Todo el sistema político se había estructurado en relación con el trabajo. El socialismo de principio de siglo o el peronismo en la segunda mitad tuvieron en los sindicatos su base instituyente. Ubicados todavía en la era de la escasez, donde la demanda absorbía casi todo lo que se pudiera generar, en el siglo XX el mundo de la producción era el mundo de la vida. Y cómo redistribuir más proactivamente los ingresos de esa producción era el mundo de la política. En el siglo XXI, cuando lo que comienza a ser escaso es el trabajo, se desorganiza no solo la vida de las personas sino la organización política misma.
Al tiempo que las palabras “empleado” y “pueblo” dejaron de ser sinónimos los sindicatos y la CGT perdieron la representación de esa enorme mayoría de los habitantes que hace cincuenta años les permitía sentarse de igual a igual frente a los representantes del capital y acordar la política económica del país. Hoy, dependiendo de la personalidad de su conductor y las características del tipo de actividad de su sector, su incidencia es más puntual. Los líderes sindicales son menos “metafísicos”, abocados a la materialidad de sí mismos y sus familias o de su sindicato más allá del país en su conjunto.
En este contexto, el próximo 11 de noviembre se elegirán las nuevas autoridades de la CGT, probablemente un triunvirato, pero en cualquier caso una cúpula colegiada con varios miembros transmitiendo igual falta de una clara misión. Evalúan una marcha para el 17 de octubre preocupados por otros sectores que primero les arrebataron el monopolio de ser únicos artífices de grandes movilizaciones pasando ahora directamente a ser los dueños de la calle.
Esta última semana la izquierda realizó una marcha multitudinaria creando caos en la Capital y dos semanas antes, para San Cayetano, las organizaciones sociales terminaron llenando la Plaza de Mayo en un acto aún más multitudinario organizado por la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (UTEP). No hay que dejar de considerar que la pandemia del coronavirus impidió manifestaciones, las que pasarán a ser más habituales.
Las demandas de cada grupo son diferentes: la CGT pide reabrir paritarias y mayor porcentaje de aumentos de sueldos; la izquierda, reducción de la jornada laboral; y los movimientos sociales, un salario básico universal.
En la excelente columna del sábado en PERFIL titulada Escenario poselectoral Carlos de Angelis escribió sobre las divergencias acerca de cómo convertir en trabajadores a los 11 millones de personas adultas que reciben planes; otros 11 millones son menores y una forma de subsidio indirecto a sus padres: en total la mitad de los habitantes del país.
Los dos remedios en pugna son el actual: “Incrementar los niveles impositivos a las grandes empresas, aumentar los controles cambiarios, de los precios y las regulaciones empresariales, generar puestos de trabajo asociados al Estado, cerrar las importaciones y esperar una sustitución con producción nacional”. Y el que tiene crecientes propulsores ante el fracaso acumulado de la economía, que consiste en “bajar los niveles impositivos, apostar a la inversión privada, liberar el cepo cambiario lentamente y cambiar parte de la legislación laboral como, por ejemplo, modificar el sistema de indemnizaciones”.
En la edición de ayer de PERFIL Jaime Duran Barba, desde la perspectiva de Ecuador, dijo que solo un país tan rico como Argentina puede mantener tanta pobreza, pocas naciones del mundo podrían hacer todos los meses un cheque a la mitad de sus habitantes al que se agregan los jubilados que no pudieron hacer sus aportes.
La paradoja detrás de “un país tan rico que puede mantener tantos pobres” es la no realización de la riqueza que acabaría con gran parte de la pobreza. Un cambio de legislación laboral que permitiera un aumento del empleo comenzaría un círculo virtuoso aumentando también los salarios de los hoy empleados reducidos casualmente por el temor que genera la enorme desocupación en los empleados y la falta de consumo de los desempleados produciendo falta de rentabilidad en los empleadores.
Probablemente el definitivo regreso a la presencialidad laboral coincidirá con la llegada del verano y el reordenamiento político posterior a las elecciones del 14 de noviembre. Claramente una parte de esos 11 millones de adultos que reciben subsidios no tienen las habilidades que requiera un mercado laboral privado pero una parte sí, y de poner en funcionamiento la rueda de la economía unos traccionarán a otros y a los hijos de los otros y progresivamente un porcentaje cada vez menor de personas quedará fuera del mercado laboral formal.
El círculo virtuoso del trabajo contribuirá a resolver también el problema macroeconómico porque la inflación con la que el Estado recauda, como un impuesto más, para pagar los 22 millones de subsidios es la que destruye el valor de los salarios. Hoy en PERFIL se publican dos reportajes a ex presidentes sudamericanos, a Jamil Mahuad, quien hace veinte años dolarizó la economía de Ecuador cuya historia previa se parece en mucho a la Argentina actual, y a Julio María Sanguinetti, quien adjudica nuestro conflicto a “lo que en Uruguay fue el reformismo, en la Argentina peronista tuvo una nota de revancha”.
Resolver el dilema del trabajo resolverá en gran parte el dilema de la grieta.