Una parte significativa de los mil millones de dólares que Cristóbal López no le pagó a la AFIP la usó para comprar medios. Se podría decir que no habría sido posible una cosa sin la otra: no hubiera tenido el dinero para comprar medios sin lo que dejó de pagarle a la AFIP y tampoco podría haber logrado mantener oculto su tratamiento preferencial en la AFIP sin la protección que le dieron sus medios frente a otros medios y periodistas. Probablemente sólo ganó tiempo y terminó empeorando.
Un banquero, buen conocedor de Cristóbal por haber sido su cliente, dijo cuando todavía Cristina era presidenta: “Contrariamente a lo que se cree, el mejor negocio de Cristóbal fue comprar medios, aunque los haya pagado bastante más de lo que valían y fueran deficitarios, porque si no hubiera tenido medios habría sufrido desde 2013 la misma exposición crítica de Lázaro Báez y ya estaría preso”.
Sorprendía que sólo los medios gráficos –especialmente los diarios La Nación y PERFIL y la revista Noticias– hicieran la misma cantidad de notas sobre Cristóbal López que sobre Lázaro Báez mientras que periodistas televisivos de investigación, que tanto foco hacían en todo tipo de denuncias sobre el kirchnerismo, se “olvidaran” de Cristóbal López y lo poco que hicieran fuera sobre el juego en general para cubrir las apariencias. Ahora que se anunció la salida de Cristóbal López de los medios y que cayó en desgracia, hacen todo lo que no hicieron antes.
Con el dinero de la AFIP, Cristóbal López compró medios por alrededor de 250 millones de dólares sumando los de Daniel Hadad, la productora de Marcelo Tinelli, el diario Ambito Financiero, y las productoras Pensado para Televisión (Diego Gvirtz) y La Corte. Estas dos últimas empresas no tenían tradición en la industria de medios porque nacieron por y para el kirchnerismo (en el caso de Ambito Financiero, había fallecido Julio Ramos). Pero Hadad y Tinelli sí eran jugadores permanentes y por eso mismo fueron sus compras a ellos las más emblemáticas.
En Estados Unidos se explica que cuando los dueños de The Washington Post (los herederos de Katharine Graham) decidieron vender su diario podrían haber obtenido mucho más dinero si, en lugar de vendérselo al dueño de Amazon, lo hubieran negociado con el representante de un magnate ruso o chino o un norteamericano que precisase mejorar su mala reputación, para quien un medio de esa importancia sería una especie de blanqueador. Pero prefirieron entregárselo a un emprendedor norteamericano del mundo digital como Jeff Bezos, quien contaba con antecedentes como para hacer crecer a The Washington Post en la lógica del siglo XXI y mantenerlo vigente cumpliendo los mismos principios periodísticos.
Algo similar sucedió hace dos años con Editorial Abril de Brasil cuando vendió su señal de televisión en San Pablo y se autolimitó a que no fuera a ninguna de la nuevas iglesias, que pagaban mucho más, porque utilizan los medios para captar fieles, que luego aportan su diezmo. Y prefirió venderle su señal a una persona de trayectoria en la televisión de ese país.
Para que Cristóbal López haya podido acumular tantos medios fue necesario no sólo el dinero de la AFIP sino también la voluntad de quienes eran dueños de esos medios de vendérselos a alguien como Cristóbal López, sobre quien era público para qué los compraba.
Quizá resulte extraño para el mundo del comercio, donde los bienes se venden al que mejor pague, pero en una sociedad evolucionada se aspira a que quienes se dediquen a los medios tengan algunos valores que trasciendan, aunque sea en una mínima proporción, la sola maximización de los beneficios, y mucho más en aquellos que han dedicado toda su vida a los medios.
Es cierto que existen empresarios especializados en ser desarrolladores de negocios: compran empresas para mejorarlas o lanzan nuevas para instalarlas y luego las venden a quienes las continúen porque su especialidad es agregar valor inicial. Pero no debería ser lo mismo con los medios de comunicación, que tienen una incidencia social distinta a la mayoría de las actividades sólo productivas. Por el contrario, ser un desarrollador de medios para ser vendidos a quienes los utilicen para otros fines es como ser un fabricante de armas para venderle a ejércitos de mercenarios.
Después de la crisis de 2001, Héctor Magnetto explicó que había decidido profundizar la alianza estratégica de Clarín con los accionistas del diario La Nación, iniciada muchos años antes en Papel Prensa, comprando juntos a fines de los años 90 los diarios La Voz del Interior de Córdoba y Los Andes de Mendoza, los principales de esas provincias, porque la nueva generación de accionistas de La Nación había demostrado que no iba a vender su empresa, al cruzar la peor crisis económica, sin ceder a las presiones y ofertas por entonces del CEI y Raúl Moneta, quitándole a Clarín el temor de poder encontrarse con un socio hostil que le entrara por la ventana. Por eso mismo, cuando Cristóbal López compró Ideas del Sur, Clarín –aun siendo minoritario y sin decisión sobre la venta– decidió irse, dejando a Tinelli y a su representante como únicos socios del comprador.
Cada ciclo tiene su aspirante a manipulador de medios: Yabrán, Moneta, Cristóbal López y sus distintas formas de pretender influir sobre el periodismo. El tiempo, como gran escultor, termina exhibiendo quién es quién.