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RIQUELME ENTRE EL RETIRO, EL ENESIMO REGRESO Y LA CANDIDATURA A PRESIDENTE

Demasiado espía con el pase libre

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“Sabemos que usted lo sabe, señor Caul. Por su propio bien, no se entrometa. Estaremos escuchándolo” (suena la grabación de lo que Caul acababa de tocar con su saxo tenor)
De ‘La conversación’ (1974), dirigida por Francis Coppola.
Escena final: Martin Stett (Harrison Ford) llama por teléfono al espía Harry Caul (Gene Hackman).

 

Un enero extraño. Dólar quieto, farándula aburrida, el fútbol de verano se escurre como arena seca, el mercado de pases parece un casting para Gran Hermano y el Sub 20 de Humbertito es, como cantaba Gardel, hoy un juramento, mañana una traición. Nada por aquí, nada por allá. Todo es el Caso Nisman. ¿De qué escribo? A revolver diarios, papeles, libros; a buscar en internet. A ver.

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Nueva York cubierta de nieve y la General Paz de brea, derramada por un camión. Ahá. Massa aspira o se come las eses en sus spots de campaña según cada provincia y, sin querer, va creando un nuevo acento, más o menos de ninguna parte, como el de Leonor Benedetto en Rosa de lejos. Macri no: aguanta los trapos y profundiza su intenso tono Barrio Parque. ¡Bravo por él! Cadena Nacional. Duda nacional. Campañas en el freezer. La fiscal Fein sale, con más información de la causa por la muerte del fiscal, a competir en la misma franja horaria con Lagomarsino, que debutaba frente a las cámaras. Curiosa pulseada.

Otro superclásico para pasar el verano, mientras los barras siguen ocupados con su business plan para este año. ¿Algo más? Sí: Riquelme anunció su retiro. Wow. ¡Ese es mi tema!

—Si me permite, tengo información que podría interesarle.
Allí estaba, frente a mi escritorio. Frente ancha, anteojos, bigote old fashion, traje con años de mal uso, cuello gastado, el nudo de la corbata como piedra, un pilotín de lluvia que lo envolvía como membrana. Lo reconocí en el acto. Gene Hackman transmitía la misma desolación que en La conversación, el melancólico thriller que Coppola filmó en 1974, antes de la segunda parte de El Padrino.

—¿Qué lo trae por aquí Hackman? Si va a espiarme, se va a aburrir.
—Caul, Asch. Harry Caul. Y como sabrá, mi negocio es la información. Vine a ayudar a algunos colegas argentinos que pronto se quedarán sin ocupación fija. Me beneficia el cambio, así que me quedaré por unos meses. Esto es para usted.
Caul apoyó una carpeta azul sobre mis papeles. Incliné el respaldo de mi silla hacia atrás y alejé mis manos de ella, como si quemara.  

—Llévesela. No quiero saber nada con eso. Mejor, hablemos de jazz. ¿Sigue tocando el saxo sobre los discos? ¿Encontró esos micrófonos ocultos? ¿Cómo arregló el desastre que hizo en ese departamento?
—Usted no entiende. Se trata de caridad. Soy católico practicante, no lo olvide. Los muchachos están desorientados. Grabaron a Elisa Carrió y lo que dice en público es más fuerte que en sus charlas privadas. ¿Puede creer? Scioli cuenta la anécdota de la mano que le cobraron jugando para La Ñata. Pero nadie me dice quién es ella. ¡Así no se puede trabajar, Asch! Por eso les aconsejé explorar nuevos mercados.

—¿Por ejemplo?
—Farándula. Consiguieron a Maravilla Martínez diciendo que Iliana Calabró es vieja para él y no pasó nada. Subieron la apuesta con Moria Casán, un relato completo de lo bien que la pasa en Carlos Paz con, hum, ¿cómo era? Déjeme leerlo: “muchos chongos y meta porro”. Eso. Fue un buen trabajo pero a nadie le importó. Lo de Basile con esa chica ex Pombo, tampoco. El humor social no ayuda.

—Y, no. Pero si piensan salvarse con el fútbol, olvídese. En ese ambiente todo se sabe. Demasiados buchones.
—Lo que tengo no creo que lo sepa nadie.

—¡Sorpréndame! ¿Van a comprar el pase de Oreja? Je. OK, sé que el chiste es malo, pero puede resistirme.
—Riquelme no piensa retirarse, Asch.
Silencio tenso. Caul se acomodó los anteojos y yo suspiré hondo, antes de responder.

—Bueh, Riquelme cambió cien veces de opinión, así que no sería raro que lo haga de nuevo. Si Boca no anda bien y los hinchas lo piden, quizá se aburra de los asados y los picados con amigos y vuelva. Pero para saber eso no hay que ser espía.
—No subestime a mis colegas. Tengo un dossier. Le leo: “Riquelme pensó en jugar en Cerro Porteño porque en Paraguay es más fácil conseguir Kurupí, la yerba que se usa para el tereré, para mezclarla y darle más gustito al mate. Pero lo pensó mejor y se quedó. Dijo que se retira para que lo dejen en paz, pero su plan secreto es volver”.  

—Lo de la yerba se lo creo. ¿Volver a jugar, dice?
—Claro. El quiere, siempre. Está grabado. Pero hay gente importante que lo alienta en su idea de ser presidente. Lo dijo como un juego, pero ahora va en serio. Cuando supo que Angelici había operado para frenar el homenaje que el Gobierno de Buenos Aires le iba a hacer en Mar del Plata la noche del partido contra Vélez, se puso como loco.

—¿Y usted qué cree? ¿Le dará como para ser presidente de Boca?
Caul parpadeó, desconcertado. Releyó el paper, arqueó las cejas, encogió los hombros; carraspeó.
—Presidente, dice acá.
Mi boca se abrió como la de Pacino en su grito mudo final de El Padrino III. Contuve la carcajada. No quería ofender al espía torturado de Coppola.

—Vamos, no se burle. Eso es carne podrida. ¡Por favor! Sería una locura instalar una historia así, tan forzada, tan traída de los pelos. ¿Cómo piensa que alguien podría tragarse semejante historia? Nosotros…

Fue decirlo y sentir un fuego en las mejillas. Hackman me dedicó la mueca triste que su personaje usa como sonrisa y empezó a ordenar sus cosas, listo para irse. Yo le hablaba de jazz, él sólo asentía. El silencio, pienso, era su manera de respetar mi candidez.

Sólo habló cuando le pregunté por sus equipos. Me dijo que ya no usa cables, ni cintas, ni enormes perillas como en la película, pero sigue diseñándolos él mismo. No confía en ningún técnico.

“¡Lo bien que hace, Caul!”, alcancé a decirle, antes de que las puertas del ascensor se lo tragaran.