El escritor Jorge Fernández Díaz suele recordar un viejo verso callejero que su padre asturiano le cantaba cuando él era chico. Decía más o menos así:
Ellos eran cuatro
Y nosotros ocho
Qué paliza que les dimos…
Ellos a nosotros.
Como yo era el más grande
Me agarré al más flojo
Y si no me lo quitan…
Me saca los ojos
Quizá la Presidenta, cuyos antepasados también descendieron de un barco procedente de la montañosa región del norte español, haya escuchado en su infancia las estrofas de ese disparatado himno a la derrota. Ojalá fuera así. El autor de El puñal dice que nada le transmitió mejor la sabiduría ante la adversidad que el canturreo de aquel minero convertido en gastronómico a fuerza de exilio. Porque, aunque el oficialismo trate de disimular los síntomas de su desgaste y conserve la fanfarronería que le ha sido funcional en estos doce años, hay evidentes datos de descomposición que requerirán de inteligencia –y algo de humor– para afrontarlos. Este es un gobierno demasiado apegado a las intrigas y ha construido un discurso blindado del que le costará desprenderse. Necesita un relato para el descenso. El bote tiene agua dentro, y eso es inocultable.
Esta semana, después de que sus ministros más enfáticos, Jorge Capitanich y Axel Kicillof, gastaron el aliento explicando las aptitudes solidarias del impuesto a las ganancias, la Presidenta tuvo que liberar de la presión impositiva el medio aguinaldo a 800 mil trabajadores. No fue una grandiosa muestra de altruismo, pero representó una leve admisión de realidad. Un paro sindical, convocado incluso por algunos gremios alineados en el oficialismo, hubiera sido un golpe duro de asimilar. Por supuesto que el jefe de Gabinete, en su rol de guardaespaldas ideológico presidencial, aclaró que La Jefa “no actúa bajo presión”, que ella hace todo “por propia convicción”. Lógico. Por su parte, el titular de la CGT oficial, Antonio Caló, luego de admitir que “la inflación les ganó a las paritarias”, no intentó disimular la concesión presidencial: “La señora entendió que el petitorio que hacía la CGT era lo justo”. Cuando el peronismo comienza a hablar de “la señora”, conviene estar atentos, no siempre es una señal de distinción.
El matrimonio Kirchner se hizo célebre por su intolerancia a las disputas palaciegas. Tanto fue así que, para evitarlas, jamás hicieron reuniones de gabinete. Los ministros –tanto con Néstor como con Cristina– estuvieron siempre tabicados. Además, según se ha dicho, lo suficientemente espiados como para evitar desagradables sorpresas. Incluso, aquellos que mostraron algún atisbo de independencia, como Rafael Bielsa o Jorge Taiana, no llegaron demasiado lejos. Sin embargo, en las últimas horas, la delegada argentina ante la OEA, Nilda Garré, una ex frepasista que ocupó la cartera de Seguridad con fuerte respaldo presidencial y apoyo del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), se despachó con duras críticas al todoterreno Sergio Berni. La respuesta del médico militar fue una ráfaga de bronca. “Cuando compartíamos la gestión –disparó el supersecretario–, defendíamos distintos intereses. Estaba (Garré) muy preocupada por defender los derechos de los delincuentes. Que me parece muy bien, pero yo me ocupo de defender los intereses de quienes se ven afectados: los ciudadanos”. Y completó: “Por algo es ex ministra”. Cuarenta y ocho horas después de la trifulca, ambos funcionarios seguían en sus cargos. Impensado en tiempos del kirchnerismo ascendente.
El jueves pasado, apenas tres días después de entregar –con asombrosa diligencia– las declaraciones juradas de la familia presidencial al juez Bonadio, el obediente titular de la AFIP, Ricardo Echegaray, decidió visitar el canal América TV para prestarse a una charla con el periodista Alejandro Fantino. El ping pong incluyó un par de definiciones que no podrían considerarse habituales en un gobierno adicto a la verticalidad. “A Sergio Massa lo conozco desde la adolescencia y tiene un potencial tremendo. Trabajamos muy bien cuando él estaba en Anses y después también, cuando era jefe de Gabinete. Fueron tiempos de colaboración mutua muy buenos”, dijo acerca del candidato más odiado por Cristina. Luego se despachó con un cálido elogio hacia el gobernador de Buenos Aires, el hombre que todavía sueña con la bendición de La Jefa para jugar de finalista en 2015: “Daniel Scioli es un referente de nuestro espacio. Es un gobernador que ha hecho muchísimo. Apuesta al diálogo, a la construcción, mira hacia el futuro, es muy abierto, muy amplio”. ¿Alas de libertad o tiempo de revancha?
El ensayista Julio Bárbaro ha descripto como una de las grandes paradojas del kirchnerismo residual que el candidato mejor posicionado en las encuestas sea precisamente el más odiado por la ortodoxia militante. De eso dejó constancia el periodista Horacio Verbitsky hace un par de domingos, al ventilar un reportaje que el motonauta brindó en abril de 1990 a la revista Playboy. En esa entrevista, Scioli ponía en tela de juicio la posición de los organismos de derechos humanos acerca del terrorismo de Estado. “No se puede tener un concepto o una definición generalizada para esa situación (las desapariciones), porque en muchos casos, si las Fuerzas Armadas no hubieran actuado, no sé hasta dónde habría llegado todo aquello, y al mismo tiempo, hubo gente que pagó injustamente las responsabilidades de otros. El tema es muy delicado, por lo tanto –concluía el actual gobernador–, es fundamental que se termine con eso”. Según el analista dominical de Página/12, “con eso” terminó poco después Carlos Menem al declarar los indultos. ¿Qué hará Carta Abierta si finalmente el postulante “más odiado” termina siendo el más votado en las internas abiertas? ¿Cómo responderá el progresismo ante semejante entripado?
La empeñosa búsqueda de fueros para todas y todos (ahora apresurando la elección de los representantes del Parlasur, un organismo multilateral que comenzará a funcionar en plenitud recién en 2020) tampoco parece ser una muestra de fortaleza sino una señal de despedida. Nadie prepara el equipaje si no está a punto de emprender un viaje.
Los escaladores tienen un lema. Cuando uno está ascendiendo una montaña, debe planificar minuciosamente el momento del descenso: no se puede vivir en la cumbre.
*Periodista y editor.