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El autoritarismo frena la libertad de expresión

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Signos. Hay dichos y hechos que alertan ante posibles avances contra periodistas y medios. | shutterstock

La democracia es practicable cuando hay instituciones firmes y una prensa independiente. El periodismo es una pieza indispensable para impedir el avance de ideas autoritarias que prefieren una prensa adicta, rechazan toda crítica y basan en esa negación buena parte de su caudal político. Lo hemos visto ya en regímenes autoritarios, más cercanos a dictaduras que a gobiernos basados en el respeto a la representatividad democrática.

Es un desafío para quienes ejercemos un periodismo independiente el impedir que esa conducta antidemocrática prospere y obtenga algún grado de respaldo por parte de la sociedad. Es obligación de quienes ejercemos este oficio el basar nuestras posiciones en conductas de respaldo a los principios democráticos. Un buen ejemplo de lo que no se debe hacer en los medios es reproducir afirmaciones o decisiones de gobierno contrarias al sistema democrático sin un análisis crítico que acompañe esa información para darle el valor que merece.

En un artículo publicado en Global Investigative Journalism Network, Dariela Sosa, periodista venezolana residente hoy en la Argentina, señalaba en 2022: “Es más sencillo medir el impacto de la información periodística en países democráticos. Allí es más probable que las instituciones y los gobernantes cambien ante evidencias de corrupción o mala gestión. En los países autoritarios –en ausencia de Estado de derecho y de procesos democráticos–, esos actores no sienten la misma presión. Puede ser desalentador, ya que el statu quo prevalece. Además, los medios que se atreven a publicar información contra el gobierno tienen más probabilidades de recibir ataques”. 

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
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El investigador Víctor Meza, ya fallecido, escribió que “en los regímenes totalitarios, o simplemente autoritarios, la relación del poder con la prensa discurre por vías verticales, ya sea a través del principio duro del ‘ordeno y mando’ o por la forma menos elocuente de la discreta pero férrea censura”. Y agregó: “El poder traza la línea que marca el límite de la permisividad en la prensa, establece las reglas del juego y se ocupa directamente de su estricto cumplimiento. La prensa, en tal situación, deja de ser un contrapoder para convertirse en apéndice del poder. Se transforma en su contrario y, abandonando su espíritu fiscalizador y crítico, se reduce a cumplir la función de propagandista del régimen”.

Debo aclarar que en la Argentina no se ha llegado a tales extremos, por ahora. Sin embargo, hay signos alarmantes tanto en sectores del Gobierno (por ejemplo, no facilitar entrevistas a periodistas o medios que mantengan una actitud crítica ante medidas oficiales) como en seguidores más o menos fanatizados por el Presidente y sus conductas. Es un derecho natural en la democracia el defender principios, pero deja de ser un derecho cuando desde el poder se toman medidas que restringen el libre ejercicio de la libertad de expresión.

En el trabajo de Víctor Meza, ocupa un espacio importante la relación entre periodismo y poder en los sistemas democráticos: “La prensa debe contribuir a construir la nueva cultura política democrática para beneficiarse de ella, limpiando la relación antigua con el poder y abriendo un nuevo espacio en donde la independencia profesional sea condición, más que obstáculo, para la construcción democrática, es decir para la consolidación del nuevo poder político. Y así, al promover la democratización del poder, la prensa estimula al mismo tiempo su propia democratización interna, de la misma manera que, al preservar los valores de la cultura política tradicional y autoritaria, invalida su condición intrínseca de contrapoder fiscalizador y vigilante en el nuevo espacio democrático que la sociedad está creando”.