Están quienes creen que no existe ninguna grieta en la sociedad argentina. Negacionistas que, en todo caso, la única división que perciben es la que separa a los honestos de los deshonestos (o variantes similares que posicionan al bien de un lado y al mal del otro).
También están los que reconocen que existe una grieta que expresa a sectores extremadamente opuestos, y consideran que la única forma de cerrarla es imponer desde uno de sus lados las razones al que está del lado de enfrente. Como los que piensan así creen que la razón está de su lado, suponen que los beneficiosos resultados de sus acciones terminarán por derramar bienestar sobre todos y así se cerrará la histórica grieta.
Estos no son negacionistas, pero sí consideran que la grieta es una construcción provocada por la representación política del otro. Ese “otro” al que hay que vencer (el kirchnerismo o el “neoliberalismo salvaje”) mantiene engañada a una parte de la población a la que habrá que convencer con acciones y resultados concretos. No negociando con sus líderes.
Esta columna no es para hablar de los que creen que no habrá forma de resolver los problemas más graves de la Argentina, si antes no se generan puentes de diálogo en los que se sienta incluida, aunque no toda, una mayoría social ampliada.
La palabra “todo” está en la campaña de los tres. Pero el todo de cada uno, no incluye al de los otros
De los 70 a hoy. Cristina Kirchner, Patricia Bullrich y Javier Milei son los dirigentes más relevantes entre aquellos que sostienen que la grieta se resuelve imponiendo un plan de gobierno exitoso que les demuestre a todos que el progreso colectivo depende de un líder que sabe lo que hace. No pretenden negociar, sino ejecutar.
Cristina y Bullrich se formaron culturalmente en un setentismo ideologizado y asertivo. Ambas estuvieron relacionadas afectivamente con personas que militaban en el peronismo revolucionario y, en el caso de la candidata del PRO, ella misma estuvo cerca de la propia estructura de Montoneros. Lo que aprendieron durante sus juventudes y repitieron siempre, fueron las formas fuertes típicas de una modernidad militarizada en donde la grieta se resolvía a tiros y la duda era considerada una desviación pequeño-burguesa.
Los años y la posmodernidad les pegaron distinto a cada una.
Cristina tradujo aquel setentismo en gobiernos más o menos heterodoxos (algunos de estricto cumplimiento fiscal y pago de deuda al FMI) en los que, de aquellos 70, sólo quedó el relato épico. Bullrich mudó de partidos y de cargos públicos y se volvió muy crítica del activismo de su juventud, pero mantuvo el mismo nivel de entrega, verticalismo y ejecutividad características de aquellas estructuras armadas.
El “todo o nada” de Bullrich y el “vamos por todo” de CFK se podrían unir en “Vamos por todo o nada”
Pero ambas conservan el estilo de comunicación característico de las míticas tribunas peronistas de los 70: una oratoria masculinizada heredada del machismo partidario, una agresiva gestualidad para simbolizar convicciones inalterables y la constante identificación de adversarios a los que vencer.
Física y metafísica. Son la cara opuesta a la manera de relatar la política que caracteriza a Rodríguez Larreta y Massa (y también a Macri). Aunque en tiempos de campaña todos tienden a parecerse, la naturaleza de estos es a la desideologización del discurso, al pragmatismo de la gestión y a cierta lógica empresarial para pensar los manejos del Estado. Ellos privilegian la física. Ellas, la metafísica.
El “todo o nada” de la campaña de Bullrich (consigna guerrillera setentista) es el “vamos por todo” de las viejas campañas de Cristina. Unidas, darían el “vamos por todo o nada”.
“Todo” viene del latín “totus”, que significa entero. De allí también surgen palabras como totalitario y totalitarismo. En hebreo bíblico se expresa como “Kol” y también significa completo y totalidad. Y como verbo, adquiere el sentido de “completa perfección”.
El todo tiene la perfecta completitud de que afuera de ello no hay nada. En matemáticas, los números enteros son sencillos y redondos. Las fracciones son siempre más complicadas.
El problema es que la realidad (la política, la economía) es fraccional y compleja.
De allí la incertidumbre de lo que pueda pasar si el todo de los unos no coincide con el todo de los otros. O sea, si los millones de personas que siguen la voz de Cristina no están contemplados por el “todo” de los millones de personas que seguirán en las urnas la voz de Patricia. O viceversa.
Qué pasaría entonces si el plan totalizador de un candidato, aun bienintencionado, choca con millones de personas que por sentirse afectados por él o por seguir la voz de su líder, deciden rechazarlo.
(C + B)2 = M. Los relatos fuertes y totalizadores de Cristina y Bullrich le hablan a sectores sociales que tienen en común la urgencia por salir del empobrecimiento de la última década.
El de Cristina (que intenta trasplantar en el Massa de campaña) presenta el obstáculo discursivo de que ella responsabiliza a su mismo gobierno de ser en parte responsable de ese padecimiento. El relato fuerte de Bullrich también enfrenta su propia contradicción: la cuota de deterioro económico que el macrismo le aportó a la sociedad durante su gestión.
Pero este duelo electoral entre las mejores representaciones de la grieta, se conmocionó con la aparición de alguien que cree que la urgencia de aquellos sectores sociales requiere profundizar más la grieta hasta hacerla estallar.
Javier Milei también recurre permanentemente a la palabra todo (“todos los políticos son casta”, “todos los impuestos son un robo”, “toda la intervención estatal es violenta”). En su caso, el “todo” tiene el agregado de ser un designio divino, porque está convencido de que fue Dios en su perfecta completitud el que le asignó la misión de ser Presidente para vencer al “maligno”, que él encarna en cualquiera que se interponga en su camino.
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Milei es Cristina más Bullrich al cuadrado. Él no fue formado en la dureza militante de los setenta, pero es un producto natural de una hipermodernidad que vino a cuestionar a la modernidad y a la posmodernidad a la vez. En su caso, la respuesta al malestar con el sistema es el anarco capitalismo al que él le suma su particular extravío esotérico.
Su asertividad, gestualidad y agresividad discursiva son más extremas que las de Cristina y Bullrich, porque interpreta mejor que ellas la desesperación de quienes no confían en quienes ya fueron poder. A los millones de personas que lo votarán no les preocupa si vende candidaturas o si está loco. En cualquier caso, parecen preferir a un loco por conocer que a los locos conocidos.
Anti “new deal”. En un mes se sabrá si el tono y la presencia cristinista que Massa le agregue a su campaña le habrán sumado o restado votos, si la dureza de Bullrich habrá sido más convincente que la flexibilidad negociadora de Larreta y a qué porcentaje de la sociedad seducirá el discurso borderline de Milei.
Son tres expresiones distintas de la misma frustración argentina.
Otros creen que el denominador común de ese fracaso fue la incapacidad de los últimos gobiernos para convocar a un “new deal”, un nuevo acuerdo mayoritario de convivencia y sustentabilidad económica.
Ellos no. Ellas y él están convencidos de que se fracasó porque se debió ser más duro para imponerle al otro (al neoliberalismo salvaje, al populismo kirchnerista, a la casta) las condiciones para una rendición definitiva.
Por eso ahora están decididos a ir por todo.