La nueva guerra es real y opera también como representación, una que se ramifica en celulares, tuits, hipótesis. Cuando el horror de Bucha no se disipa, surgen las contraofensivas. A los escraches al “carnicero de Bucha”, el coronel Asanbekovich, de origen buriato, se sumaron videos donde los propios soldados ucranianos hostigan y golpean a los pobres sobrevivientes de Bucha, acusándolos de colaboracionistas. Se echa a rodar la hipótesis de una autoflagelación orquestada para desprestigiar a Rusia. No prendo la TV para preservar a mis hijos de imágenes que se sirven a toda hora en consultorios médicos y parrillas al paso. No pretendo juzgar la veracidad de estos asuntos que desconozco completamente y que la historia tardará mucho en ordenar, mas veo soldados y experimento un desprecio enorme.
En sintonía, una algo más alegre, la Poesía Federal Argentina es un librito inclasificable del músico Nicolás Varchausky, publicado por el Centro de Arte Sonoro del Ministerio de Cultura, donde se recogen –como si de poemas se tratase– las conversaciones interceptadas en radio de onda corta a efectivos policiales en sus faenas cotidianas: perseguir sospechosos, disipar dudas, acudir a sitios en medio de una ciudad siempre amenazada por el crimen, mover las cachas. Sopesando las asombrosas prosodias y semánticas de estos poemas (así los ha querido ofrecer Natura y también el autor, que les resta su soporte más importante, el sonoro, o sea, la música del habla) uno puede percibir que los hechos criminales –afortunadamente aislados para el ciudadano de a pie– confluyen todos juntos ante el agente sentado al Comando Radioeléctrico (como en un embudo, como en una lupa) y que su vida está implacablemente señalizada por la rutina de este trabajo, que tiene su parte física y también su parte nomencladora, archivadora, codificante: estética. No olvidemos que la radio fue un invento de guerra para recibir partes y mandar instrucciones a los que jalarían los gatillos.
Miguel Garutti, quien prologa y contextualiza el libro en muchos vértices, da una pista relevante, una explicación para marcianos: la burla que subyace en esta escucha es parienta del desprecio que se siente, aquí y en todas partes, por la policía y sus vecindarios de uniforme, una repulsión no exenta de temor, basada en las represiones cíclicas que forjaron nuestra relación histórica con la institución del control urbano. Es un registro diferente de un viejo terror colectivo y, por diferente, muy revelador.