrita. En términos del sociólogo danés Gøsta Esping Andersen, cada sociedad elabora una filosofía de la justicia social que interpreta las desigualdades y las injusticias en un momento dado. Los libertarios se apoderaron más de la representación de las desigualdades, aún promoviendo más desigualdades. Paradojas de época. 

Paradoja. Javier Milei, emergente de los llamados “libertarios”, que se apoderaron de la representación de las desigualdades, promoviendo más desigualdades. Paradojas de época.

Igualdad. ¿Y qué explica lo que es justo? Dubet arroja luz nuevamente: la “igualdad” (como faro a lo intolerable que resultan las desigualdades excesivas); el “mérito” (desigualdades que se explican por desconocer el esfuerzo, los talentos y la utilidad); y la “autonomía” (desigualdades que produce una dominación excesiva que genere trabas a cada rato). ¿El problema para el peronismo en esto? Que casi siempre se posa sobre la igualdad para defender lo justo, excluyendo o ignorando los otros dos principios que fueron arropados por las oposiciones. Y, por si fuera poco, sobre la “igualdad” se vivieron escándalos en pandemia que quitaron autoridad moral para proclamarla.Arrancaba con U2 y cierro con ellos. “¿Los estoy molestando?” Preguntaba Bono a la audiencia en concierto cuando denunciaba la injustica del apartheid. «No quiero molestarlos. ¡Está bien, Edge, play the blues!”. Sonaba “Silver and Gold”.

*Director de la Maestría en Comunicación Política de la Universidad Austral.