“La apologética y la publicidad, lo mismo que las relaciones públicas, son actividades que no encajan dentro de los objetivos del periodismo. En una guerra, lo mismo que en un partido de fútbol o en unas elecciones, el papel del periodista no está como fanático o militante de uno u otro lado, su papel es informar para todos y hacer entender lo que está sucediendo”. Es muy interesante esta definición de Javier Darío Restrepo, periodista colombiano, para el Consultorio Ético de la Fundación Gabo.
No elegí este abordaje sin pensar en tres temas que, justamente, se enlazan con lo que Restrepo comenta y critica: la guerra (la derivada de la invasión de Rusia a Ucrania; la “guerra” interna entre oficialismo y oposición y entre corrientes internas de uno y otro); el fútbol (registro aquellas brutales críticas al director técnico del seleccionado argentino en sus inicios como tal; la actual postura de buena parte de los periodistas deportivos que destilan un descarnado ataque al DT de Boca Juniors, reclamando su despido por los resultados no queridos de su equipo). Ni fanáticos ni militantes, entonces, si se pretende ejercer este oficio con ética y cercanía con la verdad.
He recurrido en decenas de textos a la sabiduría de uno de los grandes maestros del periodismo contemporáneo, el polaco Ryszard Kapuscinski. Veterano corresponsal de guerra en distintos lugares del mundo, escribió sobre el periodista que cubre conflictos bélicos: “En situaciones de este tipo, su primera característica ha de ser conservarse como ser humano, usar un lenguaje de comprensión y entendimiento, no utilizar el odio ni estimular la venganza. Nuestro papel al escribir sobre la guerra consiste en recordar y entender que estamos ante una situación trágica para todos. La guerra es el único fenómeno humano en el que todos son víctimas, todos pierden, todos terminan infelices. Cuando uno escribe sobre estos temas debe tener en cuenta lo que todos padecen, la desgracia que sufren, la tragedia que atraviesan”.
Lo dicho por Kapuscinski calza con justeza en la cobertura que han hecho algunos periodistas argentinos en la zona de guerra en el este de Europa, algunos de ellos con alta calidad y responsabilidad profesional, otros dedicados a la mera exhibición espectacular, otros a la búsqueda de fama personal. En ese conjunto, quiero destacar las coberturas de dos excelentes profesionales: una, Elisabetta Piqué (corresponsal de La Nación en Europa), veterana en estas lides y aguda observadora de la realidad política, económica, militar y social del territorio que cubre habitualmente desde Roma; el otro, Joaquín Sánchez Mariño, joven (tiene 37 años) y arriesgado, cuya tarea en Ucrania y Polonia para Infobae es una muestra cabal de lo que hay que hacer en un estado de conflicto.
Sobre Piqué es innecesario abundar: su estupenda carrera profesional la define. Sobre Sánchez Mariño es bueno repasar algo de su curriculum: es licenciado en Ciencias de la Comunicación, autor de crónicas, reportajes y semblanzas cargadas de un notable espíritu de curiosidad y mirada sensible, con varios libros publicados, incluyendo narrativa y poesía. En su página web https://joaquinsanchezmarino.com/ define sus intereses y objetivos: “Me gusta contar historia y estar en el lugar de los hechos. Me interesa desarrollar nuevas narrativas y usar las herramientas de la tecnología para eso (…) Escribo para medios de Argentina Chile, México y España”.
Los lectores de PERFIL advertirán que no es usual que me refiera a periodistas de otros medios, y menos aún que lo haga con elogios. Lo merecen, tanto Piqué como Sánchez Mariño: caminan el camino de seriedad profesional, buen ejercicio del periodismo y una ponderable actitud ética.