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Dios no es peronista

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De pronto, tuve una iluminación. Vi o creí entender la peregrinación a La Meca. Y, más precisamente, el girar de las multitudes de fieles alrededor de la piedra negra, que se dice venida del espacio exterior, la piedra negra cubierta de un manto de terciopelo o enorme velo. Lo que imaginé que entendía fue que los musulmanes comprenden mejor que otros monoteísmos de qué se trata la religión. O que encontraron la forma de abolir el culto idólatra a las imágenes al mismo tiempo que la representación material del misterio, el Espíritu Santo. Comulgar con Dios, acceder a la palabra divina, sería entonces un acto que se cumple en el merodeo de La Cosa, girando en trance a su alrededor. Incluso los de Sui Generis lo sabían al cantar: “Y rasguña las piedras”. La función del arte es equivalente: hasta la frígida mecánica del soneto, con su desmayada voluntad de simetría, esconde en su porfía el deseo de apresar al objeto.

En la Argentina, el peronismo, que es una práctica musulmana –sólo que su piedra negra es el poder–, ha querido siempre vaciar al catolicismo, apoderarse de él o convertirse en culto, y al parecer lo ha logrado, aunque se trate de un culto al uso nostro. Desde luego, Bergoglio se ha vuelto el Perón que Perón siempre quiso ser, el Santo Padre, el Sumo Pontífice, por lo que el ritual peronista clásico, compuesto en partes semejantes de tradición, fe, venalidad, abyección, falsificación y distancia, sustituyó el peregrinaje a Puerta de Hierro por el peregrinaje a Roma, la espera ante el portón y el regreso a la patria con las cartas y las cintas grabadas y los mensajes públicos y secretos por los signos equivalentes (la equivalente imposición de manos) que proporciona Francisco I y que se convierten en objeto de consideración y fruición, en resto a masticar y deglutir al infinito. Si, tras la muerte del Líder, los gestos patéticos y las muequitas y amenazas de Isabel eran pasibles de ser interpretados a la vez como medios y mensajes, ¿cómo no lo serán ahora las cartitas de ocasión que el Papa escribió o no escribió, que quiso o no quiso escribir? El Vaticano es hoy la escuela del peronismo para todos, la consolidación urbi et orbi del sueño imperial de un mundo peronista. El tema de la carta verdadera o falsa, que armó otro conventillo pedorro entre el Gobierno y los medios independientes, in the pendiente, monopólicos o no hegemónicos, en realidad soslaya el misterio fundamental. ¿Puede Bergoglio, un profesor de Letras, escribir un texto con faltas de ortografía (una) y un consecuente error de concordancia? O, si fue otro que escribió por él, ¿de quién era el mensaje que transmitía? Porque, si Dios, Uno y Trino es omnipotente y clarividente, ¿cómo es que no asistió a su mensajero en la Tierra –o a su escriba–? ¿Por dónde volaba el Espíritu Santo que no corrigió la carta del Vicario de Cristo cuando alguien puso “Los argentino”?