COLUMNISTAS
opinión

Dos series nuevas

Pues entonces, en los 2043 caracteres con espacios que me quedan, versaré sobre dos grandes series de televisión, sin dudas entre mis favoritas.

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

Recuerdo ahora una frase de Groucho Marx: “Dejar de fumar es lo más fácil que hay, de hecho yo lo hago cuatro o cinco veces por día”. ¿Y a cuenta de qué venía esto? Ah, sí: que una inoportuna bronquitis –la quinta o la sexta en pocos años– me tuvo en cama varios días. El efecto de somnolencia de la medicación con pseudoefedrina, sumado al estado de palpitación permanente, imposibilidad de concentrarme y sensación de andar flotando en el que me encuentro desde hace un tiempo, impidieron que pudiera leer. Situación engorrosa, ya que me gano la vida –es decir, la pierdo– escribiendo sobre libros en este prestigiosísimo bisemanario. Pues ¿cómo solucionar el problema? Bueno, escribiendo sobre lo que todo el mundo escribe: sobre series. Pero obviamente no sobre las de Netflix y otras plataformas por el estilo. Que varios de mis amigos, a los que quiero y respeto, supongan que esos productos tienen algún tipo de interés estético, no deja de apenarme. Sobre esas series no tengo nada que agregar a lo ya dicho, una y otra vez, precisa y brillante, por Lucrecia Martel. Busquen sus declaraciones en internet y verán. Pues entonces, en los 2043 caracteres con espacios que me quedan, versaré sobre dos grandes series de televisión, sin dudas entre mis favoritas.

Primero Viaje a las estrellas (Star Treck), la original (ni hace falta aclararlo). 80 episodios en solo 3 años (de 1966 al 69) alcanzan para volverla un clásico insuperable. Reconozco, sí, que sobre ella se ha escrito bastante y muy bien. Por lo tanto, quisiera detenerme solo en un aspecto, tal vez, menos tratado: el conflicto entre humanismo y cientificismo, encarnado en el Capitán Kirk y el Señor Spock. Es un conflicto no del todo resuelto, tal vez porque en verdad Spock es mitad humano, mitad vulcano; y ese dejo de humanidad lo coloca en una gran tradición: la del duro que, en el fondo, mantiene cierta sensibilidad, sobre la que, para afirmarse, niega su existencia aunque ella sea evidente (como el Bogart de Casablanca), o incluso la del antihéroe que se queda con la chica linda (mi tradición favorita). No obstante, uno de los motores de la serie es ese conflicto, como un ping-pong en el que cada lado necesita del otro para que la narración avance. Narración, por cierto, de una complejidad mayúscula, escondida detrás de las escenas de suspenso o de tiroteos intergalácticos. 

Segundo, Ladrón sin destino (It Takes a Thief). Estrenada entre 1968 y 1970, sus 65 episodios cuentan la historia de Alexander Mundy (interpretado por Robert Wagner), un gran ladrón que un día es atrapado y, a cambio de no ir preso, debe robar para la CIA (estamos durante la Guerra Fría: microfilms en la Embajada de Bulgaria o datos secretos en alguna caja fuerte controlada por la URSS). Aparece a veces su padre, a cargo de un genial Fred Astaire, otro talentosísimo ladrón y, entre los dos, conllevan la suma de lo que la elegancia puede dar. Tomando el género –levemente machista– del play boy que va de aventura en aventura, de romance en romance, siempre en los mejores lugares de Europa, el espectador inmediatamente toma partido por el ladrón y se encarniza contra el Estado. Solo que aquí es el Estado el que se vuelve ladrón, y, por ese intersticio, la serie resulta irónica, por momentos cínica. Hay varias series más para hablar, pero me quedé sin espacio.

Esto no le gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite