Al igual que con tantas cosas, y en verdad al igual que con todas, no existe una sola memoria sobre diciembre de 2001. Existen varias que, inexorablemente, en parte convergen y en parte divergen, o incluso entablan entre sí disputas explícitas o implícitas. El corralito, las asambleas barriales, los clubes de trueque, los piquetes, las cacerolas, el helicóptero, la seguidilla vertiginosa de presidentes de la nación. Para esa memoria plural y caleidoscópica, y eventualmente contradictoria, es un aporte fundamental la reedición de La comuna de Buenos Aires, de María Moreno (apareció en 2011 editado por Capital Intelectual y reaparece ahora editado por Random House).
¿Qué fue lo que pasó? ¿De qué forma lo recordamos? ¿Y de qué forma lo entendemos? Hay quienes evocan la emergencia hirviente de un levantamiento popular, lo llaman el Argentinazo, imprimen sobre esos hechos un tenor cuasi revolucionario. Hay quienes malician una conspiración desestabilizadora por parte del peronismo, azuzada felonamente desde lo profundo del Conurbano. Hay quienes detectan en lo ocurrido una nueva manifestación (no era la primera ni sería la última) de la inoperancia del radicalismo en funciones, agravada, y no atemperada, por la conformación estratégica de una alianza electoral con algunos que ya sabemos.
Recuerdos: la mirada perdida y opaca de Fernando de la Rúa, la mirada desorbitada y celeste de Domingo Felipe Cavallo, la serena promesa de Eduardo Duhalde para los que habían puesto dólares y querían recibir dólares, los puños golpeando las puertas impasibles del por entonces Banco de Boston, las noches de verano en las plazas del país entre aplausos y mociones. Recuerdos y, con los recuerdos, también olvidos. ¿A cuál de estas dos dimensiones han ido a parar los muertos que hubo esos días en los alrededores de Plaza de Mayo? ¿En qué plano de la memoria o de la amnesia se encuentran o se pierden aquellas víctimas de la represión del Estado?
La Justicia, ya lo sabemos, es habitualmente lentísima. Transcurre en un tiempo (un tiempo o un destiempo) tan suyo y tan ajeno que sus noticias parecen llegarnos desde muy lejos, desde un sitio remoto. El otro día, según se informó, la Cámara Federal de Casación Penal confirmó las condenas de Enrique Mathov (por entonces secretario de seguridad de la Alianza) y Enrique Santos (jefe por entonces de la Policía Federal) por los homicidios y las lesiones culposas de las que se los encontró responsables.
Los hechos ocurrieron en diciembre de 2001. El juicio comenzó en febrero de 2014 y terminó en mayo de 2016. Sus fallos pasaron a revisión. El año pasado fueron ratificados, pero sometiendo a revisión el monto de las penas establecidas. Casación acaba de expedirse al respecto.
Hay pasados que, siendo pasados, no dejan de habitar el presente.