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ECONOMISTA DE LA SEMANA

El drama actual: del populismo clásico al "paroxismo populista"

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Emisión. Este nivel de gasto público no permite que crezca la economía. | cedoc

Argentina es una máquina trituradora de oportunidades. Las dos últimas fueron las que tuvimos a principios de los años 90 y en la posconvertibilidad, a principios de este siglo.

La oportunidad de principios de los 90, con la revolución que implicaron las correctas reformas estructurales, emprendidas por el presidente Carlos Menem y el ministro Domingo Cavallo, fue desaprovechada por el mal marco macroeconómico surgido del régimen de convertibilidad. La última oportunidad, a la que me quiero referir, la tuvimos a la salida de la convertibilidad, que con un buen marco macroeconómico, aprovechando los activos que habían dejado los 90, emprendimos un ciclo de crecimiento.

Este modelo tuvo una primera etapa, del 2002 al 2006, basada en un tipo de cambio competitivo con superávits gemelos (fiscal y externo), baja inflación y alta demanda de dinero, desendeudamiento y acumulación de reservas internacionales que generó alto crecimiento económico con creación de empleo genuino. No había nada intrínseco a ese modelo, como erróneamente sostienen algunos economistas, que determinara el fracaso y este final estanflacionario. Simplemente, lo produjo, luego del reemplazo del ministro Roberto Lavagna, a fines de 2005, las políticas crecientemente populistas de las administraciones kirchneristas, que dieron lugar al largo “reinado K” y al comienzo de lo que denomino “el paroxismo populista”.  

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Anosognosia y FMI
 

El populismo convencional. Frente a los desequilibrios emergentes, a partir de 2006/07, que se expresaban como tendencias inflacionarias y necesitaban políticas de administración de la demanda, se comenzó con la implementación de medidas populistas. La primera de ellas fue la intervención del Indec, para “dibujar” la inflación, las que le siguieron hacían parte del recetario histórico. Básicamente, un modelo de déficit fiscal creciente financiado con emisión monetaria y represión financiera, que permitía mantener un tipo de cambio y tasa de interés desequilibrada, por debajo de sus valores. Proteccionismo sin criterio. Nada nuevo.

Todas distorsiones conocidas que se podían corregir, asumiendo los costos, sincerando las variables y poniendo en marcha las políticas correctas. El paroxismo populista. Lo novedoso y, a su vez, lo peor de la herencia de los mandatos de Cristina Fernández fue, sin dudas, el incremento abrupto del gasto público, en los tres niveles del Estado, fundamentalmente de gasto corriente, porque abortó un ciclo de crecimiento que podría haber sido de largo alcance, transformando la cuestión fiscal en central de la explicación del desequilibrio macroeconómico.

Veamos los números. El gasto público primario, agregado a los tres niveles, pasó de 24% en 1998 a 25%  en 2005 y 42,6% del PIB, en 2015. Es decir que se mantuvo constante entre 1998 y 2005 y pegó un salto del 70% hacia 2015 (18,5 pp del PIB). Se multiplicó por 2,1 a nivel nacional y solo se incrementó 38% a nivel subnacional.

¿En qué se gastaba en 2015 más respecto a 1998? Los 18,5 pp del PIB de incremento se descomponen: 5,3 pp en salarios, 4,4 pp en transferencias al sector privado, de los cuales 3,8 pp corresponden a los subsidios “pro-ricos” a tarifas de energía y transporte, y, finalmente, 4,4 pp en seguridad social. Casi el 80% del incremento se explica por gasto corriente.

En 2015; 25 millones de personas cobraban transferencias del Estado, mientras en el promedio de los años 90s solo lo hacían 10 millones. Estas transferencias explican la mitad del gasto consolidado y 2/3 del de Nación.

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El empleo público de bajísima productividad viene funcionando como seguro de desempleo encubierto: se multiplicó por 2,3; entre 2008 y 2015, pasando de 1,5 a 3,5 millones (740 mil en Nación, 420 mil en municipios y 2,3 millones en provincias). Este último, el empleo público provincial, entre 2004 y 2015, se duplicó en proporción de la población.

La moratoria jubilatoria, que permitió jubilaciones sin aportes, al ser realizada de modo horizontal, le permitió el acceso a ese beneficio a 800 mil personas de ingresos medios altos, en un país con una tasa de pobreza de más del 40%.

Esta expansión fiscal irresponsable e improductiva tiene un correlato en el incremento de la presión tributaria que pasó de 19,4% en 1998 a 24,5% en 2005 y 32% en 2015, que significa 11 pp más que en 1998. Ajustado por informalidad, es decir, medida sobre la economía formal, que es la que tributa, alcanzaba, en 2015, 41% del “PIB formal”. Esto coloca a la Argentina entre los países de mayor presión tributaria del mundo, sin las prestaciones equivalentes en salud, educación, seguridad, de aquellos otros.

La verdadera hipoteca macroecónomica argentina.

“El paroxismo del populismo, la etapa final del populismo convencional”, podemos llamar a la política practicada en este período. El populismo tradicional se trataba, principalmente, de intervenciones de política económica que distorsionaban la realidad económica, generando crecientes desequilibrios, entre ellos el fiscal, que, finalmente, explotaban. Un incremento del gasto público de la magnitud que se dio, explicado por gasto corriente, es un hecho novedoso respecto de lo que ocurría previo a los 90, donde el tamaño del sector público era razonable y una gran parte era derivado de las empresas públicas. En aquel gasto, aunque de baja productividad, había como contraparte producción de bienes y servicios, en este solo consumo y un nivel delirante que hace inviable el funcionamiento económico.

El nivel de gasto público, la presión impositiva, la inflación resultante, destruyeron el proceso inversor en Argentina. Por eso terminamos con este sistema económico anormal, en el que existe una porción demasiado grande de la sociedad que vive de modo permanente de las transferencias del Estado sin ninguna contraprestación y del empleo público de baja productividad y no de la inversión del sector privado. Algo similar ocurre a nivel de las transferencias de los recursos nacionales a través del sistema de coparticipación: cinco provincias generan ¾ de la riqueza total, en otras el empleo público representa el 80% del gasto del Estado.

El drama argentino es una economía implosionada, en la que una gran porción de la población perdió la preocupación por el destino del esfuerzo productivo, porque las transferencias que se reciben a fin de mes saldrán de las arcas públicas o de la emisión.

La trampa que genera este gasto público delirante es que, siendo causa y consecuencia del estancamiento de nuestra economía, no permite crecer y en el estancamiento se dificulta reducirlo, porque nadie acepta resignar un beneficio fiscal, así sea éste abusivo o innecesario. La solución de este dilema es lo que va a permitir la reconstrucción de la Nación.

Tanta centralidad de la cuestión fiscal, reivindicación histórica del liberalismo, era ideológica, entre los 60 y 2000, cuando el gasto público consolidado promedio era de solo 25% del PIB, hoy, en cambio, responde a una necesidad práctica e instrumental de superación de la crisis.

La verdadera hipoteca para el crecimiento, más que la deuda, lo constituye el paroxismo populista, este gasto público irracional y sus consecuencias: el estancamiento, la pobreza y la desocupación.

*Economista (UBA).