Hoy en día no existen dudas de que estamos siendo testigos de la gestación de un nuevo orden mundial, una etapa de transición en la que como diría Gramsci “lo viejo no termina de morir y lo nuevo se tarda en aparecer”. En este contexto, los analistas debaten y se interrogan sobre cuál será la estructura de ese nuevo orden, será un orden multipolar (varios polos de poder), será un orden bipolar (solo dos polos de poder) o se tratará más bien de un orden no polar (decenas de actores que tienen y ejercen diversos tipos de poder). Vale aclarar que la idea de polaridad –arraigada al viejo mundo estado-céntrico– resulta imperfecta a la hora de describir el actual orden internacional y encuentra algunas limitaciones para dar cuenta de un mundo globalizado con múltiples actores poderosos que no están necesariamente radicados en un país determinado.
Sin embargo, y sin perjuicio de lo expresado, es posible identificar varios indicadores que ponen en evidencia y dejan entrever la emergencia de una nueva bipolaridad, o al menos de un bilateralismo preponderante que resulta altamente explicativo de la dinámica internacional actual. EE.UU. y China son hoy los únicos actores con capacidad de ofrecer bienes públicos a escala planetaria y de sostener y propagar proyectos estratégicos de alcance global. Hoy el mundo parece circunscripto al debate entre el atlantismo y la Nueva Ruta de la Seda.
Al mismo tiempo, ambos Estados mantienen una disputa abierta por el control de la innovación y el “saber hacer” en el campo de internet y de la inteligencia artificial, entendidas como las tecnologías claves del futuro. En este marco, las grandes empresas globales se mueven decididamente al ritmo de la geopolítica delineada por las potencias. Por último, la estabilidad financiera internacional depende en gran medida de la evolución y la dinámica del citado vínculo bilateral.
De este modo y más allá de alguna resistencia inicial, la noción de bipolaridad ganó espacio entre los analistas. Tanto es así, que muchos se vieron tentados a establecer paralelismos con la rivalidad entre EE.UU. y la Unión Soviética durante el período 1945-1991, al punto de llegar a hablar de una “nueva Guerra Fría” entre EE.UU. y China. No obstante, existen diferencias significativas entre lo que fue la rivalidad entre EE.UU. y la Unión Soviética y lo que acontece en la actualidad. La “Guerra Fría” fue ciertamente una experiencia particular de bipolaridad, pero no la única posible. Hoy no estamos ante una “nueva Guerra Fría” aunque somos testigos de la conformación de una “nueva bipolaridad”. Entender estas distinciones resulta clave tanto para los Estados como para las empresas en pos de moverse y tomar decisiones de manera efectiva en el mundo actual.
Durante la “Guerra Fría” existían dos bloques de poder bien definidos, con un grado prácticamente nulo de integración entre ambos y un escaso nivel de interacciones en el ámbito económico y financiero, alternando etapas relativamente prolongadas y bien marcadas con mayor o menor grado de tensión en el plano geopolítico y estratégico-militar. Se trataba de un mundo bastante rígido y con escasos márgenes de maniobra para los países periféricos –encorsetados por la política de cada bloque–, pero al mismo tiempo muy estable y predecible.
Por el contrario, la bipolaridad actual emerge en un contexto de profunda interdependencia económica y financiera entre EE.UU. y China, con altos grados de integración en las cadenas de valor y una intensa interacción en el nivel corporativo. Esta particularidad torna sumamente compleja la disputa por la supremacía global que ambas potencias han iniciado, en tanto que cualquier intento de afectar al otro entrañará naturalmente costos para ambos y para el resto del mundo.
La imposición de aranceles que derivó en guerra comercial supuso costos para China y EE.UU. así como también para la economía global. Del mismo modo, los intentos de la administración Trump de obstaculizar la expansión de la tecnología 5G generaron inquietud no solo en las empresas chinas, sino también en las proveedoras de insumos norteamericanas así como en el resto de los países del mundo interesados en hacer negocios con las empresas chinas en este campo.
Desandar la interdependencia es un proceso tan inédito como complejo y peligroso. Por esta razón, la relación entre EE.UU. y China en el último tiempo ha oscilado entre momentos de tensión y distensión de corta duración que denotan el carácter volátil de la bipolaridad actual. A modo de ejemplo, en diciembre pasado con la reunión de Trump y Xi Jinping en Buenos Aires en el marco de la cumbre del G20, el mundo auguraba una etapa de mayor diálogo y cooperación entre las potencias que se truncó raudamente en mayo de este año con el anuncio de EE.UU. de mayores aranceles.
Esta vertiginosa dinámica de la nueva bipolaridad plantea desafíos para el resto de los actores –Estados y empresas– en tanto que supone un mundo más inestable que el de la “Guerra Fría” en el que deben adaptarse rápidamente a escenarios cambiantes más o menos restrictivos. Las oportunidades y amenazas varían al ritmo de la volátil dinámica bipolar.
El caso de Argentina es elocuente en este sentido, en tanto muestra cómo la “volatilidad” de la bipolaridad puede tornar fugazmente las oportunidades en amenazas y viceversa. Los avances en las negociaciones entre EE.UU. y China a comienzos de 2019 implicaban para Buenos Aires buenas noticias desde la dimensión financiera aunque no tan buenas en el aspecto comercial. La distensión entre las potencias avizoraba una menor aversión al riesgo global y mayor tranquilidad para los mercados mundiales, funcional para el país en un contexto de vulnerabilidad externa y cambiaria. Por el lado comercial, el incipiente acuerdo entre Washington y Beijing involucraba el compromiso chino de comprar el abultado stock de soja norteamericana provocando un desvío de comercio que afectaba los intereses de Argentina. Sin embargo, este escenario mutó y en pocos días la bipolaridad se tornó nuevamente rígida. La incertidumbre en los mercados se transformó en una renovada preocupación para los emergentes, pero la ruptura de la mesa de negociación implica una oportunidad en relación a la soja, dado que China frenó las importaciones desde EE.UU.
En conclusión, entender la volatilidad de la dinámica bipolar actual es clave para valorar adecuadamente, tanto las oportunidades como las amenazas que se presentan.
*Director de Estrategia Global en Terragene SA / Profesor Política Internacional Argentina (UNR).
**Dr. En Relaciones Internacionales / Profesor de Política Internacional Latinoamericana (UNR).