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Datos y fuentes confiables hacen creíbles los augurios

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Augures. En la Roma antigua, aconsejaban al poder sobre lo que vendría. | shutterstock

Es interesante bucear en los significados de la palabra augurio, y también en las cualidades o creencias de los augures. Augurio tiene dos acepciones: señal o indicio que se interpreta como el anuncio de un hecho 

futuro; y anuncio de un hecho futuro a partir de la interpretación de ciertos indicios o señales o por simple intuición. Los augurios pueden ser buenos (“te auguro un futuro próspero”) o negativos (“los especialistas lanzaron negros augurios sobre el futuro de la empresa”). En ambos casos, se trata de especulaciones acerca de lo que vendrá, o podría venir. Es la materia con la que los augures, en tiempos lejanos (y no tanto, visto lo que suele aplicarse en los momentos pandémicos que corren) elaboraban predicciones que los poderosos aplicaban a sus planes políticos, económicos, bélicos o sociales.

No curiosamente, al “buen augur” se lo representaba bajo la forma de un joven de buen parecer, vestido con una túnica verde (símbolo de la esperanza) portando un bastón (el lituo) y con un cisne a sus pies; el malo era la figura de un hombre severo en el aspecto y de mirada siniestra, con una túnica del color de las hojas secas, el lituo en la mano y observando una corneja, especie de cuervo de mala fama.

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Cuando el augurio tiene bases firmes, fundadas en anuncios formales a futuro y en datos confiables y coincidentes, es buen recurso del periodismo para anunciar lo que vendrá. Cuando esas bases son especulaciones (tal vez basadas en datos ciertos, pero no corroborados por las fuentes necesarias), el periodista puede caer en la tentación de jugarse por la afirmativa. Es lo que ha pasado, a mi juicio, con la tapa y la nota interior del sábado 22: lo que se anuncia (con un tono ominoso) en la portada es una invitación a la inquietud, cuando no a la angustia: “En un mes se viene devaluación o cepo recargado”. Con datos concretos de la economía, la nota interior en página 12, insiste con la disyuntiva (cepo o devaluación), basando su afirmación en fuentes identificadas que sugieren algo acerca del cepo, pero nada sobre una devaluación. Aparece como una afirmación temeraria, entonces, a un mes vista, con el agravante del empleo de la maldita palabra (devaluación) que provoca nubes negras en el imaginario de esta sociedad dolarizada (ver nota completa en https://bit.ly/3hF6ssW).

Los medios suelen enamorarse de algunas conductas que pueden provocar mayor audiencia aunque no se empleen con ellas recursos aceptables según las mejores prácticas de esta profesión. La editora de Economía, Patricia Valli, defendió la publicación, a requerimiento de este ombudsman, aunque sus argumentos no terminan de convencer: no hace falta ser experto para observar cómo la sangría de dólares tiene en permanente señal de alarma a la autoridad financiera, aunque definir hoy cómo será la solución que ésta resuelva dentro de un mes aparece como un audaz presagio.  

Indignado. Con el título “Dura crítica” se publica en el Correo la carta del lector Eduardo Fernández, quien cuestiona la forma en la que fue tratada el domingo 23 la manifestación del lunes 17 en una doble página fotográfica con el título “Indignación en las calles”. Expone argumentos críticos aceptables y otros no. Entre los aceptables, es cierto que la marcha no fue “anticuarentena”, como se dice en el texto, sino una expresión variopinta. Sin embargo, no debo aceptar como válidas otras de sus palabras: varias de las fotos demuestran que algunos manifestantes se mostraron (y mostraron) un costado bien definido como “tentación de lo extremo”, como aquellos que reivindicaron la dictadura y los dictadores, o quienes montaron una horca reclamando “libertad o muerte”.