Unos piensan que Daniel Scioli, mañana, saldrá del closet cristinista en el debate. O que se hará más kirchnerista. Se puede calzar cualquiera de las dos vestimentas, hacerse Kiss, difícilmente altere las tendencias: está retrasado para cualquier decisión. Más que ambiguo, cosecha tardía. Y poco imaginativo, a menos que alguien suponga que la creatividad política o publicitaria pasa por insultar a un posible socio (como hizo Kicillof con Massa), agraviar al titular de la Corte Suprema (como hizo Bonafini con Lorenzetti) o descalificar al médico Albino por pertenecer al Opus o al empresario Aranguren por haber trabajado en una empresa holandesa. Con esos elementos, para ciertos gustos puede lucirse en una porfía oral, no ganar una elección.
Nada diferente a un Mauricio Macri al que la fortuna le ha sonreído repentinamente en los últimos dos meses, quien aspira a que el resultado del duelo sea un empate, un cero a cero sin que nadie se lastime. Lo demás vendrá por añadidura, como si las tortillas –diría el General– se pudieran hacer sin romper los huevos. Es lo que trasciende de su personalidad, aunque haya quienes voceen una leyenda insinuante, cargada de intrigas, para sus primeros cien días de gobierno: no se olviden de Cristina, reza la misteriosa presunción de algunos. Creen que esa convicción escrita durará más o menos lo que les sirvió Menem a los Kirchner, casi un negocio. Salvo fenómenos extraños de la naturaleza, lo de mañana y lo del otro domingo ya parecen cerrados, resta contar y ver lo que vendrá en diciembre. Mientras, ocurren otros hechos que deben observarse, como si la memoria colectiva no reparase en ellos.
Por ejemplo, luego de las tomas de tierras y ocupaciones de viviendas en Merlo, esta semana, nadie recordó que desde ese territorio y bajo la tutela del mismo jefe político se movilizó gente, hubo saqueos a supermercados y protesta social contra Fernando de la Rúa en los finales de 2000 y albores de 2001. No fue, claro, el único lugar de la geografía bonaerense que produjo manifestaciones en contra de aquella administración aliancista, mucho menos la determinación de un solo personaje menor la que acabó con el gobierno constitucional: había otros mandantes. Aunque diferentes en el ejercicio, el episodio de antaño y el actual son advertencias de un mismo criterio: servirse de la calle, de su dominio y alboroto, para imponer una conveniencia política que no fue justamente la que decidió el sufragio popular. Siempre están los punteros para organizar esta maquinaria de reparto forzado, aprovechadores de la miseria y, mucho más, persiste la necesidad de ciudadanos excluidos que pugnan por dormir sobre la tierra cubiertos por un nailon.
Tal vez impide la relación histórica de estos hechos traumáticos, el Merlo de hoy con el de ayer, en cierta creencia general de que De la Rúa se escapó como Sobremonte: sin llevarse el tesoro, claro. Hasta lo dijo Cristina hace pocos días, al aludir a la imagen de aquella partida en helicóptero de la Casa Rosada, burlándose Ella y olvidando que a la otra viuda peronista, María Estela Martínez, los militares la sacaron del mismo modo. Es sospechosa tanta ligereza interpretativa: un episodio se reconoce como golpe de Estado y el otro, como la fuga de un gobierno incompetente (lo que no significa que fuera competente).
Nadie que tuvo protagonismo en aquellos años de la Alianza, principal o secundario, de dirigentes políticos a gobernadores, de empresarios a sindicalistas, ignora que la caída institucional obedeció a una trama mucho más elaborada en la que peronistas y radicales (léase Eduardo Duhalde y Raúl Alfonsín) no fueron ajenos. Se repitió luego, unos días después, cuando Adolfo Rodríguez Saá –empeñado con el gremialismo ortodoxo y organizaciones de derechos humanos– imaginó que su transición temporaria podía extenderse varios años. Cándido y voraz. Allí la confabulación, también con movimientos de protesta, fue mucho más expuesta y urgida, más tarde Duhalde terminó asumiendo bajo la advocación de Alfonsín: “Póngale el culo a la jeringa”.
Ningún complot, entonces, hubiera sido efectivo si alguien no hubiera ganado la calle. Hasta el desastre inclusive de provocar muertos en el idus de De la Rúa. Una incidencia funesta que trastornó luego a Néstor Kirchner en su gestión, atormentado con la posibilidad de que algún partido o sector ocupara la calle en su mandato, la escriturara en su contra. De ahí el pánico que le provocó la insurgencia del campo y su propósito manifiesto por generar sus propios núcleos sociales de apoyo. El matrimonio, por lo tanto, más allá de helicópteros y partidas, de lo que Ella declare en el balconcito de Julieta, sabe de aquellos acontecimientos no sólo por palpitarlos en platea preferencial, sino por una participación informativa que habilitaba Duhalde y en la cual los Kirchner eran más que privilegiados testigos.
Réplicas. Revisiones aparte o jueces paralizados en la pesquisa histórica, lo que interesa ahora es la eventual propagación de episodios semejantes al de Merlo, ingenuamente aceptado como una localización especial. Amén de ocupaciones, el retiro de algunos intendentes, la continuidad de otros, en la provincia de Buenos Aires se abre un espectro de presiones y negociaciones arduas en las que ganar la calle se vuelve fundamental. Es un ariete. Por disponer de cuerpos para todo servicio de reivindicación, hacer huelgas o paros, obtener subsidios, aportes para completar obras que suspendió el actual gobierno o, también, para pagar el aguinaldo. Como si los desposeídos de la provincia fueran una fuerza inaudita y amenazadora y no, como dice el Gobierno, apenas un mínimo porcentaje de la población.
Por ese distrito bonaerense, otra vez, habrá de pasar parte de los grandes conflictos del país, muchos de ellos, como los de Merlo de ayer y de hoy, complicados en la política y, según los vientos, interesados en apresurar o retardar acontecimientos de acuerdo a los dividendos. Nada parece cambiar aun en el cambio, y a la nueva gobernadora ya la reducen por linda, rica y joven, caracterización descalificadora de un intelectual del kirchnerismo que repite lo que tantos expresan (aun en el macrismo). Como si el resultado electoral tampoco modificara el intrínseco y reiterado pensamiento de que allí anida, todavía, el huevo de la serpiente. Preocupación para María Eugenia Vidal, más para quien ocupe la Casa Rosada.