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Sin plan B

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Ex Superalberto. Perdió el apoyo sumado hace un año. | GENTILEZA REVISTA NOTICIAS

Desde la creación del Frente de Todos los especialistas en descifrar las intenciones ocultas del kirchnerismo vienen señalando que Alberto Fernández era solo el caballo de Troya de Cristina Kirchner para acceder lo más solapadamente posible al poder y una vez que la sociedad hubiera hecho el digesto y la fricción/rechazo al kirchnerismo hubiera descendido, designar en 2023 presidente a su hijo Máximo o a Axel Kicillof.

Se leía como una confirmación de ese plan que Alberto Fernández  se negara a intentar construir abiertamente un “albertismo” aun en sus mejores momentos de popularidad, como en los primeros meses de la pandemia cuando alcanzó índices de aprobación cercanos al 80%. Desde esta columna repetidamente se dudó sobre que el Presidente careciera de un proyecto propio para 2023 sospechando que no lo exhibía como táctica a la espera de lo que se hacía evidente: la valoración negativa de Cristina Kirchner no descendía con el paso de los meses, se mantenía en los mismos niveles de rechazo que en los momentos de apogeo macrista e irradiaba negatividad a su hijo Máximo y a Axel Kicillof.

Si el kirchnerismo celebrase la exclusión de Alberto Fernández como candidato 2023 se estaría suicidando 

El sábado pasado Roberto García escribió en PERFIL las diferentes visiones sobre el futuro de La Cámpora, de Cristina Kirchner y su hijo. La preocupación de la vicepresidenta porque La Cámpora sea tan sólida en la consolidación del núcleo duro kirchnerista como incapaz de extenderse más allá de sus fronteras ideológicas permitía reflexionar sobre un eventual cambio de nombre de La Cámpora para  subsumirse orgánicamente en el PJ, como en su momento fue la Juventud Peronista. Dilema similar al de la oposición acerca del rechazo que arrastra la palabra Cambiemos , asociada al fracaso del gobierno de Macri al mismo tiempo del papel positivo de fidelizar al núcleo duro. 

Hasta antes del suicidio electoral que generó la aparición de las fotos y luego los videos del festejo de cumpleaños de su mujer, Alberto Fernández tenía un índice de aprobación en las encuestas superior al de Cristina Kirchner, su hijo y Axel Kicillof. En ese contexto parecía lógico descartar el Plan Caballo de Troya ante de la evidencia de una eventual derrota de Máximo o Kicillof en un balotaje, y conformarse con el plan B que prescribía renovar la candidatura presidencial de Alberto Fernández para 2023 en lugar de jubilarlo como nuevo embajador en Madrid.

Indicios de ese recalculando habrían sido la designación de dos albertistas encabezando las listas de la Provincia y la Ciudad de Buenos Aires, pero un mes después el festejo del cumpleaños de Fabiola Yañez contraviniendo la cuarentena dejó sin ese plan B al Frente de Todos. La eficacia destructiva que tuvo la primicia de La Nación+ exhibe una vez más el poder político letal que otorga la construcción de un medio de comunicación masivo exitoso.

Tras el escándalo, varios analistas atribuyeron su efecto demoledor a la mentira y la pérdida de valor de la palabra presidencial. En uno de los reportajes largos de hoy en PERFIL, Jaime Duran Barba compara la situación actual de Alberto Fernández con el caso conocido como “Escándalo Lewinsky”, cuando en 1998 se confirmó que Bill Clinton había mentido al negar su relación sexual con una becaria en el Salón Oval de la Casa Blanca. La oposición llevó adelante en el Congreso un juicio político por perjurio al presidente y Clinton tuvo que reconocer “una relación física inapropiada” para evitar ser destituido. Finalmente fue absuelto, pero el costo político se pagó en las siguientes elecciones presidenciales en las que triunfó la oposición.

Duran Barba atribuye al éxito de la economía de  Clinton que no prosperada aquel impeachment presidencial. Y en el caso de Alberto Fernández que haya prosperado el “impeachment mediático” a la insatisfacción general con su gestión. Simplificadamente, mentir con éxito es disculpado; lo contrario, no. Otro ejemplo comentado en el reportaje es el de Menem, quien dijo: “Si hubiera dicho lo que iba a hacer no me votaban”, y luego fue reelecto. En el Frente de Todos se ilusionan con que en el Conurbano el tema del cumpleaños “no existe” y la preocupación es la economía y  la seguridad, pero tampoco en esos temas el Gobierno tiene credenciales exitosas que exhibir. 

Hace más de 2.500 años que se viene reflexionando sobre los efectos y el uso de la mentira política. “Una mentira es útil solo como medicina y su uso debe reservarse solo a los médicos”, escribió Platón. En los tomos II, II y V de República argumenta a favor del uso de la “noble mentira” restringida solo al rey-filósofo como herramienta subordinada al bien común cuando “la verdad es difícil de creer”.

Para Platón, la utilización de la mentira estaba justificada en tres ocasiones: contra los enemigos, para ayudar a un amigo y para componer relatos mitológicos. A Platón lo siguieron Maquiavelo, Nietzsche (superhombre), Max Weber (independencia de  política y ética: ética de las convicciones y ética de la responsabilidad), Carl Schmit (potestas del soberano en excepción a la norma) y la lista continúa. Hannah Arendt en Crisis de la república sostuvo: “La sinceridad nunca ha figurado entre las virtudes políticas, la política es el lugar privilegiado de la mentira en la medida en que se considera un instrumento necesario y legítimo para el político y el estadista”.

El escándalo de Clinton y su mentira fueron aun mayores, pero su exitosa economía lo salvó del juicio político

Cristina sería la última en escandalizarse por las mentiras de Alberto Fernández, los cambios de opiniones no fueron solo de él a ella sino también de ella a él. Si se revisan antiguos discursos de la entonces legisladora Cristina Kirchner se verán también “cambios”: el paradigmático es cuando se refiere  al “infame trapo rojo” de la izquierda (video también visibilizado en La Nación+). Y ni que hablar de Néstor Kirchner fan de Domingo Cavallo y la convertibilidad hasta que la realidad le mostró otras conveniencias.

La mentira de Alberto Fernández es una gota que rebasa el vaso, su efecto es el síntoma del profundo malestar que una parte creciente de la sociedad fue acumulando. El problema para el Frente de Todos no son solo las elecciones de 2021 sino quedarse sin un candidato –y sin plan B– para 2023.