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El crimen del museo

 Museo Picasso de París 20220406
Museo Picasso de París. | Shutterstock

Otra vez la confusión, la inocentada que hace las delicias en las redes: una señora de 72 años encontró una chaqueta colgada en un museo y se la llevó a casa porque no pudo darse cuenta de que era una obra de arte. La llevó a una modista para que le arreglara las mangas y las ajustara a su medida con un dobladillo. El eterno ciclo del arte que da su propia vuelta al perro; otra vez una restauración inesperada. La obra se llama Old Masters y es del artista catalán Oriol Vilanova. Consistía, además de la chaqueta, en unas postales de Miró metidas en los bolsillos y se exhibía con intenciones interactivas en el Museo Picasso de París, para que la gente pudiera jugar con ella, ponérsela, ver las postales, etc. Por eso no tenía alarma. Quince días tardaron en recuperarla, porque pese a que la señora estaba grabada en cámaras de seguridad, nadie tenía su dirección. Pero la amante del arte volvió al museo, la reconocieron y la detuvieron. Ella explicó que pensó que era una chaqueta que alguien se había olvidado. Con mis amigos más canallas queremos fundar un grupo de WhatsApp que se llame “¿Esto es arte o lo puedo tirar?”, un hobby entomológico y clasificador con el que pretendemos reírnos ¿de qué? ¿De las pretensiones de expandir los límites del arte? ¿De la confusión entre los usos cultos del arte y los populares? ¿De la facilidad con la que todo es lindo?

Hay en el fondo de este minidrama un hecho tristemente cierto: la libertad del arte está por los suelos. Los artistas contemporáneos juegan a esa libertad del usuario, del interpretador, de la dicha estética, pero cuando la interacción es equivocada el valor de la pieza es puesto en franca duda. ¿Puede ser errónea una interpretación artística? Yo creo que no solo puede, sino que debe serlo, o al menos incluir entre sus posibilidades alguna que lo sea. Francamente, creo que la obra de Vilanova buscaba que alguien hiciera esto que hizo nuestra ladrona anónima. ¿Para qué? Para que hablemos. Para que le demos gas, le demos tinta a una tristeza melancólica confundida con payasada, una humorada tensa o laxa que, como en todo arte, no viene a exhibir nada sino más bien a tapar un vacío, un horror primordial. La obra de arte como anteúltima revelación de una revelación que, por espantosa, no puede nombrarse jamás, en palabras de Del Estal. El museo como tapón de abismos.

Para mí no hay culpables en esta historia y sería una estupidez que la señora tenga que pagar por su crimen imperceptible. Además, la devolvió. Eso sí: acortada por su modista. La obra salió de su marco, circuló un poco, vio el mundo real, y si volvió al museo lo hizo recalentada y revitaminizada por una anécdota que la dota de sentido. Para mí, sin confusión, la pieza hubiera sido algo más fallida. No tengo idea de cómo dialoga esto con los cuadros de Picasso y tampoco sé si estos le quieren dialogar a la chaqueta.