Es indudable que al salir de esta emergencia, cualquiera sea su duración y las pérdidas que cause, el mundo enfrentará una crisis económica, política y social gravísima. Se compara esa situación con la posterior a la crisis de 2008, pero es más pertinente hacerlo con la de 1929 o la de finales del siglo XIX, que acabaron en guerras mundiales. Si ya antes de esta pandemia el mundo olía a pólvora, es predecible que los enfrentamientos militares y el terrorismo se agraven, con la posibilidad esta vez de que acabe oliendo a radiactividad y plagado de virus de guerra.
Ese extremo no es descartable, pero en cualquier caso la reducción de mercados al límite y el aumento de la pobreza acentuarán la tendencia actual a gobiernos autoritarios y líderes mesiánicos, unidos con variantes en el discurso de extrema derecha. Esa pólvora se huele ya hasta en los ejemplares países escandinavos.
Estos líderes y movimientos tenderán a confluir hacia el extremismo, apoyados en un discurso sustentado por datos de la realidad y en variantes de las exhibiciones del torso de Mussolini, mundializadas por la web. Que uno de estos personajes sea hoy presidente de la primera potencia mundial y haga sus exhibiciones por internet da idea de la magnitud del problema.
Al compás de sus crisis económicas, el republicanismo capitalista se viene desmoronando política y socialmente desde hace varias décadas. Conservadores y liberales fracasan reiterando sus recetas ante una crisis económica estructural: el capitalismo ya no es inclusivo. Los socialdemócratas, que al menos en teoría disponen de una alternativa superadora, también fracasan donde gobiernan, al aplicar recetas liberales o, a la moda del día, populistas. Total, que los “Estados de bienestar” se encuentran en proceso de disolución.
Esta pandemia reveló además que las dictaduras socialistas, hoy capitalistas, compiten con la ventaja de contar con sociedades bajo control, enormes mercados internos y un desarrollo científico y tecnológico igual y hasta superior al del capitalismo republicano. China está demostrando que controla eficazmente la pandemia; que dispone de recursos. Hasta exporta médicos y equipos sanitarios a varios países de Europa, además de sus aliados. Lo mismo hacen Rusia y hasta Cuba, el país pobre del sistema. Esto, mientras los países democráticos exhiben sus deficiencias. El ex “socialismo real” ratifica en esta crisis su superioridad actual en la competencia capitalista sobre el republicanismo conservador-liberal o populista. Basta comparar el crecimiento del PBI chino con los demás.
En esta crisis también aparecen prometedoras muestras de razón, de dejar a un lado las “grietas” ante el problema. En la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética acabó aliándose con los que serían sus enemigos durante la Guerra Fría. Hoy casi todos los países afectados, incluso Argentina, están dando un buen ejemplo de razonabilidad. La pregunta es si, la pandemia detrás, las democracias capitalistas seguirán aplicando las mismas fracasadas recetas económicas; si dispondrán de autoridad y recursos para enfrentar los previsibles, masivos y violentos conflictos sociales. Los ex países del “socialismo real” no tienen ese problema.
Para las repúblicas la opción será, pues, entre el socialismo democrático o abandonarse a la corriente neofascista. Por ejemplo, acabar con la corrupción, la economía en negro y los paraísos fiscales aportaría los fondos para enfrentar la crisis sin afectar la democracia. Al contrario, mejorándola, porque harán falta acuerdos políticos para una redistribución del ingreso que reactive las economías y atenúe los conflictos sociales. Los pobres no consumen; son un gasto y un problema para el Estado.
El problema es complejo y requiere muchísimo espacio, pero la intención aquí solo es enunciarlo; alertar del peligro que se cierne sobre el progreso civilizatorio y la sobrevivencia misma de la humanidad.
*Periodista y escritor.