A medida que los días y las semanas pasan, la dimensión de esta tragedia que conmueve a la humanidad aumenta. Es la expansión imparable del SARS-CoV-2, el nombre técnico que se le ha comenzado a dar al Covid-19, que va generando esta actitud desesperada de los líderes del mundo y también de la ciencia.
Para los jefes de Estado, la pandemia viene significando una estrepitosa cachetada que ha dejado expuesta su ignorancia y su desprecio hacia el universo de la ciencia y del conocimiento. Son muy pocos los que han escapado de eso. Uno de ellos es Barack Obama, que supo escuchar a los especialistas que alertaron hace unos años acerca de la posibilidad de una epidemia generalizada causada por este virus y del peligro que representaba. La otra ha sido Angela Merkel. El resto han exhibido un menoscabo hacia todas esas advertencias que los ha llevado a ignorar las medidas de prevención que, tomadas a tempo, hubieran evitado las muchas muertes que hasta aquí se han lamentado.
Ante esto, queda preguntarse si la lección será aprendida, sobre todo porque la posibilidad de que se repita es uno de los interrogantes del presente y del futuro.
El desafío también abarca a la ciencia. La proliferación de la abundante información que se viene generando semana tras semana sobre el virus y la enfermedad deja expuesta una única certeza: la incertidumbre. Por ello, se multiplican tratamientos –en verdad, son intentos terapéuticos– de resultados poco claros. Algunos de ellos dan pie a polémicas intensas, como, por ejemplo, la que ocurre en Francia entre el destacado infectólogo Didier Raoult y la mayoría de sus colegas también reconocidos. Raoult insiste en que la hidroxicloroquina está dando resultados muy buenos que curan a enfermos graves, mientras que muchos de sus colegas expresan lo contrario. De hecho, un estudio aparecido en la última semana en la prestigiosísima revista médica The New England Journal of Medicine fue lapidario en cuanto a los resultados negativos que mostró acerca de este tratamiento.
A esto se agregan las discusiones referidas al origen de la pandemia, hecho que da pie a la discusión, a la incógnita y a la fábula. Discusión, incógnita y fábula que pervivirán por un largo tiempo.
¿Y por casa cómo andamos? Hasta aquí, la situación en Argentina está bajo control, que no es lo mismo que decir que está dominada. La inquietud de las últimas horas se ha trasladado a los integrantes del equipo de salud. Los casos de médicos y enfermeros afectados por el coronavirus en diferentes hospitales y centros médicos representan un alerta que, además, deja expuesto el problema de la falta de cuidados. Esa falta de cuidados tiene que ver con la escasez de los materiales necesarios para que el personal de salud trabaje con todos los elementos que exigen los protocolos. Este es un problema severo que existe no solo en Argentina. Para citar un ejemplo, está lo que viene sucediendo en Nueva York, donde la escasez de los insumos de protección –camisolines, barbijos especiales, botas, antiparras y guantes– ha derivado en gran cantidad de médicos y enfermeros contagiados de la afección.
Esta circunstancia pone de manifiesto otra realidad: la escasez de testeos. En medio de la discusión entre algunos de los especialistas que asesoran al Gobierno sobre la conveniencia o no de hacer más testeos, hay coincidencia en que el personal de salud debe ser testeado. Esto está faltando.
Por si fuera poco, estalló la polémica con los mayores de 70 años. La idea de Horacio Rodríguez Larreta –que apoyó Alberto Fernández– de restringirles el derecho a transitar es, lisa y llanamente, mala. Además de ser a todas luces inconstitucional, genera perjuicios y ningún beneficio. Una cosa es mantener el aislamiento social preventivo para ese grupo etario, y otra, muy distinta, el tener que pedir permiso para salir a la vereda.
El otro interrogante es el conurbano bonaerense. Nadie sabe qué puede pasar allí con la llegada del invierno.
Por los caminos de la política. La semana tuvo un denominador común: la convivencia entre el oficialismo y la oposición. Ello se vio tanto en la reunión del Presidente con los gobernadores del jueves como en el encuentro vía teleconferencia que el viernes mantuvo Alberto Fernández con los líderes parlamentarios de la oposición.
El interrogante a futuro es si esto seguirá así o no. Las crisis son instancias que producen cambios y generan oportunidades. Los cambios que trae aparejados esta pandemia tienen que ver con los hábitos y las conductas sociales. Asistiremos por meses o años a formas diferentes de relacionarnos. Eso va desde el saludo hasta cómo viajar en transporte público.
Del mismo modo, para Argentina, esta crisis representa la oportunidad de superar la grieta. Esto no es una novedad sino un desafío. El tema de la deuda puede ser uno de los rubros que constituya una de esas oportunidades. Más allá de los aspectos técnicos de la propuesta que les hizo el gobierno argentino a los acreedores privados, será interesante observar cómo se amalgama esto con la oposición. Eso fue algo que no ocurrió en 2015 con el tema de los fondos buitre. La consecuencia es recordada por todos: al país le fue mal.