Argentina vive atrapada entre dos ideales irrealizables y contrapuestos. Por un lado, que la vicepresidenta sea absuelta en los tribunales, limpiando su buen nombre y honor para la historia, y confirmándose la existencia de lawfare. Por otro, que Cristina Kirchner vaya presa tras la condena en alguna de sus causas por corrupción, “y se haga justicia”.
El primer oxímoron sería lo que supuestamente Cristina Kirchner le habría pedido a Alberto Fernández al concederle la candidatura presidencial. El segundo oxímoron sería la expectativa de los medios más críticos al kirchnerismo sobre lo que Alberto Fernández “dejaría hacer” ya como presidente.
El primer oxímoron, además, requeriría que los condenados terminaran siendo los jueces que participaron del lawfare por haber procesado a Cristina Kirchner con evidencia falsa o adulterada. Pero también, “por cómplices”, que lo fueran los medios que publicaron las denuncias de casos de corrupción que llevaron a Cristina Kirchner a juicio. El periodismo está protegido legalmente frente a demandas por publicar informaciones eventualmente incorrectas en la medida de que no se demuestre su “real malicia”, pero de existir lawfare esa defensa no existiría.
El triángulo mal avenido: Alberto-Cristina-adversarios tiene una dinámica subyacente recursiva
Unas interpretaciones reducen el supuesto pedido de Cristina Kirchner a Alberto Fernández al ungirlo candidato a que solo sus hijos no tuvieran condenas ya que las de ella misma no serían de cumplimiento efectivo por muchos años mientras continuara en Senado.
Otras atribuyen las expectativas que los medios más críticos se podrían haber construido, imaginando un Alberto Fernández que rompería con Cristina Kirchner una vez en el poder, al igual que Lenin Moreno lo hizo con Rafael Correa en Ecuador a poco de asumir su mandato en 2017, a la buena relación que esos medios hoy más críticos del kirchnerismo tuvieron con Alberto Fernández mientras fue jefe de Gabinete de Néstor Kirchner, entre 2003 y 2008 hasta su salida por el conflicto con el campo.
Como en todo oxímoron, quienes lo creyeron posible en el pasado luego se sienten decepcionados: y aquí comienzan a parecerse esos ideales irrealizables contrapuestos. Con quien están decepcionados ambos sectores es con Alberto Fernández y como aún esperan que satisfaga las promesas o expectativas que generó, lo presionan para que las cumpla. Lo hacen con sus diferentes capacidades de daño pero, nuevamente, los une la misma forma: a través de comunicaciones públicas, ya sean cartas, discursos y contenidos en los medios de comunicación donde el destinatario formal de los mensajes es la audiencia pero el verdadero receptor es Alberto Fernández. Se le habla a él para que cambie, para que haga lo que se espera de él.
Este doble oxímoron podría no requerir que realmente hayan existido reuniones donde explícitamente se le haya pedido a Alberto Fernández antes de ser electo la promesa de resolver las causas judiciales de Cristina Kirchner o de romper con ella y que fuera presa. Alcanzaría con que las promesas fueran tácitas. O, simplemente, que la idea de que correspondería que eso suceda estuviera en la mente de los actores del triángulo mal avenido, y hasta en uno solo para que afectara la relación de los otros dos. Como en las constelaciones grupales que estudia la psicología sistémica, donde un solo miembro desequilibrado desestabiliza a todo el grupo. En esas constelaciones se forman capas geológicas donde siguen latentes conflictos arraigados a lo largo de una historia común entre los distintos integrantes del grupo. Esos conflictos estructuran dinámicas subyacentes recursivas entre ellos que muchas veces se expresan en lugares diferentes de donde la herida verdaderamente se originó.
Lo más probable es que Cristina Kirchner no vaya a prisión ni que tampoco sea absuelta en todas sus causas. El fallo de esta semana de la Corte Suprema sobre Milagro Sala confirma no solo lo dispuesto por el tribunal superior de Jujuy, sino lo que era esperable: los jueces de la Corte Suprema no están dispuestos a votar falta de delito si hay pruebas que lo demuestren. Y ante una eventual ampliación de los miembros de la Corte Suprema el Gobierno no tiene posibilidades de lograr la aprobación en el Senado de nuevos jueces que pudieran votar muy diferente. Más tarde o más temprano Cristina Kirchner sería condenada al mismo tiempo que una condena de prisión no sería a cumplir mínimamente dentro del mandato de Alberto Fernández.
Capas geológicas de conflictos acumulados continúan latentes y rigen la relación entre el mundo K y no K
El fallo de la Corte Suprema se produjo días después de que el Presidente repitiera que el caso de Milagro Sala era el mejor ejemplo del lawfare haciendo más evidente el oxímoron. La idea del lawfare puede ser útil para cohesionar a seguidores, como estrategia discursiva en el debate público y hasta como justificación frente a condenas, pero los jueces fallarán en función de la existencia de pruebas. Podrá haber casos de mala praxis e invalidación de testimonios de testigos arrepentidos mal instrumentados, pero si luego existe una filmación o un documento probatorio de cualquier tipo que confirme un delito, el argumento del lawfare no será un atenuante.
Se presume que sería mencionada Cristina Kirchner en el fallo del Tribunal Oral que se retrasó para el 24 de febrero, donde se condenaría a Lázaro Báez por lavado de dinero presumiblemente de la corrupción con la obra pública. Se estrecha el cerco.
Continua con La paradoja amo-esclavo: Cristina-Alberto