En una columna de opinión publicada en la edición del pasado sábado 16 de agosto, su autor, Hernán Dobry, me acusó nada menos que de antisemitismo. Semejante acusación injusta abarcaba asimismo a otros sectores de izquierda y del oficialismo nacional.
En mi caso, el cuestionamiento se originó de una charla que compartí en la Legislatura porteña con el embajador palestino Walid Muaqqat. Allí convoqué a todos los sectores, y en especial a la colectividad judía, a reclamarle al gobierno de Israel que detuviera su ataque militar contra la Franja de Gaza.
Según Dobry, esto implicaba que para mí “los argentinos de origen judío son extranjeros”. Se equivoca. Mi invitación a presionar al gobierno israelí estuvo y está dirigida a todos los judíos, tanto argentinos como de otros países. Es evidente que para Dobry resulta intolerable que una parte de la comunidad judía internacional, incluso dentro del propio Israel, haya rechazado la ofensiva armada anti-palestina de Netanyahu.
Como un dato adicional, de acuerdo a la llamada “ley del retorno”, el Estado de Israel reconoce el derecho a la ciudadanía y a la residencia a toda persona judía o descendiente de judíos hasta la tercera generación, sea oriunda del país que sea. Esto Dobry lo sabe bien, por eso su acusación fue doblemente errada.
Pero estas cuestiones de pasaporte son secundarias frente a la amalgama que Dobry hizo entre antisionismo y antisemitismo, incluyéndome en este último. Es parte de una permanente campaña malintencionada en ese sentido.
Condeno profundamente el antisemitismo y toda otra forma de racismo, apartheid o limpieza étnica. Siento repudio visceral frente a todo grupo nazi o filo-nazi. Precisamente por coherencia con esos principios democráticos me opongo en forma tajante al sionismo, es decir a la ideología y a la política de persecución violenta y metódica que el Estado de Israel viene llevando adelante contra el pueblo palestino en general y ahora contra la población de Gaza en particular.
La Franja de Gaza es un verdadero ghetto, hacinado, cercado y fue atacado cruelmente por Israel. Y bombardear escuelas, hospitales, la única usina eléctrica y provocar más de dos mil civiles palestinos asesinados –incluidos centenares de niños– y más de 10 mil heridos es una flagrante violación a los derechos humanos, que incluso ha sido condenada reiteradas veces por la Organización de las Naciones Unidas.
Un párrafo aparte merece otra acusación de Dobry, de que callamos ante el régimen sirio o ante los crímenes del grupo yihadista ISIS. Es falso. Si recorriera un poco nuestro periódico, Alternativa Socialista, vería que consideramos dictatorial al primero y fundamentalismo religioso y totalitario al segundo. Es que repudiamos también esos asesinatos religiosos y fanáticos porque no tenemos doble rasero. Desde ya, nos oponemos a los bombardeos norteamericanos en Medio Oriente –o cualquier otra zona del mundo–, que son lo opuesto a la “democracia” en nombre de la cual se hacen.
“Un auténtico ciudadano de Israel debe tender la mano abierta a los palestinos”, decía el reconocido maestro Daniel Barenboim. Hernán Dobry hizo exactamente lo contrario: apela a la cantinela sionista de utilizar el horroroso genocidio nazi para mostrar a los judíos como un pueblo aún perseguido, con el objetivo de encubrir la agresión genocida del Estado de Israel contra Palestina. Pero los hechos pueden más que las tergiversaciones: si cada vez más y más personas en el mundo comparan el racismo nazi de ayer con las acciones sionistas actuales es fruto de lo que hace Israel en Gaza.
En resumidas cuentas, para Dobry antisionismo y antisemitismo son meros sinónimos. Para nosotros, en cambio, son definiciones distintas. Pretender igualar ambas para desviar el eje del debate constituye una calumnia política y moral que rechazo de plano.
*Diputado porteño y precandidato a presidente por el MST-Nueva Izquierda.