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El desnudadero

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

La palabra “vestuario” es más elocuente en italiano: spogliatoio, algo así como “desnudadero”. Es precisamente en un vestuario, tras un amistoso del sindicato, donde Ricardo Tamburrano ubica a sus despreciables y queribles personajes de Los pasteleros, en el insólito horario de los mediodías en el Espacio Callejón.

Me pregunto cómo serán las ficciones del futuro tras esta espesa neblina de corrección política, de agenda de género, de cuidados especiales. Esta obra es un hallazgo. A todo el cliché de la intimidad del vestuario, los intérpretes oponen un universo de cruel sensibilidad: asumen todo y pasan al nivel de la hipérbole. Encarnan el desastre, el hombre antiguo, el extinto. Uno tras otro son expulsados del partido por sus actos de violencia y juntan tanto rencor (para afuera y entre ellos) como roña. 

No solo hay que enfrentarte a la sospecha de que otros hombres iguales a vos pueden querer apropiarse de lo tuyo (tu mujer, tu trabajo, tu virgencita de yeso, tu receta) sino que además hay que desnudarse frente a ellos, hay que ofrecerse en cueros al sacrificio, al escarnio y a la culpa. Acá importa poco el argumento (que es hilarante); el privilegio de espiar la desnudez de esas almas siempre en orsai excede por mucho el espacio de lo masculino o lo futbolístico. El vestuario como laboratorio de matices: todos son culpables de algo que no reconocen, todos desvisten sus bajezas, patéticamente similares, infantiles. Por eso el juego de pelota es posible, igualador y redentor.

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En su auspicioso debut como autor, Tamburrano hace lo que mejor saben los actores: escribir con gestos, silencios, incongruencias, aquello que aún no sabemos enunciar correctamente con las líneas: que el macho agoniza y que esa agonía es –sorprendentemente– entrañable. Obra de actuación en estado de gracia, la del propio autor, junto a Christian García y Yamil Chadad, dan ganas de jugarles un partido y gritarles groserías antes de que esta raza peluda acabe para siempre.