La reciente visita que Alberto Fernández realizó a Washington esta semana ha servido para reafirmar la falta de rumbo que ha reflejado el devenir de Argentina en los últimos años. La política exterior de Alberto Fernández se ha caracterizado por ser una diplomacia de la no diplomacia, que se manifiesta en la sucesión de los constantes zigzagueos que fueron protagonizados por el gobierno del Frente de Todos en el escenario internacional.
¿Cuál es el verdadero Alberto Fernández: el que acaba de manifestarse como un “aliado absoluto” de Joe Biden al destacar su total coincidencia con la Casa Blanca, en una clara posición pro occidental y de mercado, o el que hace tan solo un año criticó al presidente de Estados Unidos por no incluir a Cuba y a los países del eje bolivariano en la Cumbre de las Américas que se realizó en julio de 2022 en Los Ángeles, precisamente, en el mismo país que acaba de visitar el presidente argentino?
¿Cuál es el verdadero Alberto Fernández: el que terminó esta semana de cuestionar en Washington el “grave problema que ha creado la invasión rusa a Ucrania”, comentario realizado tras enfatizar que su canciller había condenado ante las Naciones Unidas el atropello cometido por Rusia, o el que en febrero del año pasado celebró en Moscú la posibilidad de que Argentina se convierta “en una puerta de entrada” para que el Kremlin “ingrese en América Latina de un modo más decidido”?
¿Cuál es el verdadero Alberto Fernández: el que en los últimos años no apoyó en la OEA varias resoluciones emitidas contra Nicaragua por las violaciones a los derechos humanos cometidas diariamente en ese país centroamericano, o el que manifestó solidaridad con los exiliados del régimen del dictador Daniel Ortega, a los que ofreció entregarles la ciudadanía argentina cuando recientemente fueron expulsados de Managua?
¿Cuál es el verdadero Alberto Fernández: el que cuestionó la “falta de calidad democrática” en Venezuela, opinión realizada durante su primera gira por Europa, luego de asumir en la Casa Rosada y al ser entrevistado por periodistas de los diarios El País de España y Le Monde de Francia, o el que en enero pasado dijo que “Venezuela es parte de la Celac y Maduro está más que invitado” a participar abiertamente de la cumbre que se realizaba entonces en Buenos Aires?
Argentina protagonizó una sucesión de constantes zigzagueos en el mundo.
Alberto Fernández es parte de esa contradicción porque no tiene otra opción, más que recalcular. Su gobierno atraviesa un año altamente riesgoso en medio de un incierto escenario electoral, enmarcado por una inflación galopante, una cada vez más alarmante caída de reservas y un indignante nivel de pobreza. A ese terreno resbaladizo hay que sumar los embates internos que debe sufrir de sus propios socios. Sólo en se contexto es posible explicar por qué el Presidente se abrazó a Biden.
Hay un ejemplo histórico que permite dar contexto al giro de Alberto Fernández. Para entender la maniobra obligada por las circunstancias hay que reparar en el segundo gobierno de Juan Perón, cuando Argentina tuvo que reorientar su relación con Estados Unidos. De la crítica a Washington, sintetizada en el histórico slogan “Braden o Perón”, el fundador del peronismo se vio obligado a iniciar una etapa más conciliadora en 1952 porque, como Alberto, también estaba apremiado por una economía en declive.
En El Perón que no miramos. Política, diplomacia y economía en tiempos de escasez, un libro que por estas horas debería ser más tenido en cuenta por los dirigentes del Frente de Todos, Mariano Caucino analiza esa etapa crucial para el peronismo en la que, tras los años iniciales de bonanza del proteccionismo y la sustitución de importaciones, Perón debió maniobrar. Llegaron así los impensados acuerdos con la Standar Oil y los antes disparatados planes de control del gasto público y del déficit, que fueron esbozados en el Segundo Plan Quinquenal, un programa de gobierno muy distinto al delineado durante el Primer Plan Quinquenal.
“No somos enemigos del capital y se verá en el futuro que hemos sido sus verdaderos defensores”, anunció Perón en su primer mensaje al Congreso al inicio de su segundo mandato. Se oía entonces a un Perón muy distinto al que supo escucharse en 1946. El vuelco no alcanzó, no obstante, para evitar el derrocamiento y el posterior exilio.
Alberto repite ahora el ejemplo de Perón. El presidente argentino confía en que tendrá un futuro menos traumático.