En una semana marcada por el Día del Trabajador, la Feria del Libro y el estreno de El Eternauta en Netflix, las redes se llenaron de imágenes que no existen. Personas posando en calles de Tokio, aunque no salieron de su barrio. Retratos con estética de animé o ciencia ficción. Buenos Aires editada como si fuera París. O un mate en el balcón con luces de neón y un filtro ciberpunk.
Mientras la economía se enfría, el deseo se recalienta. Ajuste, recesión, servicios impagables, estanflación en Estados Unidos que arrastra los mercados. Y en paralelo, tecnología como anestesia: la IA se vuelve un parche emocional. Un modo de convertir angustia en algo compartible. Un poco más lindo. Un poco menos crudo.
Ya no es solo mostrar una vida mejor. Es sostenerse. Las apps que generan imágenes con texto se volvieron refugio. Cuando lo real se vuelve hostil, la imaginación se convierte en defensa. A veces no es escapismo. Es instinto. Un acto silencioso de autocuidado frente al vértigo de las noticias, los precios y las preguntas sin respuesta.
Antes, crear con ese nivel de complejidad requería herramientas, tiempo, formación. Hoy alcanza con escribir un buen prompt y dejar que la máquina transforme la frustración en postal. Algo así como convertir una crisis en estética. Un loop de simulación que nos da calma cuando no hay respuestas.
Las imágenes se ven hermosas. Eso es innegable. Pero el trasfondo, no siempre. Lo que antes se resolvía hablando o escribiendo hoy se renderiza. Lo afectivo también se pixeló. Lo que parecía juego se volvió síntoma: una cultura cómoda con lo simulado e impaciente con lo real.
No se trata de demonizar. Ni de festejar sin pensar. Se trata de observar. Porque en esta Argentina de 2025, la IA no se usa solo para innovar. Se usa para aguantar.
La IA se vuelve un parche emocional: convertir la angustia en algo más lindo
Lo vemos también en otros planos: CV hechos por IA, menús semanales, ideas para entretener a tus hijos. Estudiantes que preguntan cómo explicarle el país a alguien que se fue. Y en ese mismo feed donde hay memes sobre Milei, consejos contra la inflación y frases de Cortázar, aparece alguien como personaje de Miyazaki. O en modo astronauta. La belleza digital se volvió un salvavidas emocional. Aunque dure segundos.
La Feria del Libro también refleja esto. Llena de gente, libros, ideas. Y también de recorridos sin compra. De selfies en stands. De búsqueda de pertenencia aunque sea por unas horas. Hay algo hermoso y algo triste en eso. Gente que se acerca a un libro no solo por su contenido, sino por lo que representa: un gesto de resistencia cultural frente al ruido. La prueba de que todavía hay preguntas sin resolver y frases subrayadas que duelen.
Y El Eternauta reaparece justo ahora. No por azar. Es una historia sobre la intemperie. No solo climática: emocional, política, económica. Ese estado de alerta que también vibra en la feria. Donde se celebra la palabra en un país donde a veces cuesta decir lo que se siente. Y donde cada vez más personas viven su propia nevada invisible, una que cae aunque el cielo esté despejado.
La tecnología no inventó esto. Solo lo aceleró. Siempre embellecimos lo que dolía. Ahora lo hacemos en HD. Con prompts. Con filtros. Con un click.
Algunos lo ven como amenaza. Otros, como último gesto de ternura. Porque embellecer una escena también es cuidarse. Recordarse que podría ser peor. O que aún queda algo por imaginar.
En redes, mientras tanto, se acumulan escenas que no pasaron, libros que no se leyeron y fotos que no fuimos. Pero ahí están. No para engañar. Para respirar. Como quien mira por la ventana, aunque afuera esté todo igual.
El presente aprieta. La ficción suaviza. Y con algo de suerte, alguna imagen inventada todavía nos convence de insistir con la versión original. Aunque sea desprolija. Aunque no tenga filtro.
*Autor y divulgador. Especialista en tecnología emergente.