En Las mil y una noches se cuenta la historia del genio que, metido dentro de una botella, ruega durante años y años por la aparición de un humano que la destape y lo libere de su encierro, prometiéndose, para su fuero interno, que como premio por ese acto le concederá la inmortalidad. Pasan las décadas y las centurias y los milenios y nada ocurre. De la expectativa primera el genio pasa a la tristeza, luego a la desesperanza, y por último al resentimiento, y así también se transforma el premio que no puede conceder y de la inmortalidad de los primeros tiempos, en el curso de algunos eones termina por decidirse a depararle la muerte a quien lo libere. Finalmente, el acontecimiento tan esperado y postergado ocurre, pero el tiempo pasó y ya no es lo mismo. Un día cualquiera, un pescador encuentra una botella semienterrada en la arena, la destapa y el genio emerge iracundo y le avisa que cumplirá su amenaza.
Cuando uno se detiene en este cuento, advierte que falta la argumentación del pescador diciéndole al genio que después de todo le ha hecho un bien al liberarlo, que debería renunciar a su promesa última de matarlo y que convendría en cambio que, en agradecimiento, le concediera la promesa primera de la inmortalidad, o siquiera la segunda, de una riqueza infinita (la serie de enumeraciones de orden de importancia decreciente es la figura del paso del tiempo, de la ilusión infantil de inmortalidad a la certeza progresiva en lo inexorable del fin). Incluso, y sobre todo, el pescador tendría que convencer al genio de que puede romper su palabra y cambiar el destino. En este cuento, esa posibilidad se descarta de antemano. La palabra vale y no se rompe. Es un imperativo categórico: lo que debe ser hecho.
En La causa justa, quizá el mejor cuento de Osvaldo Lamborghini, luego de un partido de fútbol entre casados y solteros, el japonés Tokuro escucha que uno de los jugadores del equipo triunfador, para gastar a otro del equipo perdedor, le asegura que lo quiere tanto que “si fuera puto” le ofrecería una felación. Escuchado esto, Tokuro pretende el cumplimiento de la palabra pronunciada, como si ignorara la existencia y uso del potencial. Todos los presentes le aseguran que se trata de un chiste, de una manera de decir, un disparate. ¡Japonés boludo!, etc. Pero Tokuro no se inmuta: la palabra pronunciada debe ser cumplida. Y a partir de entonces se desencadena la tragedia: karate, muerte y suicidio.
La causa justa es una versión local de ese cuento de Las mil y una noches, donde toda la Argentina quiere explicarle a un genio japonés que lo que se dice no es, y que no existe relación alguna entre enunciación y cumplimiento. En Argentina, todo cuento oriental es un cuento sobre la relación laxa entre el individuo y el lenguaje y una lección sobre el arte de la política.