COLUMNISTAS
después de la paliza

El ADN de los K no admite el diálogo

En silencio, Cristina Kirchner está activa para definir los próximos pasos. Sabe que su proyecto de permanencia en el poder está en peligro.

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La paliza de los medios de las mentiras. | Pablo Temes

La paliza electoral del 12 de septiembre tuvo consecuencias reales en cuanto a los  cambios de gabinete, la furia interna y el avance de la ex presidenta en funciones sobre su pupilo, y otras bastante más utópicas que ni siquiera un chico en edad escolar podría creer.

Alberto Fernández había prometido terminar con la grieta pero, como se ha visto a lo largo de los dos primeros años de su mandato, eligió profundizarla.

Desconcertado por los errores no forzados en algunos casos y asediado por el ala dura del gobierno en otros, el Presidente transcurre sus días en medio de un devenir incierto para el que no hay excusas.

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Fue él quien apareció exaltado en los discursos.

Fue él quien maltrató y amenazó a la población que no cumpliera con los preceptos que él mismo violó.

Fue él quien decidió cerrar las escuelas, los comercios y la economía en plena pandemia para sostener la cuarentena más larga del mundo.

Fue él quien confrontó de manera creciente con la oposición para satisfacer las exigencias de Cristina Fernández de Kirchner en la creencia equivocada de que eso le traería beneficios políticos.

Fue él quien no supo pacificar y llevar tranquilidad a la población.

Fue él y, claro está, la ex presidenta en funciones y sus secuaces. Esto no es nuevo. Los dos gobiernos de CFK se caracterizaron por los discursos incendiarios llenos de odio contra el que pensaba distinto volcando su furia contra los medios de comunicación y la oposición. La pregunta se cae de maduro: con la vuelta al Gobierno de la vieja guardia ¿es creíble el cambio de formas que nos pretenden vender?

Veamos:

Hace una semana el Gobierno mostró cómo se bandea de un extremo al otro sin ningún problema. Como diría el inolvidable Groucho Marx: “Estos son mis principios pero, si no les gustan, tengo otros”. Así pues, de la noche a la mañana, prácticamente se dio por terminada la pandemia por decreto. Pasamos del encierro total a una flexibilización absoluta, poco razonable y mal implementada.

El miércoles 29, tras la flexibilización del cepo a la carne, el nuevo ministro de Agricultura, Julián Domínguez, dijo que “hay que recomponer el clima de diálogo”.

El jueves 30, Alberto Fernández –que  está guardado bajo siete llaves–se vio por primera vez con CFK luego de la derrota en las PASO. Ocurrió en el Museo del Bicentenario de la Casa Rosada y la excusa formal fue la presentación del proyecto de ley de Fomento al Desarrollo Agroindustrial. El Presidente, que no paraba de mostrarse enojado apuntándonos con su dedo acusador retándonos y desencajado, pronunció frases como “escucharnos y buscar puntos de encuentro”; agregó que  “para que el desarrollo sea armónico no hace falta que todos digamos lo mismo o pensemos igual. Cada uno puede tener diferencias”. Más allá del tiro por elevación a CFK que lo miraba fijamente mientras intentaba dibujar en su rostro una impostada empatía, llamó la atención esta nueva versión del Presidente. Como frutilla del postre habló  de un país “que le diga no a la división”.

Le faltó aclarar que se trata de la división que el kirchnerismo creó y que su gobierno profundizó. Por si esto fuera poco, antes del encuentro con CFK, el Presidente les dedicó unos minutos a los vecinos de Ensenada, en un formato bastante similar a los timbreos que solía hacer Juntos por el Cambio de los que el kirchnerismo tantas veces se burló y al que ahora encontró virtuoso. Nada que sorprenda: el kirchnerismo, en particular, y una parte del peronismo son así: un día dicen una cosa y al siguiente dicen y hacen otra exactamente opuesta.

Gobiernos intervenidos

“Lo mandaron a guardarse hasta que el gabinete se reorganice. Le sacaron el micrófono y se lo dieron a Aníbal y Manzur. Aceptó los cambios y no creo que haya sido una estrategia para correrse del medio ante otra posible derrota. Está sobrepasado. Lo hizo por sumisión”, aseguró uno de los que se salvó de ser barrido por la escoba kirchnerista pero que día tras día profundiza su desilusión con Alberto Fernández. No contento con ello, agregó: “Más que divididos. Hay muchos que están rotos. Enojados”.

Desde el Patria aseguran que “el cambio de rumbo es real y que el Presidente debió haber pegado el volantazo mucho antes. Ahora tiene más tiempo para acompañar a Fabiola”, ironizaron.

Otros fueron algo más sinceros: “No creo que la gente que la está pasando mal se ponga a analizar las intenciones. Hay que ser pragmático. Cuando bajás ayuda, todos lo agradecen”. Es el plan “platita en el bolsillo” en su esplendor.

En silencio, la ex  presidenta en funciones está activa para definir los próximos pasos. Sabe que su proyecto de permanencia en el poder está en peligro. No está dispuesta a quedarse viendo cómo la administración de AF pone seriamente en riesgo ese proyecto del cual depende la impunidad que busca.

El próximo objetivo es Martín Guzmán y compañía, entiéndase por ello a Matías Kulfas.    

Al menos dos cosas quedan en claro. Primero, que al Gobierno no le importa en lo más mínimo teñir de verosimilitud el cambio en sus formas y su discurso. Segundo, que este disfraz dialoguista es un traje a medida para salir a la caza de los votos perdidos. El ADN kirchnerista es otro, y más temprano que tarde el lobo mostrará los dientes otra vez. Solo basta con mirar 21 meses hacia atrás para encontrar la respuesta a esta historia que ya vivimos.

Mientras tanto, la pobreza sigue golpeando con dureza a millones de argentinos. Son cifras que parecen de un país infradesarrollado.

A la misma hora en que se conocían estos datos, el Gobierno anunciaba –como un gran logro– la vuelta del público a los estadios de fútbol. Y para darle relieve, compartieron el estrado el jefe de Gabinete, Juan Manzur, la ministra de Salud, Carla Vizzotti, el ministro de Turismo, Matías Lammens y el ministro de Seguridad, Aníbal Fernández.

No hubo un panel de ministros organizado para hablar sobre el 40,6% de pobreza y el 10,7% de indigencia. Es lo que hay.