Como era de prever, la pandemia de coronavirus ha hecho centro en la Capital Federal y el Gran Buenos Aires. Las cifras de la semana que pasó son concluyentes: entre las dos jurisdicciones se llevaron entre el 60% y el 80% de los casos. Las villas de emergencia y los geriátricos han empujado el número de casos en la Ciudad. En el conurbano bonaerense es más difícil hacer un análisis cualitativo porque la Provincia no da números propios ni discrimina los casos según municipios y zonas. Además, los testeos en las villas no alcanzan la cantidad de los que se efectúan en CABA.
La conferencia de prensa en la que el Presidente anunció la prolongación de la cuarentena tuvo sus bemoles. Por empezar, habiendo dejado atrás las filminas tipo clases de facultad, Alberto Fernández dedicó varios minutos a defender su gestión a través de un análisis comparativo de lo que sucede en otros países. Así como en las veces anteriores se ocupó de Chile y de Brasil, esta vez lo hizo con Suecia. Se ve que le molestó la difusión que a través de los medios y de las redes sociales ha alcanzado el así llamado “modelo sueco”. En verdad, la lectura que se ha hecho hecho –acá y en el mundo– de lo que sucede en Suecia es incompleta. No es que allí no se hayan tomado medidas de aislamiento, sino que las que se adoptaron son más laxas que las de aquí. Estamos hablando de un país con una disciplina social y un nivel de vida diferentes al nuestro, que tiene una tasa de mortalidad mucho más alta que la Argentina. Volviendo ahora al discurso del Presidente poco le interesaba a la ciudadanía su incursión por esos vericuetos en los que además se perdió y se confundió. Lo que se esperaban eran las medidas. Otro rasgo que exhibió AF fue el del enojo. Lo perturbaron las preguntas que tienen que ver con los aspectos no epidemiológicos de la pandemia. Sucedió cuando Mariel Di Lenarda lo inquirió sobre los médicos y personal del equipo de salud que no están cobrando y cuando el colega de la agencia Bloomberg le pidió definiciones sobre los aspectos económicos del presente. Fruto de esa perturbación, las preguntas quedaron sin respuestas. En su lugar hubo un conjunto de frases inconexas y confusas: casi una especie de farfulleo. Paradojalmente esas preguntas son las que se formula prácticamente la totalidad de la gente. Según lo expresó, al Presidente le molestan los comentarios críticos que se difunden por las redes sociales. Llamativa reacción para alguien que se vale intensamente de ellas para su comunicación. Horacio Rodríguez Larreta estuvo con rostro adusto durante toda la conferencia. En su exposición fue concreto y prescindió del discurso político. La única alusión a su gestión tuvo que ver con la fuertemente criticada medida de obligar a los adultos mayores a pedir un permiso para ir a hacer los mandados. Le cuesta aún entender que, salvo excepciones, ellos se saben cuidar y que una cosa es querer cuidarlos y otra muy distinta es encerrarlos en sus casas. Reconoció que hay una flexibilización de hecho y les agradeció a los vecinos por su observancia de las normas de aislamiento. Axel Kicillof, por su parte, no pudo refrenarse a la tentación de hacer un discurso político hablando bien de su gestión mientras el Presidente tosía sobre el pliegue de su codo derecho. Para completar, Kicillof no se refrenó de criticar la administración de María Eugenia Vidal. En fin, nada que sorprenda.
Claroscuros de la cuarentena. El fracaso estrepitoso de la sesión mixta –presencial y online– de la Cámara de Diputados pasó sin mayores repercusiones. Pero, en verdad, fue un bochorno.
Un fracaso más de Sergio Massa. Debió haber habido más ensayo y trabajo antes de la “sesión”. En cambio, lo que hubo fue circo y mucho. El presidente de la Cámara de Diputados está muy activo en otros menesteres. Uno de ellos es el de la renegociación de la deuda. Ello es producto de sus diferentes viajes a los Estados Unidos en los cuales tomó contacto con representantes de distintos fondos que tienen inversiones en la Argentina. A través de esos encuentros, Massa tuvo una acabada idea de lo que iba a pasar con el porcentaje de fondos que irían a aceptar la propuesta del Gobierno. Si bien a nivel local la oferta alcanzó un 70% de adhesión, el número total fue bajo: alrededor del 20%, no mucho más. El ex intendente de Tigre no se equivocó. Hay que entender también que algunos acreedores ven con desconfianza una oferta que implica esperar casi seis años para recibir algún pago significativo. Los antecedentes de la Argentina no ayudan. La fecha límite de negociación sigue siendo el 22 de mayo. Hay que poner el foco también en la provincia de Buenos Aires, que podría entrar en default el 18 de mayo, que es el día que se le cumple el período de gracia del BP28, bono por US$ 19 M con legislación extranjera que tenía que pagar intereses el 18 de abril y no lo hizo. La relación interna del equipo económico sigue siendo tensa. Muchos miran de reojo y con creciente disgusto al presidente del Banco Central, Miguel Pesce. Se le achaca una manifiesta impericia para manejar el precio del dólar, lo cual ha contrastado con otros indicadores de la economía que no fueron tan malos, como, por ejemplo, el riego país, que bajó. Tampoco es idílica la relación del gobierno nacional con los de muchas provincias. Por lo bajo hay quejas acerca de fondos que no llegan con la fluidez y en la cantidad necesaria y/o prometida. “Me siento un jugador de ajedrez con veinte partidas simultáneas”, dijo ayer Alberto Fernández en una entrevista con FM Futurock. “El ajedrez no es una jugada, ni aun la mejor jugada que tú debas buscar, sino un plan comprensible” (Yevgueny Znosko-Borovski). Es lo que le falta al Gobierno.