Hace treinta años, la única apuesta en el fútbol que existía era el Prode, donde antes de cada fin de semana se podía jugar a adivinar (empates o victorias de cada uno) los diez resultados de los partidos de Primera División y tres del Nacional B. Ganar el Prode era sinónimo de saber de fútbol. Mi abuelo lo jugaba y, de tanto en tanto, a mí me tocaba acompañarlo a la casa de quiniela a jugarlo.
A partir de la pandemia surgieron varias plataformas virtuales de juegos de azar (ruleta, blackjack y tragamonedas) y también de apuestas deportivas, ofreciendo la posibilidad de jugar dinero en cualquier evento deportivo que se practique alrededor del mundo. Hacia mediados de 2022, el juego online se legalizó en gran parte de la Argentina, lo que implicó el desembarco de las grandes casas de apuestas al mercado local. Con el auge de internet y de las apuestas en vivo, también se propagó de manera explosiva su enfermedad: la ludopatía. Que no es una problemática exclusiva del país, sino que ha captado la atención de los máximos organismos de salud a nivel mundial.
En su blog Economía y Gestión de la Salud, Ariel Goldman expresa en números lo preocupante y costoso que es el juego para las sociedades. “El tamaño del mercado mundial de juegos de azar en línea se valoró en 63.530 millones de dólares en 2022 y se espera que crezca a una tasa anual compuesta (CAGR) del 11,7% de 2023 a 2030”. Lo que significaría llegar a cerca de los 150 mil millones de dólares anuales a fin de la década.
La población más vulnerable a este flagelo es la infantojuvenil porque: tiene acceso temprano a la tecnología, le falta educación financiera (para entender las dimensiones) y emocional (para controlar los impulsos) y, para colmo, es víctima de una publicidad dirigida por parte de las casas de apuestas.
Juan Branz y Diego Murzi, en su artículo “Apuestas deportivas online y jóvenes en Argentina: entre la sociabilidad, el dinero y el riesgo”, desarrollan los pormenores del vínculo: cómo los jóvenes lo ven como un juego y no como un riesgo y cómo casi todos reconocen apostar estando con amigos en lugares tan variados como el recreo de la escuela o una salida nocturna, la existencia del “cajero” como el mayor de edad que formaliza la apuesta online ante la prohibición a menores y demás detalles.
Las apuestas deportivas en los jóvenes futbolistas es un tema aún más grave, no solo como una preocupación presente sino también por las consecuencias futuras. El paso de familiarizarse con las apuestas a participar activamente en el amaño de partidos es sutil pero devastador. Los juveniles, que alguna vez experimentaron con las apuestas, enseguida comienzan a comprender el poder que tienen sobre el resultado de un partido y, más importante, sobre las enormes cantidades de dinero que se pueden generar en plataformas en línea o en apuestas informales. Ya son varios los casos de jóvenes tentados, especialmente en el ascenso y en la reserva de Primera División.
La AFA, a diferencia de la Unión Argentina de Rugby (UAR), no se pronunció en contra de lucrar con la industria del juego ni reniega de sus vínculos económicos con empresas del sector, lo mismo que varios clubes que tienen a las casas de apuestas como su principal sponsor. Casos en contrario, como el de Vélez, donde existe una decisión institucional de ir en contra de estas prácticas, son muy excepcionales. “Esta decisión refleja el fuerte compromiso social para contribuir a la prevención y el tratamiento de la ludopatía, considerando que estas empresas podrían tener un impacto negativo en nuestros seguidores y jugadores, especialmente en los más jóvenes y menores de edad”, declaró el vice del club, Augusto Costa, cuando la institución anunció el fin del contraro con BPlay.
Para colmo de males, en el fútbol argentino, el caldo de cultivo para el amaño cada vez es mayor. La reciente decisión de la asamblea general ordinaria de AFA de suspender los descensos en Primera deja una amplia proporción de partidos que no dirimirán ningún porvenir. Para unos cuantos equipos, ganar o perder ya no cambia la ecuación: imagínense lo poco que significa sacarse una tarjeta o no evitar un gol.
Las necesidades económicas, el deseo de un dinero fácil y la falta de concientización sobre sus peligros hacen que los juegos de azar proliferen en los planteles juveniles. Es fundamental que las instituciones y la casa madre del fútbol tomen medidas para prevenir y tratar este problema, que arranca en el fútbol profesional pero se extiende a la base de la pirámide.
El fútbol argentino es como la rana en la olla con agua a temperatura ambiente y todavía no la sintió caliente, sigue flotando con comodidad sin percibir el peligro inminente.