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jugar a fondo

Cristina, la última jacobina

La vicepresidenta es el emergente de una identidad política a la vieja usanza, en una era de identidades débiles y fluctuantes.

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Cristina Fernández. | Pablo Temes

Cuando en 1953 Zhou Enlai, el primer ministro chino, participaba en Ginebra en las negociaciones de paz que debían poner fin a la guerra de Corea, un periodista francés le preguntó qué pensaba de la Revolución Francesa, a lo que respondió: “Todavía es muy pronto para decirlo”.

Así el filósofo esloveno Slavoj Žižek inicia uno de sus libros menos conocidos: Robespierre. Virtud y terror (AKAL, 2010), donde revisita precisamente uno de los episodios más resonantes de la historia de Occidente.

El bien y el mal definen por penal. Uno de los personajes más destacados de la revolución de 1789 fue Maximilien Robespierre, abogado de desposeídos en Arrás, Francia. En la historia de Robespierre, Žižek muestra a un personaje paradójico que inicia su trayectoria como político moderado y contrario a la pena de muerte y que termina siendo diputado de los Estados Generales (que ponen fin a la monarquía) y del Comité de Salvación Pública, donde, guillotina mediante, terminó popularizando la expresión “ver caer cabezas”. Žižek rescata un párrafo escrito por el propio Robespierre: “Castigar a los opresores de la humanidad es clemencia; perdonarlos es barbarie. El rigor de los tiranos no tiene otro principio que el propio rigor, mientras que el del gobierno republicano se basa en la benevolencia”. Aquí Robespierre funda el carácter universal y contradictorio de su “revolución del bien”.

Cristina Kirchner es un emergente particular de una lógica universal como líder de un espacio político en un contexto completamente diferente a las revoluciones de siglos pasados: ahora las cabezas solo caen en el sentido simbólico. Más allá de eso, el kirchnerismo se constituyó como una identidad política a la vieja usanza en una era de identidades débiles y fluctuantes. Hoy cabe preguntarse si esa identidad podrá sobrevivir a sus fundadores como sucedió con el peronismo. Curiosamente, eso es lo que inesperadamente se puso en juego en una elección menor como las PASO del 12 de septiembre.

Ya van a ser casi seis años desde que Cristina Kirchner abandonó su segunda presidencia, sin perder la centralidad política como no pasó ni con Carlos Menem, quizás el presidente que más poder tuvo en la historia argentina junto con Julio Argentino Roca. Esa centralidad la logró en buena parte por su habilidad de colocarse siempre en el polo antagónico con el macrismo, la otra fuerza emergente de la crisis de 2001. Pero ese polo se basó en la materialidad de su peso electoral, sus seguidores. Aun perdiendo la elección para senadora de 2017 en la soledad de Unidad Ciudadana obtuvo 3.529.900 votos, mientras que Victoria Tolosa Paz con todo el oficialismo nacional y provincial a su favor solo logró 2.789.022 votos. Esa es la principal razón de su furia la semana siguiente a las primarias. ¿Su base material se está esfumando? ¿Su figura se eclipsa luego de casi 25 años de protagonismo?

El juego de las lágrimas. La ex presidenta ya venía marcando diferencias con la gestión de Alberto Fernández desde hace un año y de esta forma había logrado imponer a Jorge Ferraresi, en el Ministerio de Desarrollo Territorial y Hábitat, y recientemente instalar a Martín Soria en Justicia y Derechos Humanos desplazando a la histórica socia del presidente Marcela Losardo. El otro motivo que se comenta en voz baja que la llevó a casi quemar las naves del Frente de Todos es que su presencia en la noche electoral se vio influida por los datos que habría recibido y que hablaban de un triunfo marcado de su espacio. Esto que genera dos nuevos interrogantes: ¿Cristina no contaba con datos propios? O en todo caso, ¿perdió la sensibilidad de lo que marca la calle? Sin embargo, su arremetida para que Alberto Fernández cambie a todo el gabinete nacional (en particular a los funcionarios económicos) fue a fondo y se encontró con otro abismo: su posición radical no encontró el consenso que esperaba. Muchos funcionarios y dirigentes cercanos mostraron dudas frente a la acometida. También chocaba con la investidura presidencial de su apadrinado. No pocos pensaron que la derrota electoral no justificaba tal debilitamiento del Frente y de la figura del Presidente. Que lo haya invitado a la inusual fórmula presidencial de 2019 no le generaba las prerrogativas del caso. Dicho de otra forma, el proverbio “Dios aprieta, pero no ahorca” es basa en la premisa de que Dios no necesita ahorcar.

Por un segundo, el efecto de la movida personal de la vicepresidenta se constituyó en su contrario dialéctico. Estaba fundando sin querer el “albertismo”. La famosa carta del jueves 16 de septiembre en el entrelineado exponía sus debilidades: “Durante el año 2021 tuve 19 reuniones de trabajo en Olivos con el presidente de la Nación. Nos vemos allí y no en la Casa Rosada a propuesta mía y con la intención de evitar cualquier tipo de especulación y operación mediática de desgaste institucional”, planteaba la vicepresidenta. Diecinueve reuniones de trabajo sin una comunicación oficial.  

¿Vamos a ganar? En un párrafo siguiente CFK continúa diciendo que en las reuniones previas había señalado “que creía que se estaba llevando a cabo una política de ajuste fiscal equivocada y… esto iba a tener consecuencias electorales” … “la respuesta siempre fue que no era así, que estaba equivocada y que, de acuerdo a las encuestas, íbamos a ganar ‘muy bien’ las elecciones. Mi respuesta, invariablemente, era ‘no leo encuestas… leo economía y política y trato de ver la realidad’”. Esto responde la pregunta de arriba, no lee encuestas. Más adelante apunta directamente sus cañones al corazón de la cuestión: “Sin embargo, ahora, al día siguiente de semejante catástrofe política, uno escuchaba a algunos funcionarios y parecía que en este país no había pasado nada, fingiendo normalidad y, sobre todo, atornillándose a los sillones. ¿En serio creen que no es necesario, después de semejante derrota, presentar públicamente las renuncias…?”.

Los cambios en el gabinete trajeron una paz provisional. El Gobierno anunció una batería de medidas: “Poner plata en los bolsillos” mientras el nuevo jefe de Gabinete propone reuniones a las 7.30. La última pregunta es si la suerte está echada o hay chances para revertir la derrota. Todavía no hay respuesta.

Sociólogo @cfdeangelis