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AUGE Y CAIDA DEL HOMBRE ROJO

El apogeo

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A fines del siglo IX, los normandos Al Rus arrebataron al Kaganato jázaro una zona habitada por eslavos a orillas del río Dniéper y fundaron el Rus de Kiev. Ese fue el origen de Rusia, que chocó con el islam en el Sur, no pudo crecer hacia el Oeste y se expandió hasta Canadá por el Este. En mil años, en el corazón del enorme imperio se consolidaron tres culturas que hablan el mismo idioma con dialectos distintos: el ruso, el ucraniano y el bielorruso.
Cuando terminaba la Primera Guerra Mundial se derrumbó el Imperio de los Zares y Lenin encabezó una revolución que expresó algunas de las ideas más avanzadas de la época. Rechazó la claudicación de la Internacional Socialista ante el nacionalismo, rompió con ella y fundó la Tercera Internacional. Dispuso que el himno de la Unión Soviética fuese la Internacional Comunista, destinada a ser el himno de la humanidad. Planteó la necesidad de hacer una revolución mundial que cambiara todo. El modelo leninista entusiasmó a muchos intelectuales, pero la primavera revolucionaria duró poco.
Con una salud precaria, el líder fue reemplazado por el más ruso de los zares, un georgiano llamado Stalin, que asesinó a la élite revolucionaria con los procesos de Moscú e instauró un nacionalismo que sojuzgó a las minorías de su país. Después de la II Guerra Mundial, vinieron los procesos de limpieza étnica y destrucción del campesinado, que costaron veinte millones de muertos y la expulsión de los tártaros de Crimea, de los alemanes de Konigsberg y de cientos de miles de personas de distintas culturas cuyos territorios fueron ocupados por rusos.

Fue la época de los “modelos” socialistas nacionales y los experimentos genéticos. El choque entre el nazi y el soviético, Hitler auspiciando experimentos para conservar la pureza de la raza aria y Stalin ilusionado con los trabajos de Ivanovich Ivanov para obtener un híbrido con inteligencia humana y cuerpo de simio para contar con los soldados más eficientes de la Tierra.
El modelo comunista se difundió. Europa Oriental fue liberada por el Ejército Rojo, el maoísmo convirtió China en un inmenso convento sin Dios, se implantó en Corea del Norte con los Kim y en Camboya con Pol Pot, e inspiró a Sendero Luminoso. Uno de los intelectuales más brillantes del siglo, Jean-Paul Sartre, se hizo maoísta y en América Latina muchos lo siguieron no porque leyeron a Mao sino porque aspiraban a ser sartrecitos. Robert Taber escribió La guerra de la pulga, demostrando que una guerrilla nunca podía ser derrotada. En América Latina aparecieron movimientos armados de todo tipo, desde el Disneyworld alucinógeno de Chiapas hasta el sangriento Sendero Luminoso. En los 70, se impulsaron otros modelos alentados por la doctrina Brézhnev de los socialismos nacionales: Burkina Faso, Libia, Etiopía, Somalia, Botswana, el Congo, Irak y Siria eran los sitios en donde se construía “el paraíso, patria de la humanidad”.

Con el triunfo del castrismo nos dijeron que había llegado en Cuba el tiempo del “hombre nuevo”, versión latina del hombre comunista que surgía en más de la mitad del mundo, controlado por gobiernos socialistas. Michal Heller, un historiador bielorruso, publicó un libro en el que anunció la aparición del “homo sovieticus”, que superaba al Homo sapiens sapiens. Gracias al socialismo, que había generado en esos países una nueva especie, solidaria, ajena a las perversiones capitalistas y sin prejuicios raciales, la encarnación del ideal internacionalista de Marx y Lenin.
En 1982 publicamos con otros autores en México El primer Primero de Mayo en el mundo, en el que contamos cómo se celebró por primera vez el Día del Trabajador en cada país. Al culminar el lanzamiento, cantamos La Internacional. Fue muy emotivo: la melodía era la misma pero los presentes, provenientes de decenas de países, la cantaron en su idioma. No sabía que desde 1944 La Internacional había sido reemplazada por un himno nacional en la URSS.

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*Profesor de la GWU, miembro del Club Político Argentino.