Mauricio Macri ha hecho una adecuada lectura de la dinámica electoral y de sus consecuencias: el Gobierno necesita tener una buena performance en las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO). Si así no fuera, la incertidumbre política que desataría la inminencia de una victoria del kirchnerismo haría trizas la endeble estabilidad económica que exhibe el país hoy en día. Y eso sería para el Gobierno el pasaporte a su derrota. En lo concreto –es decir, en los números–, hacer una buena elección para el oficialismo significa no perder por más de siete u ocho puntos. Una diferencia mayor marcaría el adiós a la posibilidad de reelección del Presidente. Así, pues, las PASO se han transformado no ya en una gran encuesta, sino en una verdadera primera vuelta de la elección presidencial.
El desbande de Consenso Federal ha alcanzado la categoría de fiasco. Si algo le faltaba para coronarlo, es la pelea para evitar la interna en la Capital Federal. La contradicción no pudo haber sido mayor: en la agrupación que lleva la palabra consenso lo que domina es la imposición. Tan lejos ha llegado ese absurdo que se creó ahí una nueva grieta. ¡Inentendible!
Acuerdo Mercosur-UE. Macri vivió el acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea como una victoria personal. En verdad, fue una sorpresa. Muy pocos –casi nadie– de los participantes de la reunión del G20 en Osaka tenían esperanzas de llegar a este entendimiento. Los que frecuentan al Presidente coinciden en señalar que esto le levantó el ánimo.
Un acuerdo de este tipo siempre es muy bueno en tanto y en cuanto se observen dos requisitos: el primero es que se negocie con precisión y cuidado su intrumentación. Esa es la clave. Lograrlo lleva tiempo y demanda mucha destreza política.
En los detalles es donde la negociación se hace más ardua. Y esto vale tanto para el frente interno como para el externo. En Europa ya han aparecido las primeras resistencias. Las padeció Emmanuel Macron, con los agricultores franceses, ya que le han hecho saber su posición contraria al acuerdo.
En lo interno no hay que olvidar que el tratado necesita ser ratificado por el Congreso. Solo será posible alcanzar dicho propósito si hay consenso político, algo que en la Argentina tiene la categoría de utópico. Esa discusión se dará recién el año que viene y dependerá del resultado electoral.
El kirchnerismo ya ha hecho saber, a través de Alberto Fernández y de Axel Kicillof, que revisará el acuerdo, lo que, a buen entendedor, significa que lo rechazará. De ser así, será una contradicción –una más– de las que constituyen le esencia K. De Kicillof no sorprende; de Fernández, sí. En 2014, Cristina Fernández de Kirchner abogó fuertemente por alcanzar un entendimiento de este tipo. El 19 de marzo de ese año, la ex presidenta publicó en su cuenta de Twitter: “Estamos muy esperanzados en avanzar con las negociaciones”, en referencia al posible acuerdo comercial entre el Mercosur y la Unión Europea. La publicación estaba acompañada de una foto en la que se la veía junto al entonces presidente de Francia, François Hollande.
CFK había viajado a la Ciudad Luz para reunirse con él y hablar de la deuda que la Argentina mantenía con los 19 países integrantes del Club de París. Durante ese encuentro también se habló del tratado de libre comercio, que se comenzó a discutir oficialmente en 1999.
El segundo requisito del cual dependerá la viabilidad de este acuerdo tiene que ver con aspectos estructurales de la economía de la Argentina.
Con la presión impositiva, la inflación y las tasas de interés que existen hoy en día, no hay ni habrá ninguna posibilidad de que en la Argentina haya desarrollos productivos que puedan ser competitivos. De esto se habló en la reunión que mantuvo Macri con distintos sectores empresariales el miércoles pasado en la Quinta de Olivos. Todos coincidieron en este punto. El desafío es transformar esa coincidencia en hechos. El actual gobierno se la ha pasado hablando de la necesidad de bajar impuestos y lo que ha hecho a lo largo de su gestión es subirlos.
Lucha por Bs. As. María Eugenia Vidal tiene por delante una tarea ciclópea. Hoy está perdiendo la provincia de Buenos Aires en forma clara. Si bien achicó las diferencias con el envión que, según muestran las encuestas, se produjo en estas dos últimas semanas, la diferencia con la fórmula Kicillof-Magario es aún significativa.
El conurbano bonaerense es donde se definirá la elección. No es novedad. En ese territorio abundante en contrastes y necesidades, la imagen positiva de CFK es alta y eso tracciona hacia arriba los candidatos a la gobernación del kirchnerismo. Es exactamente lo contrario que sucede con Macri, un verdadero salvavidas de plomo para las aspiraciones electorales de la gobernadora. Se calcula que para ganar la Provincia necesitaría un corte de boleta de 6 puntos. Hoy, eso es un imposible.
En la distribución de tareas que se acordó en la reunión del rencuentro de Sergio Massa con los intendentes kirchneristas –en la que participaron también Kicillof y Verónica Magario–, el líder del Frente Renovador se comprometió a ponerle el cuerpo a la campaña para recuperar los municipios del Conurbano que Cambiemos ganó en 2015. En la mira, a priori, hay dos: Quilmes y Pilar.
No está claro aún cuál es el aporte en votos que Massa le suma al Frente de Todos. Hasta ahora parece poco significativo. Es lo que se desprende de la mayoría de las encuestas. El precandidato a gobernador les pidió a los intendentes que salgan a mostrar las cosas que hicieron con la plata de sus municipios sin ayuda de la gobernación. “Vidal es Macri” es la consigna sobre la que girará la campaña que hará centro en la crisis económica.
La economía sigue arrojando números malos. La disociación con el discurso del Gobierno es abismal. No hay noticias económicas buenas en la vida de la mayoría de los argentinos. Ante las dificultades que esto representa para la reelección, importantes referentes de Cambiemos, más vinculados al PJ y a la línea fundadora del PRO, creen que sería un buen momento para despedir a Marcos Peña y asignarlo con dedicación exclusiva a la campaña.
Tanto es así que, durante las dos últimas semanas, se habló muy fuerte de Peña como ministro de Relaciones Exteriores de un eventual próximo gobierno de Macri. “Estas cosas tendrían que tener algún nivel de definición; eso ayudaría mucho a convencer al votante indeciso de que las cosas mal hechas se van a corregir”, señala un consultor con llegada al núcleo del Gobierno.
La polarización extrema de la elección llevará inexorablemente a una campaña negativa y agresiva en la que abundará la escasez de ideas. Ese oxímoron –la escasez de ideas en abundancia– es el verdadero drama de la política vernácula.
Producción periodística: Lucía Di Carlo.