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ECONOMISTA DE LA SEMANA

Cuando el camino se confunde con la llegada

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Soluciones. Se necesitan certezas para cambiar el dólar por el peso. | cedoc

Hace muchos años que la economía argentina padece una crisis de confianza. En 2018 y 2019, este problema se expresó a través de sucesivos saltos cambiarios, que terminaron con la vuelta del cepo hace poco más de un año. En el mismo sentido, las dudas sobre nuestro futuro nos excluyeron de los mercados de crédito privados dejándonos sin financiamiento y a las puertas de una crisis de deuda, recién ahora en vías de empezar a solucionarse.

Casi todos los economistas acordamos que es necesario recuperar la confianza para, de esta manera, calmar las distintas tensiones que aquejan a nuestro país: la huida constante del peso que genera presiones cambiarias siempre latentes y el financiamiento con emisión de un Estado en rojo. Asimismo, para estimular a una inversión que lidere un crecimiento genuino y sostenible es necesario el mismo concepto: confianza.

Ahora bien, y acá empiezan los problemas, ¿cómo se logra la bendita confianza? ¿hay una confianza económica o de mercado que choca con las necesidades políticas? ¿hay una confianza de corto plazo que choca con la confianza de mediano plazo? ¿qué corresponde priorizar? Algo de todo esto intentaré contestar en lo que sigue.

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La primera respuesta, y perdón si desilusiono a alguien, es que no sé cómo lograr la confianza. Si bien tengo algunas ideas, ninguna de ellas tiene el éxito garantizado. Los economistas solemos comprender mucho mejor qué no pasará -si se adoptan determinadas políticas, no se recuperará la actividad, no bajará la inflación, etc.-, respecto de qué sí sucederá. Es decir, que no sabemos cómo hacerlo, pero sí sabemos cómo no hay que hacerlo.

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Salteada la primera pregunta, pasaré entonces a la segunda: algunas medidas y cambios, que podrían mejorar las expectativas del “mercado”, chocan con una restricción político-social. Si bien algo de esto ya se expresó hace algunos años en la discusión entre shock y gradualismo, no perdió vigencia.

Por caso, producto de la pandemia y la crisis que arrastraba la economía argentina de 2018 y 2019, 2020 nos dejará la peor caída histórica del PBI en más de treinta años. ¿Qué tiene que hacer el Estado Nacional ante semejante crisis? Salir a gastar, para impulsar la demanda en el corto plazo, aún al costo de deteriorar a las cuentas fiscales o, por el contrario, cuidar al erario público, convalidando un mayor desplome de la economía en el futuro inmediato. Como se observa, ambas decisiones tienen pros y contras, y ninguna está excluida de efectos no deseados.

Algo similar sucede cuando pensamos las cosas en términos de economía política. Muchas veces, las medidas que mejoran las chances electorales de cualquier oficialismo van en contra de aquellas de “consolidación económica” que exige o demanda el mercado para volver a confiar. Ahora bien, y en sentido contrario, muchas veces la estabilidad política funciona como un activo económico, sumando previsibilidad al mediano plazo. Asumir que ciertas políticas persistirán a lo largo de los años, alienta las inversiones de largo plazo, casualmente, aquellas que poseen mayores externalidades positivas y que hace bastante escasean en nuestro país.

En la misma línea, aparecen los interrogantes cambiarios y fiscales, íntimamente relacionados. Está claro que los controles a la compra de divisas no son deseables, así como no lo es el rojo fiscal. No obstante, nuestro país tiene ambos: peor es una devaluación constante de la moneda y que el Estado “se corra” en un momento de depresión del sector privado, asumen los hacedores de política, en su búsqueda por minimizar daños, que es muy distinto a maximizar beneficios.

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Divisas. Para resolver los problemas cambiarios, hay dos opciones: reducir la demanda de divisas o apuntalar la oferta. En el primer caso, considerando que las importaciones de bienes y servicios están en mínimos, que el cepo no deja a casi nadie ahorrar en dólares y que por la pandemia el turismo internacional casi no existe, parece no estar la solución. Por el lado de la oferta, hay tres alternativas: impulsar las exportaciones, alentar la llegada de inversiones externas o el ingreso de capitales financieros. En este mundo pandémico, las salidas uno y dos parecen bloqueadas. La tercera opción se configura entonces como la única viable en el corto plazo.

Ahora bien, para volver a financiarnos, el mercado nos exige solucionar, entre otras cosas, los problemas fiscales. No obstante, esto parece inviable políticamente, al menos, en el corto plazo, casualmente cuando necesitamos los dólares. Por lo tanto, otra vez tenemos inconsistencias temporales y límites de economía política que impiden llevar adelante algunos cambios que, en términos teóricos y abstractos, nos ayudarían a recuperar cierta confianza.

La economía argentina presenta múltiples problemas y, por lo tanto, múltiples soluciones posibles. Reestablecer la confianza es el prerrequisito para que se recupere la actividad, baje la inflación y que dejemos de huir del peso y refugiarnos en el dólar; en suma, es el prerrequisito para ir hacia una economía más deseable. El problema es que reestablecer la confianza es el punto de llegada: la misma es una de las pocas certezas lineales y unilaterales que tenemos los economistas -más confianza siempre es mejor que menos-, pero en el tránsito hacia ese destino están los problemas y los inconvenientes. No hay una sola forma de generar confianza, y por cada propuesta que hay, existe también un contratiempo.

Es necesario generar confianza. Sí, el problema es cómo.

* Economista jefe de Ecolatina