“Te amo, chica viva”, le escribió Jeff Bezos, jeque de Amazon, a su novia. “Te lo mostraré con mi cuerpo, mis labios y mis ojos”; el mensaje incluía un retrato de su pene. Mientras, Bezos lanzaba su experimento intenso con los seres vivos de San Francisco. Todas las ciudades experimentan con humanos, pero en el Oeste el futuro es descarnado: son las primeras ciudades donde las ideas de Silicon Valley se vuelven reales.
Amazon Go es el supermercadito de Bezos donde escaneás tu teléfono, llenás tu mochila de lo que querés y te vas como un ladrón, sin pasar por filas ni cajeros. Amazon analiza tu recorrido (tienen 800 cámaras, combinadas con sensores diversos); al rato te llega un mail informando lo que debitaron de tu cuenta. No hay transacción (apenas hay un humano que te dice hola): la escena de pago está suprimida, de manera que puedas fluir sin barreras mientras tus datos entran en el torrente de Amazon. Si bien el plan sigue siendo separarte de tu dinero, en la última versión del capital tu cuerpo es consumido. Pensás que consumís pero es Amazon que te consume, te transforma en data. Analiza los cuerpos, las pupilas dilatadas, atraídas por cosas que entran por los labios; venderte comida es una excusa para que circules por el laberinto y poder estudiarte de cerca.
No todos, solo los que tienen cuenta Prime. El resto se amontona afuera, comiendo los restos de las ensaladas de kale que los ejecutivos tiran en los tachos de basura cercanos, tan lejos de la atención de Bezos como de sus dick pics.