El dólar hace milagros. Al menos, su estabilidad. En Macri, por ejemplo. Mutó de las sábanas del sarcófago, lívido y entristecido, a la exhibición sonriente y entusiasta.
De la agonía al éxtasis, aunque no es Miguel Angel: el periodismo siempre exagera en sus títulos. Otra persona: cambió rostro y actitud en cinco días de cierto control del mercado cambiario, precario, costoso en materia de actividad económica, pero sin vulnerar el 3% del sube y baja de 45 pesos, y con alguna certeza de sosiego para el mes por delante, eliminando pesos y obligando a sacar del desván Franklins con pantalones cortos. Más recesión tal vez, sin garantía de calma para bonos y acciones, pero con un billete prisionero que se porta mejor cuando no sale de noche. Para la política, claro.
Plan alivio. Como alegría adicional, al mandatario le han susurrado que el índice inflacionario de abril viene debajo de 4%. Fiesta en Olivos, Los Abrojos o donde lo disponga la suerte, final para la primera acechanza: se cierra la angustia interna que promovía el reemplazo de su candidatura por la de María Eugenia Vidal antes de la presentacion de listas, en junio, versión que no se apagaba con ninguna orden, entre otras
versiones lúgubres que, en el réquiem, anticipaban su retiro del poder.
Resta una paradoja: de ser la más querida, la más presidencial, la gobernadora podría quedarse sin cargo público electivo los próximos cuatro años.
Delicias de la profesión y la torpeza, quizá, de no haber desdoblado las elecciones: puro egoísmo y capricho del Presidente. Segundo capítulo: aunque Marcos Peña insista en atribuir la crisis a razones políticas, solo el fabuloso remedio del dólar quieto permite –en apariencia– renovar la pretensión de otro mandato presidencial, revivir la aspiración de una competencia pareja con Cristina de Kirchner y ejercitar el plan de los retazos que se anticipó la semana pasada en este “hebdo”. No en vano, el jefe de Gabinete lleva pegado un tablero móvil de grupos sociales a los que intentará sumar electoralmente, sean pañuelos celestes o verdes, evangelistas o católicos, militares, gajos partidarios a la deriva, universitarios, sexos varios, trabajadores informales o en blanco, una vasta nómina cuya conducta se analiza a través de focus groups y consultores. Científicamente, se presume, descubriendo necesidades o deseos, miedos, clasificando emociones en una cartelera electrónica.
Si logran sacarle jugo a esta tarea de aquí a los comicios, en una porfía análoga en números a la de 2015, podría imponerse el bando que mayor rédito obtenga de estas minorías. Así piensan en la craneoteca oficial, plata nunca falta en el Estado para estas investigaciones.
Tercer apéndice: reforzar la deshilachada coalición, impedir la fuga de radicales por razones territoriales –de Carrió se ocupan menos, no tiene ningún distrito escriturado y es obvio que solo provoca dolores de cabeza– y habilitar concesiones futuras: queda por cubrir la Procuración, una Defensoría, casi seguro en el segundo semestre incrementarán a nueve los ministros de la Corte Suprema.
Más nublada, sin embargo, en esta etapa parece la seducción a rivales blandos que, a modo del plan “retazos”, bien podría nutrir al oficialismo en una segunda fase con divisiones manifiestas, lo que en la jerga se llama “ambulancia”. Unos miran a Scioli, crítico de Macri pero obstinado demandante de una interna en el cristinismo, capaz de la osadía inesperada de enfrentar a la jefa (quien, como es público, dijo: si no hay interna abajo, en las intendencias bonaerenses, tampoco debe haberlas arriba). Pero Scioli jura estar decidido a candidatearse y, si lo borran o no lo dejan competir en la interna, quizás hasta podría ir por su cuenta. Finalmente, siempre fue un emprendedor, de eso se jacta. Otra expectativa semejante para sumar se revela en candidatos más lanzados, caso Massa o Lavagna. Nadie tiene claridad sobre el postulante que más le conviene al Gobierno, sobre cuál de los dos –ya que Urtubey se difumina– le arrebata más votos al electorado cautivo de Cambiemos. O quién, de ambos, le resta más adhesiones a Cristina. Una duda metafísica. Sin tableros ni redes, sociólogos o focus, el enigma flota con un antecedente: repetir la ventajosa actuación electoral de un Randazzo que, no casualmente, entonces rimó con retazo.
Nada es estable en la oposición: se han advertido iniciales corcoveos en las últimas horas aunque todos fingen, incluido el kirchnerismo, reclamar un acuerdo nacional. Fracasado antes de nacer, el primer boceto de diez puntos esbozado por el Gobierno tropieza con opiniones diversas. Apoya Pichetto, discrepa Massa, Cristina no habla y Lavagna se distancia. El mayor impacto del proyecto afectó la óptima relación Lavagna-Pichetto, que parecía una fórmula probable. Resumen: unos hablan de reforma laboral o previsional, los otros discurren sobre la prioridad de la pobreza o el desempleo. Interminable cuento, bizantino, argucias de todas las partes, lo importante es aparecer en la televisión.
Showtime. Se supone que esta semana, entretanto, Cristina viola su voto de silencio. Arriesga. Total, ella gana igual: si pierde porque acumula legisladores para mantener fueros, y si triunfa, porque otro será el mundo. Choca con su propia naturaleza: prometía una burguesa tranquilidad con los mercados por medio de la dupla Kiciloff-Alvarez Agis, pero Máximo rompió el molde y dijo que no pagarían nada en los primeros dos años de gobierno. En simultáneo, se agregaron voluntarios de la causa a la teoría de D’Elía de hacer una nueva Constitución, ni siquiera reformarla, y sobre todo dar vuelta como una media el sistema judicial que el kirchnerismo denuncia como perseguidor.
Hay algo más en esa propuesta, también cuestiones internas, la desavenencia entre los que han ido a la cárcel y los que viven en libertad. Se sabe que De Vido, el más notorio de los presos, confesó el abandono de Cristina mientras su esposa y abogada defensora, Laly, sostenía que “fuimos aliados de los Kirchner, no sus amigos”. Ahora ya trepó a otro escalón: pide y logra entrevistas con líderes del justicialismo –tipo Duhalde– para explicar su desazón y el olvido de Cristina al marido, que tanto la benefició. También observa, cómo otros de la misma fracción, el entorno que rodea a la ex mandataria –La Cámpora, Alberto Fernández–, le han dado la espalda a De Vido. Con su desprecio, se han expuesto a la comprensible ira de quien dijo no ser “buchón” y, a cambio del silencio, no ha recibido un mínimo cariño. Ni una visita. Justo quien viene a ser como un barco cargado de explosivos que siempre navega y nunca se detiene en ningún puerto. Hasta ahora.